lunes, 24 de junio de 2013

TERCERA Y ÚLTIMA PARTE UCRONÍA BATALLA DE VITORIA

Tercera parte: GOYA Y BEETHOVEN

Texto: Juan Ibarrondo
Ilustración: Marta Gil.



Mientras sus alumnos entraban ordenadamente en el Museo Centro Pompidou de Bilbao, Belin se sintió satisfecho, casi orgulloso, de ellos. No era para menos, pues no habían provocado ningún incidente reseñable en Oñate; y por si fuera poco, parecían atender a sus explicaciones con cierto interés.
Por un momento, olvidó que, seguramente,  algunos de aquellos chavales eran quienes -normalmente en primavera-  se dedicaban a quemar coches en las interminables rotondas de la periferia de Gasteiz…, eso entre otras cosas que prefirió no pensar en aquel momento.
Mientras subieron por los tubos de cristal del museo, parecidos a los del original parisino, hubo las inevitables risas y comentarios, pero en general los chicos se portaron bien.
El Pompidou bilbaíno, era un referente en cuanto a las obras de las vanguardias europeas del siglo XIX y principios del XX, y por ello era visitado por turistas de todo el mundo. Entre todas ellas, la colección de cuadros de Francisco de Goya, era una de las más populares.
—Bueno chicos, relajaros, apagar los móviles y poner atención. Hoy vamos a conocer lo que fue el renacimiento vasco. ¿Quién fue el artista más conocido del renacimiento vasco, auque no fue vasco? —Preguntó Belin.
—Nadie lo sabe… bueno es igual, ya os lo digo yo que para eso soy el profesor…
»Ese artista fue Francisco de Goya, un famoso pintor  que además fue un afrancesado más o menos confeso. Cuando acabó la guerra, a pesar de que los reyes de España estaban dispuestos a perdonar sus devaneos gabachos, decidió exilarse en Nueva Fenicia, de donde era oriundo por la rama paterna. Se instaló en San Sebastian, en casa de su amigo el dramaturgo Leandro Moratín, que también se había exiliado por ser contrario al absolutismo de la monarquía española. Allí pintaría algunas de sus mejores obras, algunas de ellas los vamos a ver hoy. Sus paisajes de la costa vasca inauguraron un nuevo estilo pictórico, que se conoció como  impresionismo
» Cuando se dieron a conocer estas obras, muchos pintores franceses y de otros lugares de Europa, se instalaron en San Sebastián que se conocía entonces como la petit París. También Vitoria tuvo un auge intelectual importante, y se la conocería como la Atenas del norte… Pero sin dinero no hay arte que valga, por mucho que digan algunos cretinos que se crea mejor con el estómago vacío. Así que, seguramente, muchos pintores, escultores, arquitectos… vinieron a Nueva Fenicia atraídos por el oro proveniente del pillaje de los corsarios, y de los grandes mecenas del círculo de la Vascongada: liberales no sólo en ideas, sino también a la hora de abrir la bolsa para comprar tal o cual cuadro del pintor de moda. Entre los grandes mecenas destacó Martín Miguel de Goicoechea, natural de Alsasua y rico comerciante, que emparentó con Goya, casando a su hijo con la del pintor[1].
—Ahí tenéis su retrato, —dijo Belin señalando el cuadro— Tiene cara de persona inteligente, ¿no os parece? Al lado, podéis ver los retratos del dramaturgo Leandro Moratín y el poeta Espronceda; todos realizados en San Sebastián durante el exilio de los tres amigos. Ahora, quiero que os imaginéis cómo era el ambiente cultural de Nueva fenicia mientras Iparraguirre fue ministro de artes y ciencias.
—Debía de haber mucha salsilla ¿no? —Dijo uno de los chicos.
—Efectivamente, ¡¡debía de haber una salsilla del copón!! Exiliados de toda Europa, que huían de la restauración absolutista, se instalaron aquí. Imaginaros las tabernas del puerto en Donostia, o en Bayona… llenas de conspiradores de todo pelaje: socialistas utópicos franceses, laboristas ingleses, anarquistas rusos e italianos… De hecho, se dice que la rebelión de la Comuna de París se gestó en un café de Biarritz. Incluso, pasó por aquí el vicepresidente de otra nación, nueva por entonces: los Estados Unidos, que vino a conocer el modo de gobierno de Nueva Fenicia[2]. Y no sólo fueron pintores y escritores, también Beethoven estuvo por aquí. Se hizo muy amigo de Goya, tal vez porque los dos eran sordos y sifilíticos[3]; al parecer su famoso concierto a la batalla de Vitoria, lo escribió a instancias de Goya…
Los jóvenes miraban en ese momento un cuadro de Delacroix[4], que mostraba la libertad, en forma de mujer con pechos generosos, guiando al pueblo en las revueltas de 1830 en París. El cuadro era una de las estrellas del Pompidou de Bilbao.
—Eso sí que era una revolución en condiciones, y no los fuegos de campamento que montáis ahora… —dijo el profesor con entusiasmo.
Bon, ya vale de batallitas, ahora vamos a ver algo de verdad espectacular, belleza en estado puro, —continuó mientras pasaban a la sala principal del museo.
»Esta colección de marinas, de paisajes de montaña, de retratos de campesinos… esta hecha con una forma de pintar que no tiene nada que ver con algo que se hubiera hecho antes. Lo llamaron impresionismo y Goya fue su iniciador, toda una escuela le siguió; en  Europa, y por supuesto aquí también.
Ahora, estaban ante un gran cuadro de Goya donde el mar y el cielo se unían en una tormenta desatada. El tema era todavía del gusto romántico, y también propio del carácter atormentado del pintor en su última etapa, pero la técnica era ya claramente impresionista. El pintor trató –y logró en gran medida-  atrapar la luz durante aquel momento en que cielo y mar se unían en tormenta. Es una obra que, además,  supera la figuración, porque no importa ya tanto representar fielmente sino expresar una emoción. Crear un estado de ánimo en quien la contempla.
»Y no pongáis esa cara de pánfilos, estoy seguro de que aunque no hayáis entendido nada de lo que os he dicho -aun suponiendo que me hayáis hecho algún  caso claro- algo habréis sentido al verla…
Como nadie dijo nada, Belin continuó la visita seguido por sus alumnos hasta la sala contigua.
»Aquí tenéis la famosa serie que muestra la bahía de San Sebastián a distintas horas del día. Después de esta serie numerosos pintores  hicieron lo mismo en multitud de lugares, algunos con gran maestría, pero claro el primero es siempre el que se lleva la fama… Aunque tal vez Monet, mucho más tarde, realizó la serie más perfecta de todas al pintar la catedral de Rouen… En el viaje de fin de estudios podemos ir a verla.
 —Ah, y éste seguro que os suena, —dijo el profesor señalando uno de los cuadros.
—¡¡Es la florida¡¡ —Exclamó un chica, sorprendida de ver un sitio conocido en aquel lugar.
─Eso es, aquí Goya nos muestra el parque de la florida. A la izquierda está la entonces recién creada biblioteca nacional vasca, que todavía está en Vitoria… Cuentan que allí escribió Xaho su novela El linaje de Aitor. También se dice que Navarro  Villoslada escribió  Amaia y los vascos en el siglo VIII, según una leyenda que el de Zuberoa le contó en una de sus salas.[5] Son dos obras importantes, preguntar si no al profesor de literatura.
—Ése es un muermo, —dijo una chica de origen senegalés.
—Bueno, vosotros preguntarle seguro que os contesta encantado…
— ¿Y cómo es que siendo este país tan guay en aquella época acabó siendo la rayada que es ahora? —Preguntó otro de los jóvenes.
—Esa es una pregunta que ni siquiera yo en toda mi sapiencia puedo contestar… —repuso Belin irónico—. Los tiempos cambian, nadie sabe muy bien por qué. Además, tal vez no fuera todo tan guay entonces como pensamos. Ya se sabe que, para algunos, todo tiempo pasado fue mejor.
—Pues vaya una respuesta, —contestó el joven.
—Es la única que tengo mis queridos mandriles, y con ella os tendréis que quedar. Ahora, como os habéis portado bien tenéis un par de horas  para ver el museo a vuestro aire, o para lo que queráis.
Los jóvenes se dispersaron por grupos, y Belín fue a la cafetería a tomar un café y un croissant. Desde la cafetería se podía ver la ría: un grupo de veleros de pequeño calado surcaban sus aguas. El profesor supuso que se trataba de alguna regata. Vio también un grupo de manifestantes que protestaban contra el matrimonio homosexual, y se acordó de Xaho. Pensó, que, a buen seguro, el lehendakari marica les hubiera hecho frente espada en mano; ahora, en cambio, pudo ver un par de furgonetas de la hertzaintza escoltando la protesta. O tempora, o mores… vivir para ver….
En esas ensoñaciones se encontraba, cuando escucho unos sonoros pitidos que provenían de las alarmas del museo. Súbitamente alarmado, se puso en pie de un salto y siguió a un par de guardias de seguridad que corrían hacia la puerta. Cuando llegaron a la entrada del museo, constató que su alarma era fundada: uno de sus alumnos estaba en el suelo, pataleando y sujeto por dos fornidos securatas. El resto de la tribu protestaba sonoramente los modos de los polizontes. Cuando se identificó y preguntó el motivo del arresto, el jefe de seguridad le mostró un pequeño cuadro de Goya, un paisaje de montaña.
—Trataba de llevárselo, el muy cretino, —dijo el director de la seguridad.
—Ya veo, —respondió Belin con un suspiro.

FIN.    



[1] Don Martín Miguel de Goicoechea nació en Alsasua (Navarra) el 27 de octubre de 1755. Hombre de negocios, se asoció con los Galarza en Madrid dedicándose al comercio de tejidos, cosechando una portante posición económica. Su relación con Goya se debe al matrimonio de los hijos de ambos en 1805. Gumersinda Goicoechea fue dotada por su padre con 249.186 reales. Contrario al absolutismo, se comprometió políticamente en 1820 por lo que decidió exiliarse tres años después a Burdeos donde se encontró con el pintor. Falleció el 30 de junio de 1825, compartiendo tumba con su buen amigo Goya cuando éste murió tres años después.
[2] John Adams, el primer vicepresidente de EEUU, viajo por el país vasco y escribió: “Los vascos nunca han conocido una clase desposeída de tierra, y no han sido siervos ni esclavos (…) uno de los privilegios en los que insisten es en no tener rey” (Works of John  Adams 1850)
[3] Tanto Francisco de Goya como Beethoven sufrieron de sordera y sífilis en los últimos años de su vida.
[4] Se refiere al famoso cuadro “La libertad guiando al pueblo” de Delacroix. Actualmente en el museo del Louvre, en París. 
[5] Agustín Xaho estuvo en Vitoria exilado en la época del gobierno de Napoleón III en Francia. Según se dice, en la biblioteca de Vitoria, que luego fue instituto y ahora es sede del parlamento vasco, conoció a Navarro Villoslada y le contó una leyenda, que luego el escritor adaptó para escribir su famosa novela.  

domingo, 23 de junio de 2013

SEGUNDA PARTE, UCRONÍA BATALLA DE VITORIA.

Segunda entrega: EL LEHENDAKARI MARICA.

Texto: Juan Ibarrondo.
Ilustración: Marta Gil.



Monsieur Belin y sus alumnos contemplaban el gran óleo de Gericault[1], situado en el atrio de la Universidad de Oñate. En el cuadro, puede verse al emperador Napoleón Bonaparte, vestido con capa de armiño y tocado con una corona de laurel, de pie,  jurando los fueros y libertades vascas bajo el árbol de Gernika.
Por una vez, los inquietos alumnos estaban atentos. Parecían embobados ante la magnificencia del cuadro, de grandes dimensiones, donde Gericault había plasmado con eficacia la solemnidad del momento.
»Alrededor del emperador, —decía Belin en voz alta— podéis ver a los tres padres fundadores de Nueva Fenicia: Garat, Mina y Álava. Junto a ellos, están los diputados generales de las cuatro provincias de la Euskal Herria peninsular. También aparecen varios notables vascos continentales, representantes de los batzarres de sus tres territorios, todos vestidos con sus mejores trajes comprados en París. A su izquierda, podéis ver un gran grupo de txistularis, maceros, miqueletes, miñones…, y a su derecha, una compañía de húsares franceses vestidos de gala.
Una gran multitud de gentes del común rodea de cerca a las autoridades: hombres, mujeres, ancianos y niños…; y es en sus rostros entre escépticos e ilusionados: socarrones a veces, emocionados otros, donde el gran pintor francés demuestra su maestría, su savoir faire a la hora de pintar al pueblo y sus emociones. Desde luego, también se esmeró con Bonaparte, que tiene una expresión algo ausente, como si ya estuviera pensando en su próxima derrota en Waterloo. Garat, en cambio, tienen cara de pícaro, como un comerciante a punto de cerrar un buen negocio; el general Álava, por su parte, parece un pasmarote inexpresivo; y Mina muestra un rictus apasionado, casi cruel, en su rostro de facciones duras.
»Para dejar claro quién mandaba en realidad allí, fue el propio Garat quien, tras el juramento de Napoleón, lo declaró emperador de los vascos de ambos lados del pirineo. Lo hizo en francés, seguramente por deferencia con el corso que, obviamente, no conocía el vascuence.
»Luego se realizó una mise en scene espectacular —continuó Belin que cuando se emocionaba tendía a incluir palabras de su lengua materna—  Una gran gabarra, que pretendía aparentar ser un barco fenicio, recorrió la ría de Gernika, con el emperador y sus más fieles a bordo. Alrededor de la gabarra, en cuya vela mayor lucía un águila imperial dorada, iban numerosos barcos de pesca, desde donde la gente arrojaba muérdago y acebo de fruto rojo al paso del “dueño de Europa”. 
Belin, aprovechando la inusual atención de sus alumnos, que seguían mirando el cuadro, dio una sonora palmada para reclamar su atención:
Très bien garçons, vamos a seguir visitando la universidad, todavía nos quedan muchas cosas por ver aquí. Este lugar fue el escogido para firmar la constitución de 1849, y a partir de entonces se transformó también en la residencia de los lehendakaris de la Republica. Por tanto, se puede considerar como la Maison Blanche de nuestro país, aunque todo el mundo continúe llamándola “la universidad”. ¿Sabéis quién fue el primer lehendakari de Nueva Fenicia?
Una sonora carcajada respondió a la pregunta. Alguien en las últimas filas había aprovechado su relativo anonimato para soltar, a media voz,  el típico chiste fácil: le president  pédé, el lehendakari marica.
Monsieur Belin, acostumbrado a este tipo de salidas de tono, no movió una ceja y repuso:
—Efectivamente, el primer lehendakari fue Agosti Xaho[2], que seguro que conocéis porque da nombre a la ikastola; y también porque a pendejos como vosotros os hace una gracia enorme que fuera homosexual.
Belin, utilizaba a propósito un lenguaje barriobajero para poner orden en las filas de sus  alumnos. Era como si les estuviera diciendo: pero vosotros qué me vais a contar a mí que me las sé todas…  Lo mejor era que, a veces -como ahora mismo- el truco funcionaba y el profesor lograba así recuperar la atención de su clase.     
»Bon, mais oui, este suletino[3] aventurero, culto, impetuoso y algo arrogante, fue sin duda la figura más importante de nuestro pasado político. Fue él, quien consiguió convencer a gentes con intereses y culturas contrapuestas de formar una nación. También logró meter en cintura a la iglesia vasca, y fue famoso su enfrentamiento con el arzobispo de Pamplona…
En está sala, —dijo mientras entraban a una gran estancia decorada al gusto romántico— podéis ver su retrato. 
El retrato representaba a un petimetre de pelo largo, ropa a la moda de su época, botas altas, camisa con chorreras; un  hombre moreno que lucía un fino bigotillo, bajo unos ojos pintados de kohl. Un tío bueno, según el  parecer de las chicas, que así lo apreciaron en voz alta.
»Comenzó su carrera política —continuó el profesor sin hacer caso— liderando la revolución de 1848 en Nueva Fenicia. Por aquel entonces, Luis Felipe I de Orleans había jurado los fueros; y mantenido así  en manos francesas el gobierno del Nueva Fenicia. No pudo evitar en cambio, la pérdida de Álava, donde las Juntas Generales aceptaron la soberanía de España a cambio de ser reconocida Vitoria como puerto seco, franco, y sede de aduanas.
No mucho más tarde, el rey francés fue depuesto por la revolución de 1848, que instauró la república en París. Xaho hizo lo mismo en Nueva Fenicia. Lo logró gracias a un audaz golpe de mano, con el que ocupó el palacio del gobernador francés en San Sebastián, tras lo que  declaró la República Confederal de Nueva Fenicia. Además, logró que Álava se reintegrara en la República. Se dice, que lo consiguió gracias a una cuantiosa suma de dinero, que compró las suficientes voluntades en las juntas de la provincia del sur. Según se rumoreó entonces, el dinero provenía de las arcas del famoso corsario vasco, amigo personal -y tal vez amante- de Agustín Xaho: Étienne Pellot Aspikoeta[4], que obtuvo patente de corso de los sucesivos gobiernos de Nueva Fenicia y Francia.
— ¿Un Pirata? —Dijo de pronto uno de los chicos.
—Bueno, más o menos. Un corsario era un pirata que tenía autorización de algún gobierno para el pillaje.
— ¿Y qué pasó con el Arzobispo? —Dijo una chica, animada por la pregunta de su compañero.
Belín, sonrío animado por el interés de sus alumnos y repuso:
»El Arzobispo… se trata sólo de un rumor, pero ya que os interesa os lo contaré… Al parecer, durante la fiesta de San Fermín, el Arzobispo de Pamplona denunció en un sermón a Xaho acusándole de sodomía, y de complicidad con robo por su amistad con el corsario Etienne. Era una acusación muy grave, pero, según dicen, Xaho acudió en persona a quejarse al Obispo, armado con un sable, con el que amenazó al Obispo.  Cuando el sacerdote le amenazó a su vez con la excomunión, Xaho se mostró encantado de facilitarle la vía al martirio ensartándolo como un pollo allí mismo.
Al parecer, la amenaza surtió efecto pues el Arzobispo se cuidó mucho de volver a meterse con el lehendakari.
—Aunque ya os digo que sólo es un rumor y tal vez las cosas no fueron así. De todas maneras, todo el mundo lo dio por supuesto después de que Iparraguirre compusiera una copla satírica sobre el suceso, que se hizo muy popular. Igual la habéis oído, es esa que se titula Oilar, oiloa eta oilaskoa.
—Y hablando de Iparragirre ahí lo tenéis, —continuó el profesor señalando un cuadro al lado del de Xaho—. Podría pensarse que a  Xaho no le haría demasiada gracia la copla; pero al parecer no le importó demasiado, porque poco después nombró a Iparraguirre[5] consejero especial de las artes y las letras con rango de ministro. También en este caso hay quien dice que estaban liados…
Los alumnos miraron el retrato del bardo, que había compuesto el himno vasco en honor al árbol de Gernika y las libertades de los habitantes de Euskal Herria. Un tipo ya maduro, con cara de haber vivido mucho, largas barbas ya blancas, y tocado con una boina negra.
—Parece el aitona que todos hubiéramos  querido tener, pero debió ser un tío de cuidado, —apuntó Belin señalando el cuadro—. Que yo sepa se metió en más de un lío gordo durante su vida. Aunque cuando Xaho lo nombró ministro parece que sentó cabeza, y fue uno de los precursores más importantes del renacimiento vasco. Pero eso lo veremos esta tarde en el Pompidou de Bilbao. De momento, tenéis una hora libre antes de comer. A la una todos en el autobús… y tened piedad de los honrados habitantes de Oñate, que no quiero líos ¿De acuerdo?
Los jóvenes dijeron que sí y salieron trotando de la universidad. Belin se quedó mirando un rato más el retrato del cantor más famoso de Nueva Fenicia.


PROXIMO CAPÍTULO: Beethoven y Goya.





[1] Theodore Gericault, 1791-1824 fue un pintor francés prototipo del romanticismo. Tuvo una vida atormentada y corta, durante la que realizó alguna de las obras maestras del la pintura europea del romanticismo como “la balsa de la medusa”
[2] Joseph-Augustin Chaho 1810-1858 escritor y periodista, nacido en el territorio vascofrancés, fue también un lingüista especializado en euskera y en la cultura india. Algunas de sus obras son consideradas precursoras del independentismo vasco. En 1848 fue jefe de la guardia republicana en Bayona.

[3] Suletino: natural de la Soule, en francés,  Zuberoa o Xiberua en euskera,  Sole en gascón. Lugar de nacimiento de Agosti Xaho.
[4] Etienne Pellot Aspikoeta, 1765-1856, marino nacido en Hendaya, que capitaneó el buque corsario Marques de Lafayette, atacando a navíos ingleses.
[5]José María Iparraguirre 1820-1881, el bardo de Urretxu,  cuando tenía 19 años, se marchó al exilio, sumándose en 1848 a los revolucionarios franceses que derrocaron la monarquía de Luis Felipe de Orleans.

sábado, 22 de junio de 2013

UCRONIA EN TRES TRES CAPÍTULOS: LA BATALLA DE VITORIA.

Primera entrega: NUEVA FENICIA. 
Texto: Juan Ibarrondo. Ilustración: Marta Gil.


Monsieur Belin, llegó un poco tarde a su clase de Historia en la ikastola Agosti Xaho, en el barrio de Zabalgana de la ciudad de Vitoria.
Sus alumnos, esperaban impacientes, pues era el día del bicentenario de la batalla de Vitoria, y tenían prevista una excursión al Pompidou de Bilbao para ver la nueva exposición de Francisco de Goya.
El profesor, nacido en París hacia ya más de cuarenta años, iba vestido de manera informal: con una anacrónica chaqueta negra de cuero  sobre una camiseta reivindicativa a favor del matrimonio homosexual. Nada más entrar, saludó a sus chicos con desenfadada autoridad:
—Hola cuadrilla, espero que no deis guerra en la excursión, o aquí no va a aprobar nadie hasta que los monos de la isla de Santa Clara[1] aprendan inglés.  
Los alumnos, una mezcla multirracial de origen español, norteafricano, senegalés, francés y vasco, contestaron todos a la vez con un saludo correcto, aunque no exento de cierto retintín de guasa:
—Buenos días monsieur Belin…
No hubo demasiados incidentes en el traslado a pie hasta el autobús estacionado en el exterior; más allá de la malévola zancadilla a un chico -judío y empollón- que él sorteó sin demasiadas dificultades dando un saltito un tanto ridículo, lo que a su vez provocó las risas de los demás. La mirada asesina del profesor bastó para sofocarlas de inmediato.
Una vez en el interior del autobús, Belin, tras advertir que no quería oír ni el ruido de una mosca, comenzó su lección:
»Estoy seguro de que, incluso una manada de macacos jóvenes como vosotros, sabéis que hoy celebramos el día del bicentenario de la batalla de Vitoria. Y, por tanto, también el día en que nació este país  tan cojonudo en el que nos ha tocado vivir…
»Aunque tal vez no sepáis, teniendo en cuenta vuestra supina ignorancia, por qué este país -que también llamamos Euskal Herria- tiene el nombre oficial de Nueva Fenicia…
Pues para que lo sepáis, el nombrecito fue un invento de Dominique Joseph Garat, que era un vasco francés,  ministro de Napoleón Bonaparte, en la época de la batalla de Vitoria.
No está del todo claro cuál fue la razón que le llevó a llamar Nueva Fenicia a una tierra donde los fenicios no habían estado ni de lejos. Aunque claro, a vosotros eso os importa un huevo, ya que estoy seguro de que no tenéis ni pajolera idea de quienes fueron los fenicios.
»Pero dejemos eso y vayamos al meollo de la cuestión. El ministro Garat, se presentó un buen día ante su jefe y le propuso formar un nuevo país, entre el Ebro y el Adour, que se llamaría Nueva Fenicia. Para convencerle, le soltó lo siguiente: “Sobre las orillas de los ríos y en la laderas de los Pirineos, sea del lado de Francia o de España, y del Oeste al Este, desde el Océano hasta las fronteras de Aragón, viven bajo el nombre de vascos españoles y vasco franceses gentes que tienen conjuntamente todas las relaciones que los hombres puedan tener entre ellos y una comunidad de rasgos entre si que no aparece en la relación de los vascos españoles con los demás españoles, ni de los vascos franceses el resto de los franceses (…). Ni los vascos franceses ha tomado la lengua francesa, ni los vasco españoles la lengua de España; unos y otros han permanecido vascos (…). Las leyes que rigen a los vascos en Francia y España, que se llaman (respectivamente) costumbres y Fueros tienen entre si grandes analogías entretanto que difieren extremadamente de todas las leyes francesas y españolas (…). Los vascos españoles y los vascos franceses se tienen todos por nobles y así lo declaran sus leyes (…) lo que no deja de ser admirable que así ocurra en las siete demarcaciones con la misma pretensión.” [2]
»Según cuentan, Napoleón -que al fin y al cabo tenía cosas mucho más importantes en las que pensar- lo miró totalmente  perplejo. Algo lógico, pues es razonable suponer que tales consideraciones al pequeño corso se la traían bastante floja. Pero Garat no se arredró por ello, así que continuó explicando la conveniencia de crear un Estado tapón frente a España, que ya para entonces daban por perdida visto el fracaso del gobierno de José Bonaparte, también conocido como Pepe Botella.
Sobre todo, el ministro vasco francés incidió en las posibilidades de la Nueva Fenicia -de larga tradición marinera- para crear una armada potente que pudiera romper la supremacía en los mares de la flota inglesa. Al parecer, esta segunda idea convenció algo más al emperador. Aunque, tal vez, contribuyó también la original denominación del nuevo país, que hacía rememorar a Napoleón -muy dado a las fantasías históricas- un pueblo de grandes marinos y comerciantes.
En todo caso, la puntilla la puso Garat cuando sugirió empezar enseguida acciones corsarias contra los barcos británicos: actividad en la que -aseguró enfático- los vascos eran maestros. Con aquello, Napoleón quedó definitivamente convencido.
»Así que el plan se puso en marcha. Aunque como podéis suponer —por lo menos si dejarais por un momento de enredar con el jodido wasap—, un plan tan loco tenía escasas posibilidades de salir adelante. Sin embargo, se dieron una serie de circunstancias que hicieron que lo imposible se convirtiera en un hecho cierto:
»Por una parte, Garat contó con el apoyo del lobby más importante del momento: la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, que a partir de 1813 perdería el término real para pasar a ser sociedad a secas. La mayoría de los intelectuales de esta sociedad -heredera de los caballeritos de Azkoitia[3]- eran afrancesados más o menos declarados, así como partidarios de los nuevos aires políticos  surgidos de la revolución francesa. Algunos, como el escritor Félix Samaniego, habían sido perseguidos por la inquisición, que todavía subsistía en España[4]. El apoyo de la Bascongada fue decisivo en el caso  del general Álava, que había sido educado por dicha sociedad[5], y que en el último momento se pasó con armas y bagajes al bando francés.
También fue clave la participación, al lado de Nueva Fenicia, del guerrillero navarro Xabier Mina[6], que dominaba con su partida de irregulares las tierras navarras y la montaña alavesa. Mina, que era también un liberal convencido, cedió a las pretensiones de Garat, que le ofreció a cambio ser gobernador del departamento de Nueva Tiro, que agruparía las  provincias de Álava y Navarra.
Nueva Sidon, por su parte, agruparía a Zuberoa, el Roncal y la baja Navarra; mientras que las provincias costeras: Bizkaia, Gipuzkoa y Lapurdi, se llamarían Nueva Fenicia, como el conjunto del país.
»Otro asunto importante fue el mantenimiento de los fueros. Mina, como Álava y la mayoría de los miembros de la Bascongada, era consciente de que, si no se mantenían los fueros, las Juntas Generales de los territorios vascos del sur nunca apoyarían el proyecto de Nueva Fenicia. Así que convenció a Garat para que en la Nueva Fenicia -que en un primer momento quedaría bajo jurisdicción francesa- se respetaran los fueros: incluido el juramento de Napoleón bajo el árbol de Gernika. Es muy dudoso que Garat pudiera garantizar esto último en ese momento;  pero, al parecer, su promesa fue suficiente para los conspiradores.  
»Desde luego, en contra de Nueva Fenicia jugó la entonces poderosa iglesia vasca. Su postura se dividió entre quienes apostaron claramente por el bando de Fernando VII, a pesar de los recelos que despertaba, y los que llegaron a proponer convertir el nuevo país en un reino. Unos pocos, llegaron incluso a propugnar a un supuesto   descendiente de Sancho el Mayor -un tal Iñigo Labarca- como monarca para el reino de Vasconia; pero sus intenciones nunca pasaron del plano teórico. Aún así, consiguieron que hasta la constitución de 1849 no se declarara el Estado laico en Nueva Fenicia.
»En todo caso, ni siquiera con todo el apoyo que consiguió Garat, era probable que las tropas en retirada de José Bonaparte vencieran a las del duque de Wellington, apoyadas por las de los portugueses y los españoles leales a su rey. De forma, que la mayoría de los historiadores considera que el factor decisivo de la victoria francesa en la batalla de Vitoria fue un suceso que tuvo lugar muy lejos del lugar de la contienda: la paz secreta que Bonaparte firmó con el Zar Alejandro I en 1812.
»A consecuencia de ese tratado, Bonaparte pudo utilizar en la batalla de Vitoria parte de sus tropas destinadas a la campaña de Rusia; tropas que, a toda prisa, atravesaron la frontera para unirse a las columnas francesas que aún resistían en las cercanías de la capital alavesa. El propio Napoleón participó en la batalla, lo que seguramente resultó también decisivo para la moral de las tropas, que infringieron una derrota contundente al duque de Wellington y sus aliados. Tanto que, tras tal varapalo, tuvieron que retirarse hasta Burgos, donde se encastillaron en posiciones defensivas.
En ese momento, Belin tuvo que interrumpir su charla, porque una chica anunció que se había mareado y  tenía que bajar del autobús. Belin no hubiera hecho el menor caso, si no fuera porque la joven tenía antecedentes de suicidio y anorexia diagnosticada. Así que, siendo como era prudente y firme defensor de la estrategia del palo y la zanahoria, decidió hacer una pausa para estirar las piernas en el air más próximo, ya cerca de su primer destino en Oñate.
Los jóvenes bajaron entre gritos al espacio natural, desde donde ya se divisaba la ciudad de Oñate[7], capital administrativa de la Nueva Fenicia.



PROXIMO CAPÍTULO: EL LEHENDAKARI MARICA.









[1] Los monos de la isla de Santa Clara, en la bahía de San Sebastián, son macacos que provienen de las colonias francesas en África, y fueron un regalo de Napoleón III a la ciudad, por su lealtad al imperio. Son los monos en libertad que viven más al norte en todo el mundo.
[2] Discurso de Dominique Joseph Garat, natural de Bayona y ministro de justicia francés, ante el Emperador Napoleón I. Según la enciclopedia Auñamendi.
[3] La Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, nació del grupo «Caballeritos de Azkoitia» impulsado especialmente por Xavier María de Munibe e Idiáquez, conde de Peñaflorida. Los socios dividieron sus actividades en cuatro secciones: agricultura; ciencias y artes útiles; industria y comercio; y política y buenas letras. Entre los miembros estarían los reformistas más importantes de la época, como Foronda, Villahermosa, Olavide, Azara, Meléndez Valdés, Samaniego... y notorios científicos extranjeros.

[4] Félix Samaniego, fue acusado por dos veces ante la inquisición: la primera por tenencia de libros prohibidos, en la segunda el sacerdote  Joaquín Antonio Muro le vuelve a denunciar con la colaboración de algunos vecinos. Los testigos le acusan ahora de haber hablado mal de la Inquisición, de haberle oído decir "que los raptos y éxtasis de santa Teresa eran poluciones", destacan su anticlericalismo y adjuntan otras recriminaciones que hacían referencia a su ideología y comportamiento personal.
[5] Miguel Ricardo de Álava, El general Álava, entre 1781 y 1790, cursó los estudios primarios en el Seminario Patriótico Bascongado de Bergara, regentado por la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País.[]
[6] Xabier Mina, comandante guerrillero que sobresalió por su habilidad y conocimiento del terreno. Mandó el cuerpo de ejército de Navarra, siendo conocido en esta época como el Pequeño Rey de Navarra. Fue también un liberal declarado.

[7] Durante las guerras carlistas Oñate fue  cuartel general del Pretendiente y refugio de tropas carlistas derrotadas. Se llegó a editar la Gazeta oficial del reino y ejército carlista y a la construcción de una fábrica de armas. 

lunes, 3 de junio de 2013

EL FRACASO ANUNCIADO DE UNA HUELGA Y LA CARTA SOCIAL.

Una vez consumado el fracaso anunciado de la huelga del 30M, a pesar de las declaraciones autocomplacientes de algunos líderes sindicales, toca pensar en el futuro. Desde luego, si algo ha dejado claro la escasa respuesta, en relación a anteriores convocatorias, de la huelga del 30M es que la dinámica actual está agotada, que no consigue acumular fuerzas ni sensaciones positivas de cara al futuro. Tanto da que sea culpa de la situación objetiva: del miedo de los trabajadores, la agudización de la pobreza y el paro..; de los propios errores de los sindicatos: divididos e incapaces de aportar nuevos caminos; o de las maniobras de gobiernos y patronales, que a buen seguro aprovechan esta situación para arrimar el ascua a su sardina ¿Es que alguien esperaba otra cosa? 
En cualquier caso, se impone un cambio de estrategia si se quiere hacer frente a la ofensiva neoliberal y avanzar en el cambio social.
En ese sentido puede ser positiva la iniciativa para la elaboración de una carta social, a través de un proceso participativo. No es la primera vez que se intenta algo semejante en los últimos tiempos en Euskal Herria, pero ello no  le resta en absoluto su interés.