Nos sorprende a las personas que practicamos el nudismo (donde nos dejan) este debate
entre “textiles”, un término que
utilizamos para denominar a quienes se empeñan en bañarse y secarse al sol
cubiertos por telas.
Desde nuestro punto de vista, resulta chocante que sean precisamente las personas que ocultan ciertas partes de su cuerpo quienes critiquen a las que amplían esa absurda vergüenza gazmoña a otras
partes de sus anatomías.
Están quienes se niegan, contra natura, a dejar secar al sol sus pollas, culos y coños
desnudos, y algunas señoras tampoco las
tetas, aunque otras sí como es sabido.
Y ahora aparecen estas nuevas bañistas, que (colmo de males) tampoco quieren enseñar
brazos ni piernas y ni siquiera el pelo.
De modo que los
primeros quieren obligarles a enseñarlas a toda costa, por lo menos si se
quieren bañar sin ser detenidas.
Realmente, están locos estos “textiles”.
Con qué derecho, estos que se escandalizan de ver nuestros
cuerpos desnudos y en muchos casos hasta
prohíben el nudismo en las playas, intentan ahora convertirse en los
defensores de la libertad, ordenando por su cuenta que se puede enseñar y que
no en las playas de la Republica.
Las personas
nudistas, venimos de una estirpe libertaria. Una antigua tradición que tiene su origen en los primeros atletas
olímpicos, que como plasmó el gran Fidias competían desnudos en los juegos; o en las muchachas cretenses que saltaban
sobre los toros con los pechos desnudos,
pezones enhiestos al sol.
Somos herederos del mejor higienismo libertario, que
considera nuestros cuerpos como algo natural de lo que no tenemos que
avergonzarnos, convencidos de las bondades físicas y mentales del contacto
entre esos cuerpos desnudos y el entorno natural; sin esconder nuestros
defectos, sin renegar del paso del
tiempo en la piel ni exhibir tampoco con vano orgullo mercantil supuestos cuerpos diez, eso se lo
dejamos a los jóvenes textiles.
Como libertarios que somos jamás se nos ocurriría prohibir a
nadie que se bañe o se solace más o menos vestido. Exigimos nuestro derecho
a disponer de forma libre de nuestros
cuerpos pero no imponemos a nadie
nuestras maneras.
La colonización patriarcal de los cuerpos
tiene muchas caras, en el
occidente cuando convierte el cuerpo de
la mujer en mercancía para satisfacer el deseo masculino, que lo consume de
forma real o imaginaria; o en el oriente, donde hace exclusivo el disfrute de
esa mercancía a su señor legal por la
gracia de Dios.
Las religiones monoteístas, con su idea de pecado,
justifican esta posesión patriarcal. Aquí y allí mostrar nuestras “vergüenzas”
(término suficientemente explicativo) en público es pecado. Nuestras partes”
pudendas” deben ser revestidas de envoltorios: de colores papel cuché en un
caso, o de papel de estraza en otro… puede
que nos guste más el primero, pero no deja de ser un envoltorio.