lunes, 24 de abril de 2017

BAJO SOSPECHA


Es peligroso ser pobre amigo/ es peligroso ser pobre amigo/.
La frase se repite como estribillo en La Cantata de Santa María de Iquique, donde el grupo Quilapayun narra la masacre de los mineros  chilenos en huelga en aquella ciudad andina.
Una frase que  bien se podría utilizar también hoy  día, para referirnos al estado de sospecha que las administraciones vascas, y  ciertos partidos políticos,  han levantado sobre los pobres en los últimos tiempos.
En este país, para el gobierno y buena parte de la clase política, ser pobre es sinónimo de sospechoso,  de defraudador potencial,  de timador en ciernes…
No se trata sólo de la indignante medida de la huella electrónica para pobres que quiere imponer Lanbide.
La obsesión controladora ha llegado a tal extremo, que  la prioridad de la  normativa sobre la regulación de la RGI, y otras ayudas, se basa más en la intención de controlar que en la  de ayudar a la persona empobrecida.
 La retirada inmediata de la RGI, es la norma casi absoluta ante casi cualquier irregularidad, real o supuesta. De manera, que a menudo, se pone en peligro el proceso de inserción social de la persona preceptora.
Todo ello, a causa del rigor controlador de una administración  temerosa de crear precedentes, que puedan ser aprovechados por un supuesto defraudador universal  siempre atento a aprovechar cualquier resquicio para dar gato por liebre a la administración.
Una concepción del pobre como  enemigo, que viene de muy atrás en el tiempo y es común al discurso hegemónico de la derecha y  de cierta izquierda.
Un discurso  que considera al pobre como vago, que no quiere trabajar, y al que hay que atar bien en corto si no queremos que contamine al buen trabajador pilar de la sociedad.
 Una idea, en el fondo, profundamente mezquina y desconfiada sobre la condición humana.
En los comienzos de la industrialización, en Inglaterra, a causa del inmenso caudal de parados pobres que se morían de hambre tras ser expulsados de sus tierras, el gobierno no tuvo más remedio que subsidiar a las familias y legislar las llamadas leyes de pobres.
Millones de pobres acabaron encerrados en centros, sometidos a riguroso control bajo normas absurdas pero draconianas, lo que los convirtió de vigorosos campesinos a parados profesionales, pobres de solemnidad a cargo de la sopa boba.
Entonces, para evitar los casos de picaresca, se inició una represión moral y física tan grande, que los suicidios se contaban por cientos cada día en aquellos campos de exterminio para pobres.
Cuenta el historiador Karl Polanyi que las leyes de pobres coincidieron con la prohibición de las primeras hermandades obreras en Gran  Bretaña, y no es casualidad, porque, en el fondo -entonces y ahora- el gran fantasma que temen  los poderosos no es el “pobre defraudador”, sino el pobre consciente de que su pobreza es funcional a la riqueza de otros… Un pobre pasivo que se convierte en sujeto activo y  que acaba luchando contra las normas que permiten  la cronificación  de la riqueza (y por consiguiente de la pobreza)  y su acumulación en cada vez menos manos.
Juan Ibarrondo