Es peligroso
ser pobre amigo/ es peligroso ser pobre amigo/.
La frase se
repite como estribillo en La Cantata de Santa María de Iquique, donde el grupo
Quilapayun narra la masacre de los mineros chilenos en huelga en aquella ciudad andina.
Una frase
que bien se podría utilizar también hoy día, para referirnos al estado de sospecha que
las administraciones vascas, y ciertos
partidos políticos, han levantado sobre
los pobres en los últimos tiempos.
En este país,
para el gobierno y buena parte de la clase política, ser pobre es sinónimo de
sospechoso, de defraudador
potencial, de timador en ciernes…
No se trata
sólo de la indignante medida de la huella electrónica para pobres que quiere
imponer Lanbide.
La obsesión
controladora ha llegado a tal extremo, que
la prioridad de la normativa
sobre la regulación de la RGI, y otras ayudas, se basa más en la intención de
controlar que en la de ayudar a la
persona empobrecida.
La retirada inmediata de la RGI, es la norma
casi absoluta ante casi cualquier irregularidad, real o supuesta. De manera,
que a menudo, se pone en peligro el proceso de inserción social de la persona
preceptora.
Todo ello, a
causa del rigor controlador de una administración temerosa de crear precedentes, que puedan ser
aprovechados por un supuesto defraudador universal siempre atento a aprovechar cualquier
resquicio para dar gato por liebre a la administración.
Una
concepción del pobre como enemigo, que
viene de muy atrás en el tiempo y es común al discurso hegemónico de la derecha
y de cierta izquierda.
Un discurso que considera al pobre como vago, que no
quiere trabajar, y al que hay que atar bien en corto si no queremos que
contamine al buen trabajador pilar de la sociedad.
Una idea, en el fondo, profundamente mezquina
y desconfiada sobre la condición humana.
En los
comienzos de la industrialización, en Inglaterra, a causa del inmenso caudal de
parados pobres que se morían de hambre tras ser expulsados de sus tierras, el
gobierno no tuvo más remedio que subsidiar a las familias y legislar las
llamadas leyes de pobres.
Millones de
pobres acabaron encerrados en centros, sometidos a riguroso control bajo normas
absurdas pero draconianas, lo que los convirtió de vigorosos campesinos a
parados profesionales, pobres de solemnidad a cargo de la sopa boba.
Entonces,
para evitar los casos de picaresca, se inició una represión moral y física tan
grande, que los suicidios se contaban por cientos cada día en aquellos campos
de exterminio para pobres.
Cuenta el historiador
Karl Polanyi que las leyes de pobres coincidieron con la prohibición de las
primeras hermandades obreras en Gran
Bretaña, y no es casualidad, porque, en el fondo -entonces y ahora- el
gran fantasma que temen los poderosos no
es el “pobre defraudador”, sino el pobre consciente de que su pobreza es
funcional a la riqueza de otros… Un pobre pasivo que se convierte en sujeto
activo y que acaba luchando contra las
normas que permiten la
cronificación de la riqueza (y por
consiguiente de la pobreza) y su
acumulación en cada vez menos manos.
Juan
Ibarrondo
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.