Dice el
Filósofo Santiago Alba, que en estos tiempos de capitalismo y tecnología
acelerada tratamos de huir de nuestros cuerpos, en una carrera imposible por
abstraernos de la carne y convertirnos en puro verbo que habita en una realidad
crecientemente virtual.
Somos el
producto de un nuevo “inconsciente
colectivo”, descarnado y progresivamente
acelerado en su huida imposible de la carne y la muerte; Habitantes de un imaginario global colonizado por el mercado
capitalista, lo que nos convierte en
seres narcisistas, en puros consumidores, en zombis incapaces de saciar su apetito, como
bestias que tienen más hambre después de comer que antes, presas del pánico ante el paso del tiempo y la
decadencia del cuerpo.
Así
podríamos definir las regiones profundas de lo que somos, del homo-tecnológico- consumidor, allí donde
se forman las pulsiones y miedos que,
como sabemos, influyen en nuestras decisiones conscientes; decisiones que dan forma a las relaciones sociales, para
conformar, al fin, el capitalismo (auto) destructivo donde habitamos.
Pero también
es verdad, que esa influencia inconsciente del deseo y el miedo mercantilizados
no es necesariamente determinante de
nuestros actos, pues podemos frenar nuestros apetitos, afrontar nuestros
terrores, y reconsiderar nuestras acciones a la luz de sus consecuencias.
Sin embargo,
no es una tarea que podamos afrontar a solas, pues somos ante todo seres sociales: cuerpos
interdependientes que reconstruimos, (actualizamos) día a día, nuestra
percepción de la realidad en común con otras personas.
Por eso, es más importante que nunca construir un “consciente
colectivo”, que ponga coto al desenfreno capitalista que coloniza nuestros
deseos y pulsiones más íntimas: separando a las personas en pos de una radical
e ilusoria independencia personal. Una
independencia que no puede existir en el mundo real de los cuerpos
interdependientes, pero sí en el mundo virtual de objetos y pasiones trasformados en
mercancía, un mundo donde pasamos cada vez más tiempo de nuestras vidas.
Ese “consciente
colectivo” del que hablo debe empezar por reconstruir el pasado, para actuar (vivir)
en el presente y tratar de prever (imaginar) el futuro de forma consciente, pues el capitalismo nos hace vivir un futuro
ilusorio, ser esclavos de un futuro que nunca llega.
Un “consciente
colectivo” que debe ser también una conciencia colectiva. Es decir, debe incluir un componente ético, un
imperativo ético articulado en común desde la memoria.
En marzo de
1976 se dio algo de esto, se formó una
conciencia colectiva, una ilusión compartida, un actuar consciente y común en búsqueda de un futuro más justo, más
humano, más solidario...
Recordarlo
es fortalecer la memoria de ese “consciente colectivo” en construcción -que es
también conciencia ética y social- para
oponernos a la corriente poderosa y subterránea del capitalismo, que oculta el
mismo paso del tiempo en su continuo
consumir (consumirse) mercancías entendidas
como abstracciones atemporales. Un flujo
virtual que ignora las necesidades de los cuerpos y su
interdependencia. A fin de cuentas, la
necesidad de cuidar de quien te cuida.
Mañana tres
de marzo, nos vemos en las calles, juntas.