En los momentos
en que la represión aprieta, como ahora, cuando desde el gobierno español
quieren imponernos una ley represora, cercenadora de libertades y
antidemocrática…, quienes discrepamos del actual estado de las cosas tendemos a
ponernos a la defensiva. Es algo normal, pues el poder que tenemos enfrente es
grande, y, a veces, parece imposible oponerse a él con eficacia, ganado
terreno, y avanzando en la consecución de nuestras demandas.
Por eso, hoy, en
vez de hablar de la defensa de los derechos humamos y las libertades básicas,
daré un paso conceptual hacia delante y hablaré del derecho a la rebelión. Es decir del derecho que asiste al pueblo
soberano para rebelarse ante las leyes injustas, y contra las injusticias manifiestas.
Lo haré
utilizando las palabras de dos grandes filósofos, que, sin duda alguna, han
tenido una gran importancia a la hora de construir el pensamiento occidental,
así como en la manera de entender la
política y de construir las sociedades modernas. Me refiero a Baruch Spinoza y
a John Locke. Ambos reconocieron y teorizaron sobre este derecho. El derecho
del pueblo a la rebelión.
El óptico
holandés, racionalista heterodoxo y precursor de la ilustración, tenia por
cierto que ““(Los gobernantes) No pueden infringir o ignorar abiertamente las leyes
de las cuales han sido ellos mismos autores. En ese caso no mantendrían la
autoridad, pues no les es posible ser y
no ser al mismo tiempo” (…) “Por último no podrán (los gobernantes) hacer el
bufón, asesinar o robar a sus
súbditos, ni hacerse cómplices de crímenes tan graves, sin que el miedo se
cambie en violencia. Y por consecuencia el estado político se transforme en
estado de guerra”. Palabras que parecen escritas
para definir el comportamiento de muchos de nuestros actuales gobiernos e
instituciones.
Ante ello Spinoza tenía claro que “El
contrato o leyes por las cuales la multitud delega su derecho a una asamblea o
a un hombre, deben, sin duda alguna, romperse cuando el bienestar general
reclame semejante infracción.
Unos años más tarde, el filósofo
inglés John Locke escribía: “Siempre que los
legisladores tratan de arrebatar y destruir la propiedad del pueblo, o intentan reducir al
pueblo a la esclavitud bajo un poder arbitrario, están poniéndose a sí mismos
en un estado de guerra con el pueblo, el cual, por eso mismo, queda absuelto de
prestar obediencia, y libre para acogerse al único refugio que Dios ha procurado a todos los hombres frente a la fuerza y la violencia. Por lo tanto, siempre que el poder
legislativo viole esta ley fundamental de la sociedad, y ya sea por ambición,
por miedo, por insensatez o por corrupción, trate de acumular excesivo poder o
de depositarlo en manos de cualquier otro, es decir, un poder sobre las vidas,
las libertades y los bienes del pueblo, estará traicionando su misión; y, por
ello mismo, estará trocando el poder que el pueblo puso en sus manos, por otro
con fines distintos. Y al hacer esto, estará devolviendo al pueblo el poder que
éste le dio, y el pueblo tendrá entonces el derecho de retomar su libertad
original y el de establecer un nuevo cuerpo legislativo que le parezca
apropiado y que le proporcione protección y seguridad, que es el fin que
perseguía al unirse en sociedad”.
Volviendo a la actualidad, me gustaría acabar este artículo recordando
una de las consignas que coreaba la gente de la PAH en Cataluña, una consigna
que resume muy bien la cuestión, pues en el fondo todo se resume en saber “quién
lleva la batuta, el pueblo organizado o el banquero hijo de puta” Es decir, o
somos capaces de rebelarnos y cambiar este simulacro democrático en que vivimos,
o estaremos abocados a ser gobernados bajo los intereses y designios de
plutócratas inmisericordes ajenos al bien común.