jueves, 19 de diciembre de 2013

EL TIEMPO ES ORO

PONENCIA EN INMERSIONES 2013 GASTEIZ

EL TIEMPO ES ORO, DE LA CONVERSIÓN DEL TIEMPO EN MERCANCÍA. 
Juan Ibarrondo & Marta Gil


Por decirlo de una vez, el gran Midas de nuestro tiempo, el sistema capitalista, basa su funcionamiento en la conversión alquímica del tiempo en oro.
Desde luego, para entender esta idea, la conversión del tiempo en oro, es preciso tener en cuenta una de las claves del capitalismo como es la conversión del trabajo en mercancía. Desde nuestro punto de vista, ese proceso puede entenderse como una expropiación del tiempo de la vida, del uso del tiempo.
Primero del tiempo del trabajo, que se convierte en mercancía; y luego del tiempo del ocio, con la generalización de la sociedad de consumo.
Cuando trabajamos vendemos nuestro tiempo, y nuestro tiempo de ocio lo compramos; luego  el tiempo, por así decir, queda convertido en mercancía: en objeto de compra y venta. Se convierte  en algo valorado no por su valor de uso sino por su valor de cambio.

Santiago Alba[1], lo expresaba de forma poética explicando cómo el mercado rompe los muros que tradicionalmente lo cercaron, deja de ser un lugar delimitado en el espacio, se extiende por la ciudad, por los campos, los bosques, entra e nuestros cuerpos y, finalmente, coloniza el tiempo.
Castoriadis, por su parte, destaca “la coincidencia y la convergencia que se constata, digamos a partir del siglo XIV, entre el nacimiento y la expansión de la burguesía, y  el interés obsesivo y creciente que se siente por los inventos y los descubrimientos,  el paso del mundo cerrado al universo infinito y la perspectiva de un progreso indefinido del conocimiento”[2]
Esta última idea, la perspectiva temporal de un progreso indefinido, la idea de crecimiento económico y desarrollo técnico ad infinitum, o más bien su crítica, es clave para entender nuestra propuesta.
Dicho de otra forma, la critica a la idea cartesiana de que un uso determinado de la razón -el que surge  con el capitalismo- es condición necesaria y suficiente para que nos volvamos dueños y señores de la naturaleza. Capaces, por tanto,  de convertir el tiempo en oro.
Es decir, en valorar sólo lo que puede contabilizarse, una manera de entender el mundo eminentemente cuantitativa; de forma que “sólo que puede contarse cuenta”, considerando el resto como saberes menores, de segunda categoría: como el arte o la filosofía… que pasan a ser pasatiempos para ociosos, perdiendo así su antigua consideración de sistemas de interpretación de la realidad. Como escribía Walter Benjamin, el arte perdía su aura. 
El capitalismo no hubiera sido posible sin una forma más exacta de medir el tiempo.  Una de las claves del capitalismo, la consecución del mayor beneficio en el menor tiempo posible, implica un cambio en la manera en que percibimos y medimos el tiempo; y a la vez sólo este cambio hace posible el capitalismo. Esto explica también que las sociedades con una concepción cíclica del tiempo sean más refractarias al desarrollo capitalista.
Con la aparición y desarrollo primero de las campanas, y luego  del reloj, que permitía sistematizar la producción en franjas horarias cada vez más precisas (un proceso que se aceleró con la tecnología digital) se hizo posible el capitalismo.
En palabras de Ivan Ilich “Con el surgimiento de nuevas formas de energía y de poder se alteró la relación que el hombre tenía con el tiempo (…) El tiempo se convierte en oro, en dinero, y el uso del reloj de generaliza, y con él la idea de la “falta de tiempo”: Me sobran cuatro horas hasta la comida, ¿cómo voy a gastarlas? Voy justo de tiempo.  Sería una pérdida de tiempo ir a las reuniones. Así ahorraré una hora…”  [3]
De forma, que reflexionar sobre el antidinero, supone, en el fondo, reflexionar sobre qué uso hacemos del tiempo en el capitalismo. En este sentido, es necesaria también por tanto, una crítica al trabajo sacralizado, al mito del desarrollo, y a la tecno-ciencia capitalista entendida como solucionadora mágica de todos los problemas.
En la contemporaneidad, existen dos líneas de pensamiento que resulta imprescindible reseñar cuando tratamos de buscar alternativas al dinero, que, al fin y al cabo, viene a ser lo mismo que buscar alternativas al capitalismo.
Una es la economía feminista, o ecofeminista, que propone una economía al servicio de la vida, del cuidado mutuo, tanto entre personas, como entre estas y la naturaleza, frente a un sistema: el capitalismo patriarcal, que, por el contrario, pone la vida al servicio de la economía, una economía de hombres que no valora, no cuantifica, el trabajo de las mujeres.
 La otra es el concepto de “buen vivir” que elabora el movimiento indígena en América Latina. El  buen vivir se contrapone a vivir mejor. Vivir mejor, cada vez mejor, que sería lo que propone el desarrollismo capitalista con sus tres pilares básicos, los ideales de progreso, desarrollo, y crecimiento ad infinitum. Pues la frase vivir mejor, siempre exige incluir la partícula “Que”, es decir vivir mejor que el otro, o vivir mejor que antes, o cada vez mejor que antes. Vivir bien, en cambio, se basa en el equilibrio, en vivir de forma equilibrada entre personas y con la naturaleza. Un equilibrio dinámico, a través de micro cambios cualitativos. Algo similar, en ese sentido, a la idea Benjaminiana[4] del tiempo, como afloramiento de instantes, cuya sustancia es la utopía que no estaría en el futuro sino en cada uno de ellos.   






[1] Santiago Alba. Las reglas del caos. Anagrama
[2] C. Castoriadis, El mito del desarrollo. V.A.
[3] La convivencialidad. Ivan Illich. 1974.
[4] Walter Bejamin: tesis de filosofía de la historia.