EL TIEMPO ES ORO,
DE LA CONVERSIÓN DEL TIEMPO EN MERCANCÍA.
Juan Ibarrondo & Marta Gil
Por decirlo de
una vez, el gran Midas de nuestro tiempo, el sistema capitalista, basa su
funcionamiento en la conversión alquímica del tiempo en oro.
Desde luego, para entender esta idea, la conversión del tiempo en oro, es preciso tener en cuenta una de
las claves del capitalismo como es la conversión del trabajo en mercancía.
Desde nuestro punto de vista, ese proceso puede entenderse como una
expropiación del tiempo de la vida, del uso del tiempo.
Primero del tiempo del trabajo, que se convierte en mercancía; y luego
del tiempo del ocio, con la generalización de la sociedad de consumo.
Cuando trabajamos vendemos nuestro tiempo, y nuestro tiempo de ocio lo
compramos; luego el tiempo, por así
decir, queda convertido en mercancía: en objeto de compra y venta. Se
convierte en algo valorado no por su
valor de uso sino por su valor de cambio.
Santiago Alba[1],
lo expresaba de forma poética explicando cómo el mercado rompe los muros que
tradicionalmente lo cercaron, deja de ser un lugar delimitado en el espacio, se
extiende por la ciudad, por los campos, los bosques, entra e nuestros cuerpos
y, finalmente, coloniza el tiempo.
Castoriadis, por su parte, destaca “la
coincidencia y la convergencia que se constata, digamos a partir del siglo XIV,
entre el nacimiento y la expansión de la burguesía, y el interés obsesivo y creciente que se siente
por los inventos y los descubrimientos,
el paso del mundo cerrado al universo infinito y la perspectiva de un
progreso indefinido del conocimiento”[2]
Esta última idea, la perspectiva temporal de un progreso indefinido, la
idea de crecimiento económico y desarrollo técnico ad infinitum, o más bien su crítica, es clave para entender nuestra
propuesta.
Dicho de otra forma, la critica a la idea cartesiana de que un uso
determinado de la razón -el que surge
con el capitalismo- es condición necesaria y suficiente para que nos volvamos
dueños y señores de la naturaleza. Capaces,
por tanto, de convertir el tiempo en
oro.
Es decir, en valorar sólo lo que puede contabilizarse, una manera de
entender el mundo eminentemente cuantitativa; de forma que “sólo que puede
contarse cuenta”, considerando el resto como saberes menores, de segunda
categoría: como el arte o la filosofía… que pasan a ser pasatiempos para
ociosos, perdiendo así su antigua consideración de sistemas de interpretación
de la realidad. Como escribía Walter Benjamin, el arte perdía su aura.
El capitalismo no hubiera sido posible sin una forma más exacta de medir
el tiempo. Una de las claves del
capitalismo, la consecución del mayor
beneficio en el menor tiempo posible, implica un cambio en la manera en que
percibimos y medimos el tiempo; y a la vez sólo este cambio hace posible el
capitalismo. Esto explica también que las sociedades con una concepción cíclica
del tiempo sean más refractarias al desarrollo capitalista.
Con la aparición y desarrollo primero de las campanas, y luego del reloj, que permitía sistematizar la
producción en franjas horarias cada vez más precisas (un proceso que se aceleró
con la tecnología digital) se hizo posible el capitalismo.
En palabras de Ivan Ilich “Con el
surgimiento de nuevas formas de energía y de poder se alteró la relación que el
hombre tenía con el tiempo (…) El tiempo
se convierte en oro, en dinero, y el uso del reloj de generaliza, y con él la
idea de la “falta de tiempo”: Me sobran cuatro horas hasta la comida, ¿cómo
voy a gastarlas? Voy justo de tiempo.
Sería una pérdida de tiempo ir a las reuniones. Así ahorraré una
hora…” [3]
De forma, que reflexionar sobre el antidinero,
supone, en el fondo, reflexionar sobre qué uso hacemos del tiempo en el
capitalismo. En este sentido, es necesaria también por tanto, una crítica al
trabajo sacralizado, al mito del desarrollo, y a la tecno-ciencia capitalista
entendida como solucionadora mágica de todos los problemas.
En la
contemporaneidad, existen dos líneas de pensamiento que resulta imprescindible
reseñar cuando tratamos de buscar alternativas al dinero, que, al fin y al
cabo, viene a ser lo mismo que buscar alternativas al capitalismo.
Una es la
economía feminista, o ecofeminista, que propone una economía al servicio de la
vida, del cuidado mutuo, tanto entre personas, como entre estas y la
naturaleza, frente a un sistema: el capitalismo patriarcal, que, por el
contrario, pone la vida al servicio de la economía, una economía de hombres que
no valora, no cuantifica, el trabajo de las mujeres.
La otra es el concepto de “buen vivir” que
elabora el movimiento indígena en América Latina. El buen vivir se contrapone a vivir mejor. Vivir
mejor, cada vez mejor, que sería lo que propone el desarrollismo capitalista
con sus tres pilares básicos, los ideales de progreso, desarrollo, y
crecimiento ad infinitum. Pues la frase vivir mejor, siempre exige incluir la
partícula “Que”, es decir vivir mejor que el otro, o vivir mejor que antes, o
cada vez mejor que antes. Vivir bien, en cambio, se basa en el equilibrio, en
vivir de forma equilibrada entre personas y con la naturaleza. Un equilibrio
dinámico, a través de micro cambios cualitativos. Algo similar, en ese sentido,
a la idea Benjaminiana[4]
del tiempo, como afloramiento de instantes, cuya sustancia es la utopía que no
estaría en el futuro sino en cada uno de ellos.