La gente de la tele, es un término que sirve para
definir a un amplio sector de la sociedad que forma sus opiniones políticas en
base a los contendidos, noticias, opiniones, emociones… que engulle a través de la televisión.
No es fácil de cuantificar este sector, ni tampoco
definir sus características sociológicas. Además, se argumenta -con razón- que el tele espectador no recibe de forma
absolutamente acrítica los contenidos televisivos, sino que dispone de ciertos
filtros, basados en la posibilidad de contraste con otros emisores de
información, y con su propia realidad,
así como la de sus vecinos, amigos,
familiares…
Sin embargo, parece evidente que de una manera
indirecta, compleja, y a veces contradictoria, las grandes cadenas de
televisión sí son capaces de influir de
manera muy decisiva en las opiniones, y en el voto, de amplias mayorías
sociales.
El uso cada vez mayor de las redes sociales y de los
medios en internet, la aparición de medios alternativos y periodistas críticos
en medios convencionales… no han conseguido descabalgar por ahora el poder casi
hegemónico de la televisión como creadora de opinión dentro de mediápolis: la ciudad mediada, producto
de la creciente virtualización de la realidad.
Sobre mediápolis,
hay que empezar por definir su carácter plutocrático; o, más bien, destacar que es un elemento clave del sistema plutocrático.
No en vano, la inmensa mayoría de los grandes medios
responden a ciertos intereses económicos
o de poder. O, mejor dicho, son capaces de construir consensos generales dentro
de una amalgama de intereses particulares a veces en disputa. Siempre en aras
del mantenimiento de un sistema de privilegios para las élites económicas y
políticas -altamente unificadas- que actualmente detentan el poder con
mayúsculas en nuestras sociedades.
De esa forma, la triada partidos/medios/empresas sigue funcionando a
toda máquina delimitando el terreno de juego de lo social, lo político y lo
económico. Con la estimable ayuda de la pretendida justicia, y el poder
institucionalizado y burocratizado de la academia.
Huelga decir, que mediápolis
es mucho más que televisión, pues
incluye las distintas industrias del espectáculo, grandes editoriales,
industria del porno, videojuegos, publicidad, internet… configurando de una
manera fluida y compleja la conocida como sociedad del espectáculo; tal y como
ya la definieran los situacionistas en el siglo pasado.
Por tanto, no debemos olvidar, que aunque la
televisión generalista sigue siendo pieza clave de mediápolis, no es la única sino que en ésta se incluyen nuevos y
viejos medios.
No hay más que ver cómo otras piezas del
conglomerado, tan antiguas como la radio y la prensa escrita, siguen gozando de
gran influencia, sobre todo en el ámbito local.
Pero, tal vez, algunos ejemplos puedan ayudarnos a comprender mejor el
funcionamiento de la ciudad mediada: un funcionamiento fluido (o líquido)
complejo y contradictorio; y su influencia
sobre televisión people.
En una ciudad mediana como Vitoria, u otras ciudades
de nuestro entorno, vemos como la
conjunción de poder político y mediático locales (en el caso vitoriano la
conexión PP/VOCENTO) consigue una notable influencia en la percepción de
amplias capas de la población sobre un tema sensible: las personas migrantes y
las ayudas sociales.
Una estrategia comunicativa, clara, repetida, y
continuada en el tiempo (difundida no
tanto a través de los grandes medios masivos sino de los medios locales
hegemónicos) ha conseguido transformar un malestar difuso causado por la crisis
y el recelo hacia los forasteros en un
discurso basado en el racismo y la
xenofobia.
En casos como este, las sucursales locales de mediápolis son capaces de romper con un
consenso previo a nivel global: el discurso políticamente correcto de la
multiculturalidad, para transformarlo en un discurso xenófobo y racista. Esta
transformación del imaginario colectivo se lleva a cabo para favorecer los
intereses políticos de los dueños de los medios y sus correlatos partidarios.
Para conseguirlo, se utilizan las hipocresías e inconsistencias del discurso
en que se basaba ese consenso políticamente correcto (la multiculturalidad)
como arietes para dinamitarlo y así lanzar (en un primer momento a nivel local) el nuevo discurso; utilizando, además, la defensa retórica de
cierto particularismo localista para justificarlo.
Esto se consigue, como hemos visto, con la construcción de un imaginario colectivo
donde el islam en particular, y las personas migrantes en general, se
constituyen en el enemigo (en este caso enemigo interior) culpable de todos los
males de la crisis y la desmoralización social.
Un discurso que, poco a poco, abandona el nivel de
lo local, y va ganando enteros en la mediápolis
globalizada, a la par del éxito de los partidos
xenófobos e islamófobos en cada vez más países occidentales; y a la par también del ascenso de las políticas
securócratas en la mayoría de esos países.
En las antípodas políticas de esta corriente autoritaria,
hay otro ejemplo que está en la mente de
todos y que tiene que ver también con mediápolis:
la fulgurante ascensión de Podemos.
Es indudable la importancia que ha tenido la repetida
aparición de algunos de los líderes de
Podemos en determinadas televisiones
para su notable éxito político.
Podemos, ha sabido utilizar las luchas de intereses
al interior de las élites, agudizadas por la crisis y la deslegitimación
progresiva del andamiaje político, para introducir en los medios un mensaje
relativamente rupturista que ha calado en televisión
people.
¿Cómo ha sido posible semejante fenómeno?
Para empezar, es necesario aclarar que -a pesar de
la propaganda al respecto de algunas estrellas del periodismo- parece claro que el fenómeno no se ha debido a
una presunta y repentina democratización de
mediápolis.
La explicación, por el contrario, es mucho más compleja.
Se ha hablado, por una parte, de un intento por
parte del PP de debilitar al “eterno rival” (o a la izquierda clásica) fomentando una competencia a la que en un
principio no se tomó demasiado en serio.
Seguramente, algo de esto ha habido, aunque tampoco explica en su
totalidad el ascenso de Podemos.
También la guerra por las audiencias entre las
grandes cadenas rivales ha tenido su influencia. Podemos suministraba cotas de
audiencia nunca vistas, y esto excitó a los propietarios de ciertas empresas
mediáticas hasta el punto de subestimar el peligro que podía suponer para sus
intereses, e incluso para el propio sistema plutocrático, encumbrar un partido
que podía cuestionar su hegemonía.
Al fin y al cabo, ellos movían los hilos de mediápolis -pensaron- y de la misma
forma en que habían creado “el monstruo”, igual podían destruirlo; o cuando menos domesticarlo.
De hecho, saber si son capaces de hacerlo o no es una pregunta todavía sin
respuesta, aunque todo indica que lo están intentando de forma denodada.
A nadie se le escapa, tampoco, que el terreno estaba
abonado. La depresión económica, la crisis del bipartidismo, la descomposición del régimen a nivel
territorial, la crisis de la monarquía, la corrupción rampante…han sido,
obviamente, condición del éxito mediático del discurso de Podemos.
Sin embargo, incluso en esas condiciones, los dueños
de mediápolis habrían podido
canalizar el descontento de manera más inofensiva para sus intereses, si no
hubiera sido por la creciente irrupción
de movimientos sociales (resistentes y resilentes) en los últimos años.
En mi opinión, ha sido, sobre todo, la aparición -fuera y dentro del foco
mediático- de movimientos sociales auto organizados la que ha posibilitado el
auge de Podemos como fuerza política relevante. Sin esos movimientos sociales
la sobreexposición mediática de los líderes de Podemos hubiera quedado en una
anécdota sin consecuencias prácticas.
En cualquier caso, ambos ejemplos nos sirven para
entender que mediápolis no es un ente
monolítico y omnipotente. Sino un complejo entramado de poderes que interactúan
creando componendas y consensos de forma fluida y a veces contradictoria.
Es posible, por tanto, aprovechar sus
contradicciones internas.
Introducir mensajes de ruptura en sus periferias (redes sociales, medios
en internet, mensajería en la red) todavía no tan controladas como sus centros
neurálgicos. O en viejos solares
abandonados por su pretendida
obsolescencia (radios, fanzines, panfletos escritos, carteles)
Podemos introducirnos a través de las grietas de sus
murallas y sus canales subterráneos para
iniciar la conquista de mediápolis. O por lo menos podemos
intentarlo.
Sin embargo,
haríamos mal si fiáramos todas nuestras esperanzas y esfuerzos a esta
conquista; que, siendo importante, sólo servirá si somos capaces de concebir y
construir otra sociedad fuera y radicalmente distinta de la que mediápolis representa.
Sería un profundo error reducir nuestras luchas a la
conquista de mediápolis con el único
objetivo de ganar las elecciones.
La construcción de contrapoderes populares, de
nuevas formas de relación social, económica, política… En suma, de nuevas
formas de vida en común, no pueden esperar a la conquista de mediápolis, ni a la toma de ningún
palacio de invierno político.
Debemos, por el contrario, acometerlas cuanto antes,
sin esperar a nada ni a nadie. Hala
Bedi.
Juan Ibarrondo
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