Las personas, como las
colectividades, somos capaces de lo mejor y lo peor, es esta una triste lección
de la Historia que no podemos obviar. La
repetida frase que asegura “el camino al
infierno está empedrado de buenas intenciones”, se puede aplicar por desgracia
a numerosos ejemplos.
Gentes normales y
corrientes, que creen tener la razón y la justicia de su lado, son perfectamente capaces de llevar a cabo excesos que a sus
ojos no lo son.
Algo así está pasando
en Abetxuko con el caso de los pichis, a mi modesto entender. Algo parecido también
a lo que sucede en Irún y Hondarribia
con los alardes.
Así, no es casual, que cuando preguntas por la discriminación a la mujer en el alarde a los betikos
guipuzcoanos, la respuesta es siempre la misma: “tú no lo puedes entender
porque no eres del pueblo”, o “del barrio”, si nos referimos al llamado “caso
de los pichis” en Abetxuko, cuando los que contestan son los betikos alaveses.
Sin embargo, si
examinamos los hechos con un mínimo de objetividad, nos encontramos con una
familia gitana acosada por un sector importante de vecinos del barrio de
Abetxuko, sin que haya mediado ningún hecho relevante por su parte que pudiera
justificar tal acoso.
Se trata, por tanto,
de un acoso preventivo, basado en el
miedo -amplificado por los medios de comunicación- a la
posible “invasión” de “un espacio común imaginario” por parte de
extraños violentos.