Las personas, como las
colectividades, somos capaces de lo mejor y lo peor, es esta una triste lección
de la Historia que no podemos obviar. La
repetida frase que asegura “el camino al
infierno está empedrado de buenas intenciones”, se puede aplicar por desgracia
a numerosos ejemplos.
Gentes normales y
corrientes, que creen tener la razón y la justicia de su lado, son perfectamente capaces de llevar a cabo excesos que a sus
ojos no lo son.
Algo así está pasando
en Abetxuko con el caso de los pichis, a mi modesto entender. Algo parecido también
a lo que sucede en Irún y Hondarribia
con los alardes.
Así, no es casual, que cuando preguntas por la discriminación a la mujer en el alarde a los betikos
guipuzcoanos, la respuesta es siempre la misma: “tú no lo puedes entender
porque no eres del pueblo”, o “del barrio”, si nos referimos al llamado “caso
de los pichis” en Abetxuko, cuando los que contestan son los betikos alaveses.
Sin embargo, si
examinamos los hechos con un mínimo de objetividad, nos encontramos con una
familia gitana acosada por un sector importante de vecinos del barrio de
Abetxuko, sin que haya mediado ningún hecho relevante por su parte que pudiera
justificar tal acoso.
Se trata, por tanto,
de un acoso preventivo, basado en el
miedo -amplificado por los medios de comunicación- a la
posible “invasión” de “un espacio común imaginario” por parte de
extraños violentos.
De hecho, la única
razón que esgrimían los vecinos exaltados que se basase en hechos reales (más
allá del intento de hurto de unas chuches por una niña de ocho años) era la
ocupación de la casa de una vecina. Pero, hay que decir, que esa aparente razón
escondía medias verdades que ahora han quedado al descubierto.
No es verdad que la
casa fuera la vivienda habitual de la propietaria, como se ha dicho, era una casa, vacía primero y luego ocupada
por dos veces, como tantas otras que existen en nuestra ciudad: sin condiciones
de habitabilidad a falta de una reforma importante y costosa.
Los vecinos alzados, tergiversaron
la historia al relatarla como un enfrentamiento entre Arantxa (la propietaria
de la casa y vecina de toda la vida) y Los Pichis (extraños invasores) que
expulsan a esa vecina de su casa.
Desde luego a Arantxa (y
a sus parientes copropietarios) les asisten sus derechos como propietarios de
la casa, para venderla, alquilarla, o habitarla tras afrontar las necesarias
reformas, pero mientras tanto nos encontramos ante una colisión de derechos: el
derecho a la vivienda de quien no dispone de los medios para acceder a ella y
la propiedad privada de un inmueble vacío.
Una colisión que debe
resolver la justicia, y en la que como
era previsible (pues la legislación actual prima casi siempre la propiedad
privada sobre otros derechos) el juez ha dado la razón a los propietarios.
Se produjo entonces un
hecho que rompió los esquemas colectivos de los vecinos descontentos. Otra
vecina del barrio ofreció su casa de forma solidaria a los “odiados Pichis”,
con lo que de inmediato se convirtió en traidora a ojos de los betikos
alaveses.
No es algo nuevo, el “con nosotros o contra nosotros” se aplica
con rigor en Abetxuko a cualquier vecino que no comulgue con la decisión de expulsar del barrio a esta familia, haga lo
que haga, o diga lo que diga. Aunque no exista ya la ocupación ilegal de un
inmueble, y manifiesten una y otra vez que ellos sólo desean integrarse en el barrio de manera
normalizada. Pero la cosa es todavía más grave,
pues varias personas de esta familia son menores, a los que se niega
incluso el derecho a escolarizarse en el barrio. Además, en vez de calmarse el
ambiente con la familia reubicada legalmente en Abetxuko, se vuelven a producir
escraches ante la casa, se recrudecen las amenazas a vecinas que no comulgan
con los acosadores, aparecen en las redes sociales peticiones de boikot a los
negocios de los disconformes, y hasta se
producen agresiones a defensores de DDHH
que se posicionan a favor de la familia acosada.
Todo ello en nombre de
una comunidad, que se idealiza como homogénea, y que se empodera a sí misma de
la peor manera posible: en el rechazo a
una familia que encarna simbólicamente el mal en sí mismo.
A partir de ahí, todo vale para que la comunidad idealmente
unida y homogénea se salga con la suya
en defensa del “bien” común.
Una asociación de
vecinos con intachable trayectoria no es capaz de parar semejante bola de nieve
xenófoba, y por el contrario la aumenta amplificando y liderando las movilizaciones
contra los pichis, y con declaraciones que siempre dan la razón a una parte de
los vecinos en conflicto…, todo ello con
el pretexto de un asamblearismo mal entendido, donde el que más grita más razón
tiene, donde se discute desde las tripas y no con la cabeza…
Los medios de
comunicación -casi sin excepciones- ajenos a cualquier consideración ética
sobre su papel social, se dedican a echar leña al fuego en un duelo de
sensacionalismo impresentable.
Los partidos políticos,
por lo menos en un principio, miran para
otro lado, cuando no se posicionan a favor de los acosadores, temerosos de
perder votos en el barrio. Incluso la sociedad civil, los movimientos sociales
más activos, tardan en reaccionar (con contadas excepciones) paralizados ante
el dilema de que son los vecinos (la gente, el pueblo, el sujeto de la lucha)
quienes vulneran derechos humanos de “el otro”, rompiendo así el tradicional
esquema de resistencia ante el poder, pues en este caso ese poder está en
casa.
El ayuntamiento, por
su parte, no pone en marcha el
supuestamente bien engrasado sistema de protección social, no actúan los
educadores de calle, las integradoras, ni las trabajadoras sociales… que son
las instancias que lógicamente deberían hacerlo en un caso como este.
Mientras, en las declaraciones de alcaldía se pone el acento
en las obligaciones de esta familia en exclusión social, en vez de ayudarla a
superarla como parece lo lógico, tratando así (sin éxito) de calmar a los
vecinos exaltados: “que vayan a Etxebide como todos” dice el alcalde, a pesar
de que el ayuntamiento tiene viviendas para casos de emergencia habitacional
como este.
En resumen, nadie
quiere coger la patata caliente. Tiene que ser el fiscal general quien, como
Poncio Pilatos ante el Sanedrín, exclame
“¿Pero que han hecho estos hombres?” para luego lavarse las manos.
A todo esto, los
sectores más reaccionarios de la ciudad se frotan las manos y hacen el caldo
gordo con el asunto. Vuelven viejas consignas xenófobas a las redes sociales: parásitos,
delincuentes, y otras lindezas semejantes. “Con Maroto esto no hubiera pasado”
es la nueva consigna del facherío
local.
El portavoz de SOS
racismo se convierte en el enemigo público número uno, y los partidos del
equipo de gobierno son calificados como colaboradores necesarios de los
enemigos de la “gente de bien”: ¿Dónde está Gora Gasteiz ahora? Reclaman a voz
en cuello los marotinos.
Y nosotros, quienes
participamos en esa iniciativa tan ilusionante, quedamos paralizados por el estupor de algo
que no previmos.
¿Habíamos oído que
estas cosas pasaban en París, en Alemania, o en Grecia? Pero no concebimos que pudiera pasar en Abetxuko y esto nos restó capacidad de
reacción.
Pero las cosas son como
son y los hechos innegables. Ha llegado el momento de dejar de ponernos de
perfil a esperar a que pase el vendaval, que arrecia creciente, para empezar a
tomar partido, tomar partido hasta mancharnos.
Juan Ibarrondo.
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