LIBROS EN ACCIÓN.
PRÓLOGO DE JUANTXO ESTEBARANTZ.
Soñar otros mundos en plena apoteosis del que uno
vive es una ímproba tarea que exige desprenderse de las certezas de la época;
preveer nuevos escenarios cuando la tierra que uno pisa comienza a temblar es,
por el contrario, un acto de responsabilidad.
De nuevo bajo el género narrativo de
ciencia-ficción Juan Ibarrondo nos presenta en 2012 “Gerotron 2050” , segunda parte o, como
gusta el neologismo, precuela de su “Retazos de la Red” editado en 2005. Siete
años median así entre ambas novelas, siete años en los que el ejercicio
literario de anticipación de un nuevo mundo surgido tras el ocaso de la
civilización industrial, no queda ya como delirio sino como mero sentido común
ante el ruido cada vez más atronador de los signos que nos avanzan su colapso.
Desde la planicie de la meseta del crecimiento
económico, en aquellos primeros años del tercer milenio occidental, desde el
punto más álgido de incremento material pero que sólo podía aspirar a retrasar
su ineluctable caída, “Retazos de la Red” describía la euforia desquiciada de
aquel momento, partiendo de un escenario futuro en el que, tras la desaparición
del capitalismo industrial, se intentaban adivinar las claves de una
civilización cuyos restos únicamente permitían esbozar unos contornos a todas
luces grotescos. Esta suerte de “arqueología invertida” de la que se servía el
autor, este enterramiento de fragmentos descontextualizados y reinterpretados a
la luz de la sensatez del ojo extraño, nos permitía reflexionar sobre aquellos
fuegos fatuos que todavía vivíamos, regalando una distancia temporal que soltaba
los grillos de un bienestar paralizante.
Eran entonces tiempos en que aquellos activistas
que insistían en la inminencia del batacazo del capitalismo financiero, que
precipitaría la caída del resto, eran vistos como espantajos catastrofistas,
como profetas obsesionados con el fuego de un Apocalipsis al que siempre se le
concedía una prórroga. Entre estos pocos lúcidos, despuntaba en la escena
ecologista local Ramón Fernández Durán, cuyos constantes y urgentes avances del
crack que se avecinaba chocaban con unos oídos sordos, sobornados y obnubilados
con un pretendido crecimiento continuo. Junto a las denuncias de corte
anticapitalista, quienes ponían en práctica una “austeridad voluntaria” o
realizaban una desafección pública con la civilización industrial eran tomados
como la última vuelta de tuerca del ascetismo izquierdista, que sumaba, a la
voluntad de sacrificio del militante, la estética de las órdenes mendicantes.
En aquella árida meseta del derroche, la expansión
de las nuevas tecnologías de la información, herramienta sistémica
imprescindible para aquella fase de globalización económica, eran tomadas como
óptimos vehículos emancipatorios, e incluso la Red como la expresión
material de la inteligencia de clase, de un pretendido General Intelect de los desposeídos. Frente a este exabrupto en
aquellos momentos tan poco chirriante, la denuncia literaria del desplazamiento
y concentración de saberes y recursos al limbo tecnológico como empobrecimiento
del género humano pero también como posible talón de Aquiles sistémico del que
partía “Retazos de la Red”, se sumaba al coro que clamaba en el desierto de la
abundancia.
El capitalismo que se había especializado en la
venta por anticipado del futuro (lo que ellos llaman crédito garantizado por la
expectativa del crecimiento económico) había sabido colonizar el presente y las
llamadas a la cordura eran tomadas como puros signos de extravagancia.
Tan sólo unos años después, lo que se percibía
como alaridos catastrofistas propios de aguafiestas vocacionales se han ido
convirtiendo en verdades como puños, puños que ya no han ni de golpear el
escaparate rajado de una civilización en quiebra.
A la par que eran publicados los “Retazos” se
alcanzaba el pico de en la extracción del crudo, poco después de la
intervención norteamericana en el fértil Irak, que inauguraba un nuevo período
de convulsiones en el Oriente Medio petrolero y de reorganización de los
equilibrios en la zona de los diversos bloques occidentales en liza. La
invasión de 2003 abriría una nueva época caracterizada por las agresiones
militares, de guerras por recursos, donde los feudos militarizados occidentales
convivirían en el caos de nacientes estados fallidos. La difuminación de un
mapa más o menos estable en el segundo tramo del siglo XX, se convertía ya en
un hecho y las más crueles formas de barbarie resucitan junto con el
instrumento Guerra, orillando definitivamente el autorretrato humanista de las
democracias occidentales.
También las capacidades de la Red telemática por
excelencia han ido agigantándose, engullendo progresivamente mayores saberes y
recursos y, consecuentemente, desposeyendo de estos a quienes se los confían.
El traslado de contenidos hacia el la esfera evanescente de la tecnología en el
Norte global, continuo desde el comienzo del tercer milenio, siguió en su
primera década su incontinencia. En esta segunda década la disputa ya no es por
la hegemonía, sin lugar a dudas propiedad del soporte digital en red, sino por
la extinción de cualquier soporte físico fuera de la propia Red. La
multiplicación de los diversos gadgets
durante el periodo de mayor capacidad de consumo de masas ha posibilitado que,
tras la memoria escrita de la Humanidad objetivo del primer asalto, se
encuentre en curso el traslado de la memoria gráfica hacia el soporte
digitalizado junto con incipientes procesos como el de la memoria cartográfica.
No es preciso remarcar que junto con cualquiera de estos traslados de saberes
se profundiza la desaparición de las destrezas humanas, que quedan
necesariamente mediadas por instrumentos técnicos, en el caso de la memoria
cartográfica, la capacidad de orientación y su memorización, desplazada por
localizadores por satélite en mapas digitalizados. Librada la batalla por el
saber escrito y auditivo, comienza la de las relaciones, la esencia de eso que
decimos humano, irrumpiendo ésta bajo el nombre del “fenómeno de las redes
sociales”, imposibles éstas sin la multiplicación de la telefonía móvil e
impensables sin la hegemonía del soporte digitalizado en red.
El babel montado por el capitalismo financiero se
desplomaba públicamente en 2007, cayendo en barrena desde el territorio yankee
y arrastrando consigo en breve al capital comunitario europeo. Aquellos solares
donde la burbuja financiera se había sabido prolongar en el sector
inmobiliario, sufrirían un mayor impacto en el parón consiguiente de sus
economías, lo que socialmente se traducía no sólo en una pérdida objetiva de
ingresos y de capacidad de consumo, sino en el abandono abrupto del imaginario del crecimiento. Así tras un
lustro de persistente crisis, ésta ya no es socialmente vista como un periodo
excepcional, preciso sólo de más eficaces gestores o mejores repartos, sino
como el comienzo de una época de declive que avanza hacia oscuros escenarios.
Esta es la tierra que pisa la aparición de este
“Gerotron 2050” ,
tierra donde la industria de la salud, la siguiente en recursos tras la
armamentística, se retroalimenta de las técnicas pero también de los efectos
nocivos de la segunda revolución verde enraizada en la producción de alimentos
transgénicos. Tierra donde, desterrado ya el dogma del crecimiento económico
tendencial sobre el que reposa la cultura y la mecánica del capitalismo y
despejada la inútil disyuntiva entre un futuro régimen político basado en una
dictadura de la sostenibilidad o un endurecimiento autoritario del sistema al
uso, la incógnita ya no es si hemos comenzado el Largo Declive de la
civilización industrial, sino si tendrá lugar algún Error Fatal que acelere sus
ritmos y si es deseable o meramente posible inducir su aparición.
Con los pies en esta debacle en el que nos
encontramos, lo cierto es que este camino de decadencia no lleva consigo un
cataclismo redentor, una Ruptura, y ni siquiera sabemos si facilita
oportunidades de intervención en clave emancipatoria.
No obstante, la experiencia reciente nos dicta que
la senda no puede ser otra que la de volver a tejer comunidad en clave de
resistencia frente a un capitalismo totalitario que prolongará su agonía,
buscando los huecos en los rincones menos colonizados, aquellos en los que aún
nos queda condición humana. Reconstruyendo los lazos sociales en el entorno más
local, trazando nuevas complicidades desde los ámbitos más cercanos a la mera
supervivencia, reinventando la red de relaciones que garantice la balsa sobre
la que danzar en la zozobra. Y sobre ella recuperar los goces más básicos
ligados a nuestros sentidos primarios y a las fantasías ancladas en nuestros
cuerpos.
Abandonar la funesta idea-fuerza del progreso
judeo-cristiano supone también recrear la poética de lo cercano, encontrar el
dios de las pequeñas cosas, encontrar la magia de la mesura, degustar la
hermosura de la repetición. Olvidar la línea y volver al círculo o bailar el
caos, son dos de los caminos posibles que nos regala la tradición para el nuevo
tono holístico de nuestras actividades cotidianas sobre el que refugiar nuestro
empequeñecimiento. Recuperar la trama de la vida social, desde las afueras de
un mercado demenciado como proyecto de supervivencia y a la par, dar de nuevo
valor al silencio, a la soledad y al tiempo lento como parte de una finitud
aceptada que no ha de reñirse con la voluntad de permanencia.
Y con la humildad como columna que vertebre
nuestra socialidad y condición frente a la arrogancia de la bestia herida, sin
que esto suponga la ingenuidad de lo ínfimo, la esterilidad de lo despreciable.
Porque nuestra iniciativa debe teñirse de la voluntad de desafío, saber
proyectarse como una deserción colectiva, alardear de su desafección. La
serenidad ha de ser la característica de nuestra enemistad con el mundo que
declina, no un bálsamo para que se mantengan prietas las filas de quien se bate
en retirada.
Mas volver a tejer las complicidades necesarias
para sustentar la sociedad humana, atesorar en nuestras manos las destrezas y
saberes colectivos, no descarta empujar tramas anónimas y subterráneas que
aspiren a adelantar la defunción de un sistema moribundo. Si en los albores de la
protesta proletaria pugnaron entre sí la sociedad secreta y el movimiento
social, el putch y la insurrección,
en los penúltimos coletazos de éste apenas dos siglos más tarde, sabemos que
ambas tácticas se superponen. Hemos palpado suficientemente las grietas del
romanticismo de los pocos y del realismo de los muchos, para poder sacar la
conclusión de que ninguno (y hoy menos) es descartable.
En nuestros días, desertar del espectáculo o
simplemente no ser deglutido por la vorágine de las redes telemáticas, tiene
como traducción práctica incorporarse a la clandestinidad. E hilar relaciones
colectivas de supervivencia engrosar la resistencia. Así, y en el año 2012,
aspirar a publicar una novela en formato papel es ya un acto de desobediencia.
Y si los viejos oradores obreros para lanzar sus soflamas, debían subirse a una
caja para no pisar el suelo de la Reina, quizá sea la literatura el peldaño
necesario para distanciarnos de la inercia que nos aferra y, ahondando desde
ella, anticipar futuros escenarios.
Jtxo Estebaranz, Mayo de
2012.