Hay veces que los argumentos vienen de la razón, otras escribimos con el corazón, pero hay ocasiones
en que son las tripas las que hablan. Escribimos desde la indignación, cuando
en lo más profundo de nuestro ser hay algo que nos produce un desgarro, que
provoca un grito de protesta. Algo así sentí el otro día cuando escuché las
declaraciones del concejal de asuntos sociales de Bilbao, al referirse al
trabajador bilbaíno, que horas antes había muerto tras arrojarse por la ventana de su casa; justo en
el momento en que iba a ser desalojado de su casa en alquiler.
Con toda la calma del mundo, el señor concejal recomendó a
quienes sufren este tipo de situaciones que no se tiren por la ventana -que
queda fatal para la marca Bilbao, le faltó decir- sino que pidan ayuda a los
servicios de base municipales, que para eso están.
El tono era recriminatorio, casi como si echara en cara a
los desahuciados que se tomen las cosas tan a la tremenda. Aquel tipo, con
traje y barba bien cortados, de mediana edad y voz profunda, todo un ejemplar de macho alfa vasco -del PNV por
supuesto- dijo aquello y se fue más ancho que largo; tal vez se fue a tomar un
crianza y un buen pintxo de txangurro, que ya se sabe que las penas con vino y
el estómago lleno se pasan mucho mejor.
Lo grave sin embargo es que dijo todo esto siendo el responsable de unos servicios sociales que
hacen aguas por todas partes. Lo grave es que lo dijo en un momento en que se
recorta la Renta de Garantía de Ingresos, y se tarda más de seis meses en
concederla, cuando se está desalojando a gente de pisos de protección oficial,
incluso de alquiler social… Y esto por hablar sólo de algunas de las perrerías
que nos hacen sufrir señores como éste a las personas empobrecidas; o tal vez
habría que decir daños colaterales, según la terminología de su correligionario
Josu Erkoreka, que ya puestos a utilizar metáforas bélicas podía haber dicho
bajas por fuego amigo.
Pues bien, cuando todo esto sucede a su alrededor,
nuestro hombre no piensa ni por un momento
en dimitir; ni siquiera en pedir disculpas por su ineptitud a la hora de
solucionar los problemas, que al fin y al cabo es para lo que le pagamos. No,
nada de eso, el señor concejal en una elegante finta verbal, propia del mejor
arte del birlibirloque, culpabiliza, o casi, a las víctimas de su nefasta
gestión por su mala cabeza. ¡¡Hay que tener cara¡¡.
Entonces, cuando ya pensaba que las noticias habían
colmado el vaso de mi cabreo, intervinieron los psiquiatras, que justo ese día
celebraban uno de sus saraos congresuales.
Podían haberse callado y escuchar la voz de la calle,
siguiendo las pautas del psicoanálisis clásico; pero no, no tuvieron mejor idea que acusar a los
movimientos que luchan contra los desahucios de ligar de forma equivocada los
suicidios de las personas desahuciadas con los desahucios mismos.
A pesar de las evidencias, como en el caso de Bilbao, en
que el suicidio se produjo justo cuando iban a entrar a su casa a desalojarle.
A pesar de los casos en que los propios suicidas expresan por escrito que el
motivo de su suicidio es el desahucio..., los psiquiatras siguen, erre que
erre, tratando, de individualizar los problemas sociales.
Algo que, en el fondo, no es más que otra forma sibilina
de culpabilizar a las personas empobrecidas. Aunque sea diciéndoles que si
acuden a ellos tendrán la posibilidad de cambiar, de mejorar, de solucionar sus
problemas… Cuando cualquier persona sabe que no es verdad, que sus pastillas
sólo son paliativos peligrosos para la angustia y la depresión que nos provoca
esta sociedad de “mierda”, y ya pueden perdonar la expresión pero es que hay
con cosas que no puedo.
Desde luego que -como todos sabemos sin necesidad de que
nos lo digan estos expertos- un suicidio no es producto sólo de un hecho
concreto, sino que hay factores diversos que pueden provocarlo, sabemos también
que pueden existir también personas predispuestas, incluso tal vez con predisposición genética o heredada; pero eso
no obsta para no reconocer lo evidente.
La evidencia de que los desahucios -no entendidos de forma aislada sino como
parte de un todo social en crisis- perjudican gravemente nuestra salud mental
y, en ocasiones, pueden conducir al suicidio. Llámenlo si quieren factor
desencadenante.
Vivimos una crisis profunda, que engloba aspectos como la
precariedad creciente, la frustración a que nos conduce la pérdida de nuestras
expectativas profesionales -y por ende personales-, los turnos abusivos, el
miedo a la exclusión social, y tantos otros,
que son factores que, si lugar a dudas, desestabilizan nuestra salud
mental.
Como la de los trabajadores de France Telecom que se
suicidan como forma expresa de protesta por la presión a que les somete la
empresa. Como los agricultores de La India que se suicidan al no poder pagar
sus deudas con las grades empresas agroalimentarias. Como hacían las mujeres indígenas
americanas frente a la violación masiva a que las sometían los conquistadores
españoles.
No reconocer esta evidencia es convertirse en una herramienta
más de dominación social. Sumarse a la ofensiva contra las personas
empobrecidas por parte de los mercaderes y los políticos a su servicio. Algo,
por cierto, que denunciaron hace ya mucho, gentes como Foucault y Deleuze.
Habrá pues que desempolvar los viejos manuales de antipsiquiatría y gritar
aquello de: banqueros y loqueros al paro los primeros.