Juan Ibarrondo (ARGITUZ)
A continuación la carta que ha enviado Marta Gil, creadora del proyecto original junto conmigo, que actualmente reside en Estocolmo,
Son
días en los que me levanto en un país extranjero, en el que me siento mujer
migrante, extranjera, del sur. Sí, del sur de Europa, pero del sur; y el idioma
en el que mejor me expreso lo hablo con mi gente de aquí, que es de allí y
algunos de acá, mi little familia y mi gente de allá me habla desde mi bolsillo,
actualizando toda una vida que queda a unos salvables 2.779,9 km con cinco
horas de vuelo. Una vida que no es extraña pero que cambia igual que cambio yo
en esta tierra lejana, como dice la canción.
Hoy
por la mañana leo en el metro de Estocolmo un anuncio que dice: “Te imaginas
ser un adolescente de 15 años y llegar a un país extranjero y empezar tu primer
día de colegio en un idioma del que no sabes ni una sola palabra…”
En
este país, Suecia, hay un partido político con orígenes fascistas, con
representación en el gobierno y que cuenta con los votos del 13%de la
población. Y aun así, estos anuncios se imprimen y se cuelgan en un medio de
transporte público con el sello del Ayuntamiento. Y es más, los adeptos a la
causa, a pesar de ser una minoría creciente y efervescente, ni los tocan.
Libertad de expresión a primera vista, aunque en todos los sitios cuecen habas.
En
el metro de nuevo, llega un mensaje de whatsapp y vibra mi bolsillo, el allá se actualiza de
nuevo: “Marta, el detector de mentiras queda paralizado en su primer día de
andadura en los centros escolares de Vitoria. Nos han llamado las chicas de
Norabide cuando teníamos todos los trastos ya en el coche listos para salir y
que han cancelado los talleres. Órdenes del ayunta. Luego hablamos y te
cuento más. Beso, Juan”
Y
comienzo a imaginar cómo son las vidas de las personas migrantes que viven en
Vitoria y en cómo se enreda la vida. Cómo sin tener ningún respeto por estos
ciudadanos, el alcalde habla de ellos y ellas englobándolos en realidades
construidas para sembrar miedos y control. Me estremezco. Miro el anuncio en el
metro y pienso en el tranvía de Vitoria… ¿qué se anunciará?
Mi
primer pensamiento es claro. Al poder no le interesa ofrecer una oportunidad de
reflexión colectiva sobre la migración. No se puede romper esa hegemonía de
sumisión, de órdenes y leyes que pretenden limitar, cegar, y hacernos pequeños
y egoístas, pero sobre todo en someternos a sus ideas racistas y xenófobas.
Salgo
del metro, busco explicaciones y no las encuentro. Me repito una y otra vez,
resistir es crear, crear es resistir. Habrá que seguir creando para que no nos
pisen las libertades y las ideas. Un poco de aire fresco me saca de mis
pensamientos y me coloca de nuevo en el ahora.
No
hace falta declararse racista para serlo, las palabras se las lleva el viento y
las etiquetas son de quita y pon, y no hay nada que una buena campaña de
marketing o un buen lavado de conciencia no pueda limpiar. Lo importante son
los hechos y el hecho es esta censura, la falta de libertad para crear nuevos
debates y construir ideas que surgen desde la base de la sociedad, los
ciudadanos y ciudadanas. Y el que no grite o hable al conocer el hecho está
dejando que su silencio cree injusticias.
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