Miremos hoy de otra forma la ciudad.
No pensemos
en las casas, las iglesias, las anchas avenidas…
No
detengamos la mirada en centros comerciales, polígonos fabriles, o grandes
centros deportivos…
No veamos la ciudad como un instante detenido, como una
foto fija en blanco y negro.
Os propongo
que, por un momento, veamos hoy la ciudad como un ser vivo en movimiento, como
un ente en transcurso…
Descubriremos
así que la ciudad no es tanto un plano sobre el papel como un camino en el tiempo.
Alcanzaremos
a ver de esta forma como Gasteiz, desde su origen, fue un lugar de paso, una encrucijada…
Veremos
llegar las mercaderías al puerto seco, a la aduana vasca, camino de los puertos
del mar…
Pero, agucemos
un poco más la mirada, veremos que con las mercancías vienen personas, y las
personas traen consigo su tesoro más valioso: sus creencias, sus ideas, su
forma de ver el mundo… y así la ciudad nace: rica, cambiante, acogedora... (sigue)
Y el tiempo
sigue su curso; ¡mirad! ahí está el ferrocarril: en sus vagones trae carbón, y
productos ultramarinos; pero ¿Quiénes son esos tipos que llegan en él? Son
Obreros, canteros, hojalateros… y vienen cantando coplas rojas
¡¡Viva la
internacional!! gritan con mirada clara… y muchos, de aquí y de allá, se les unen
en el grito.
Son
gallegos, catalanes, y hasta algún italiano errante. ¡Escuchadles! dicen que
quieren cambiar el mundo
¿Y por qué
no?, se preguntan las buenas gentes de la ciudad: las obreras de las fábricas
de sillas y naipes, mientras trabajan de
sol a sol por cuatro perras chicas; Y, a ellas, pronto se unen los braceros, las criadillas, los mozos de
cuerda…, y hasta un médico anarquista que no se resigna a que los pacientes se
le mueran de pobres.
Pero, por el
camino, ya llegan sombras verdes: tricornios de charol negro cubriendo
calaveras de plomo; y la esperanza parece morir, pero es sólo una ilusión,
porque la ciudad, que es camino, no se
detiene, y cuarenta años pasan volando a nuestros ojos de halcón peregrino.
Ahí están de
nuevo, en barrios de ladrillos rojos tiznados de humo gris. Mujeres hermosas marchando contra el miedo,
las cestas de la compra vacías, pero las miradas llenas de dignidad….
Han venido
de Castilla, de Andalucía… de pueblos depauperados por 40 años de muerte en
vida; vienen huyendo de un pasado cruel, buscando un mañana mejor que construir
entre todas.
Marzo del
76, la esperanza renace en las calles, en las fábricas, en los mercadillos y en
las tabernas: en cada esquina un amigo, en cada rostro igualdad… “Obreros, comerciantes, estudiantes, todo el
pueblo de Vitoria a la huelga general”, reza un pasquín que vuela de mano en
mano.
Han sido
cinco muertos, a las cinco de la tarde. Un asturiano recio y generoso exclama: “estos
son nuestros muertos, son los muertos del pueblo de Vitoria”, y la calle se
llena de alas blancas surcando el viento.
De nuevo la
muerte parece triunfar, los detenedores del tiempo se han vuelto a salir con la
suya, pero es sólo una ilusión.
Qué vemos
ahora, son grúas, la ciudad crece de nuevo, nuevos barrios se construyen; pero,
¿quiénes son esos extraños que trabajan sobre los andamios, bajo
las zanjas, en las casas, en las cocinas de los restaurantes? Gentes nuevas
pueblan los barrios.
Los dueños
del tiempo, sienten que su poder se tambalea, una vez más resurge la esperanza
de un cambio. Así que los poderosos prueban con una vieja táctica: divide y
vencerás.
Enfrentar
nativos con emigrantes, esa es ahora la consigna; pero de nada sirve, porque
somos capaces de escucharnos, de compartir como siempre hemos hecho. Porque
somos capaces de ver la ciudad de otra forma, no como un esqueleto de piedra y
hierro, sino como un camino hacia nuevos horizontes.
Hala bedi¡¡
Gora
Gasteiz¡¡
Juan Ibarrondo (texto leído en el homenaje de EH BILDU a las personas migrantes que han hecho posible que Gasteiz sea la que es)
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