Se puede analizar la
situación griega desde muchos ángulos, y sin duda el más importante hoy es
el que nos habla de la dignidad de un
pueblo.
Sin embargo, en este
texto, abordaré un enfoque poco usual
pero que creo relevante para entender lo que pasa en Grecia, desde una
perspectiva crítica a la construcción europea basada en la expansión
territorial y el crecimiento.
Para empezar, hay que
contextualizar la crisis griega en el marco de una crisis más amplia, que
afecta al conjunto de la UE, y también al transcurso de la denominada “construcción europea”.
La construcción
europea ha sido concebida, casi desde su origen, como la creación de un
gran mercado. Si exceptuamos ciertas
ideas bienintencionadas de los “padres fundadores” todos los pasos que se han
dado, desde la CECA, el Mercado Común, y finalmente la UE, han ido en pos de la
construcción de un área económica de “libre” mercado en continua expansión
territorial.
Los grandes mercaderes del núcleo de la UE-y sus aliados
periféricos- como haría cualquier mercader, actúan sobre todo para aumentar sus
tasas de beneficios, y poder competir
así dentro de la economía globalizada.
Las decisiones políticas hacia la construcción europea han
estado siempre condicionadas -cuando no dirigidas- por esa lógica de expansión
capitalista.
Los mercaderes
necesitan, básicamente, mano de obra
barata (competitiva dicen ellos) y nuevos mercados libres de aranceles y tasas,
para poder crecer y no ser desbancados por sus competidores -cada vez más agresivos-
en una economía mundo globalizada y multipolar.
En ese sentido, la
construcción europea en las últimas décadas ha consistido, sobre todo, en una
expansión acelerada hacia el este tras la caída del “muro” y el bloque
soviético.
La velocidad de esta
expansión ha sido una de sus señas de identidad más significativas, sin respetar los ritmos que hasta entonces se
consideraban adecuados y razonables para la entrada de nuevos socios.
Sobre cualquier criterio
político: de armonización económica, laboral, cultural, ecológica…. ha primado
el apetito por acceder a los nuevos mercados -y a la mano de obra barata- en
los países del este.
Por un lado, el
desmontaje generalizado de los servicios públicos en estos países ha supuesto
la entrada de las grandes empresas de servicios, para ofrecer esos servicios a
quien pudiera pagarlos.
Por otro, a través de la deslocalización de parte del tejido
industrial europeo hacia el este han logrado su segundo gran objetivo: conseguir
mano de obra barata y precaria; algo que pudo conseguirse gracias a las
políticas neoliberales “salvajes” puestas en práctica sobre las economías de
los nuevos “socios” de la Unión.
Sin embargo, la expansión hacia el este se ha visto frenada
por el renacimiento del nacionalismo ruso,
que no parece dispuesto a permitir que la UE crezca en lo que considera
su “extranjero cercano”; donde busca mantener a toda costa su ámbito de
influencia.
Huelga decir que este
“choque de trenes” ya no tiene nada de
ideológico, sino que se trata de la colisión clásica entre potencias capitalistas. La guerra en Ucrania es una de las
consecuencias de este enfrentamiento.
Ante esta situación,
la expansión podría haberse realizado
por el sur, empezando por los dos eternos aspirantes a ser miembros de la UE:
Marruecos y Turquía; pero distintos
factores lo han hecho inviable.
El aplastamiento de las “primaveras árabes” por
la reacción militar llevada a cabo por los poderes fácticos en el área (Arabia Saudí, Israel, el ejército
egipcio… temerosos de que el carácter
liberador de las protestas pusiera en peligro sus privilegios) y apoyada en
gran medida por USA (sin que la UE pusiera ningún obstáculo) acabaron con
cualquier esperanza en ese sentido, si es que alguna vez la hubo.
La situación, por el
contrario, se ha vuelto tan convulsa, que lejos de ser un posible ámbito de expansión, o
por lo menos de comercio fluido (con una zona de intercambio de mercancías y
capitales -y no de personas- al estilo del que existe en Norteamérica) el área se ha convertido en un caos de guerras,
estados cuasi fallidos, dictaduras, terrorismo fundamentalista creciente…. Ocasionando
de paso un grave problema migratorio capaz incluso de desestabilizar a la propia
Unión.
En cuanto a Turquía,
el nuevo régimen “neo-otomano” no parece ya interesado en integrarse en una
Unión en horas bajas, sino que más bien trata de fortalecerse como potencia
regional, ante los nuevos actores emergentes en el área sobre todo Rusia e
Irán.
Pero, como sabemos,
los mercaderes -sobre todo los banqueros- necesitan crecer para no morir, pues el
crecimiento es condición necesaria para su supervivencia.
De modo que se vuelven
hacia los países miembros de la UE del sur de Europa, los llamados PIGS, para llevar a cabo allí (gracias al chantaje
de la deuda, y aprovechando la crisis financiera internacional) una operación
parecida a la que realizaron en Europa del este: desmontaje y privatización de
los servicios públicos (incluidas las pensiones) precarización de las
condiciones laborales, bajada masiva de salarios reales… para poder seguir
creciendo (en el sentido capitalista del término), y compitiendo en la economía
globalizada.
De modo que, contra lo que se suele decir, el problema de
fondo de la UE no es la austeridad sino el crecimiento, o mejor dicho un modelo
de crecimiento insostenible.
La famosa austeridad
no es sino una de las caras del crecimiento: austeridad sobre todo de lo
público para favorecer el crecimiento privado; y también austeridad de algunos
para que otros puedan seguir creciendo.
Esto se da entre
países y al interior de los países, en un juego de intereses complejo, de simetrías y asimetrías, en el
que -por así decir- “la banca siempre gana”.
La solución de fondo a
la crisis griega -que es una crisis del conjunto de la Unión- no es tanto dejar
que Grecia crezca, como suele decirse (aunque obviamente un país que ha perdido
el 25% de su PIB tiene margen de crecimiento) sino, más bien, un replanteamiento del crecimiento
económico capitalista como solución mágica a todos los problemas sociales; para
poner en práctica otras formas de “crecimiento”: economías auto centradas,
flujos comerciales estables y equilibrados, proteccionismo en algunos campos de
la economía, progresividad fiscal, protección social, comercio justo con el
exterior, banca ética, considerar las personas migrantes como un valoren en
diversidad….
Cuestionar, en suma,
el propio sistema capitalista de mercado -y los dogmas liberales- para buscar y poner en práctica nuevas formas menos
destructivas, y más armónicas, de relación social.
La construcción europea, una vez alcanzados los límites de su
expansión territorial, puede darse en forma de crecimiento autodestructivo, a la
manera de los organismos cancerosos, como es el caso.
O bien, puede intentar resituarse -como el caracol de Ivan
Illich- sobre parámetros de: equilibrio y solidaridad inter- territorial,
canales cortos entre producción y consumo, soberanía alimentaria, impulso a las
energías renovables y descentralizadas….
Para tratar de
impulsar así nuevas formas de relación económica también con otros espacios
regionales vecinos, que supongan un beneficio mutuo.
Así como la
cooperación con el resto de pueblos del mundo en términos de equidad.
Recuperar la idea de
la Europa social y la Europa de los pueblos, donde las naciones o pueblos sin
Estado se vean representados -y sean respetadas sus identidades- valorando la
diversidad cultural y la igualdad de derechos sociales, para conformar un “ecosistema” (social, natural, económico y
político) diverso, sano y sostenible.
Estoy seguro que habrá
quien considere ingenuas estas propuestas, pero cada vez resulta más evidente
que la solución que nos ofrecen: la del
crecimiento capitalista acelerado y destructor de recursos (incluida su
variante austericida) nos lleva al desastre.
Afortunadamente, por
el contrario, son cada vez más las voces que apuestan por un cambio real.
A ambos lados del Mediterráneo, indignados de todos los
colores no luchan ya por cambiar algo para que todo siga igual, sino por el
cuestionamiento del propio sistema, por el cambio de las reglas de juego, para
que no sea la banca la que siempre gana.
En ese sentido, el rotundo oxi del referéndum griego supone
una bocanada de aire fresco en medio de
un verano sofocante.
Juan Ibarrondo.
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