Hace ya más de dos décadas desde que Guy Debord, el filósofo
situacionista francés, aseguraba que la información verdaderamente relevante
circula entre pocas manos y en unas pocas copias de papel impreso. Una idea que
le llevó a acuñar el término “sociedad del secreto”, que conviviría de forma
paralela a la “sociedad del espectáculo”.
En efecto, hoy en día, asistimos con normalidad al hecho de
que temas vitales para la ciudadanía, como las negociaciones del TTIP, se realicen
a puerta cerradas y sin taquígrafos; o bien, a como se reúnen estos días, en
cierto hotel de lujo de la ciudad alemana de Dresde, los “dueños del mundo”, en
un cónclave absolutamente opaco del que
no se informa ni poco ni mucho a la opinión pública.
Una opinión pública a la que se alimenta mayoritariamente con
información basura. Sin embargo, de forma paradójica, existe una sobredosis de
información banal, o banalizada, sobre una infinita variedad de cosas sin
conexión las unas con las otras, extraídas además de cualquier contexto
comprensible.
La red de redes, ha contribuido de forma importante al
aumento de ese ruido, que impide distinguir el trigo de la paja en su inmenso
caudal. Pues, aun cuando puedan
encontrarse en las redes algunas informaciones de interés, y a pesar de que nos
sirve a veces para romper censuras y ocultaciones interesadas, en general sigue
la corriente que marcan las modas y los temas informativos que marcan los
grandes medios de comunicación, la publicidad...
De manera, que los medios de comunicación convencionales son
los que marcan buena parte de la temática política que se discute en las redes,
y esta temática tiene puntos ciegos: espacios informativos en los que no está
permitido adentrarse; algo que ya denunciaba Noam Chomsky en su libro “La V
libertad” refiriéndose a los medios de los Estados Unidos -que muchos ponen
como ejemplo de libertad informativa- y
su unanimidad sobre ciertos temas sobre los que no se permiten discrepancias.
¿Por qué no se publica nada -o casi nada-
en los medios españoles sobre las huelgas en Francia? ¿O sobre el
movimiento la nuit debout en aquel
mismo país? ¿Por qué cada vez se informa menos sobre las incesantes muertes de
personas migrantes en el mediterráneo?
Además, lo poco que se
informa sobre estos temas se manipula y tergiversa, ligando de forma
sistemática las protestas a “acciones vandálicas que ponen en peligro la
democracia”, en el caso francés; o bien resaltan la maldad de las mafias en el
de las personas refugiadas exculpando así a los gobiernos europeos.
De una parte, el ruido espectacular de la Eurocopa y otras
banalidades similares impiden escuchar esas informaciones, pero también existe
una verdadera autocensura (o selección interesada de la información) entre las grandes empresas de la comunicación.
Como el señor Cebrián, directivo de PRISA que participa en las reuniones
secretas de Dresde pero que no informa sobre su contenido a sus lectores.
Mientras, el resto de medios, un poco por inercia y otro poco por interés, sigue
la corriente que marcan las grandes corporaciones mediáticas.
Podría pensarse que la agenda informativa local está a salvo
de estas tendencias, y en cierto modo es así, sin embargo: ¿Por qué una noticia
tan relevante como la prohibición -vía decisión judicial- de aplicar clausulas
sociales a la DFA, no ha tenido casi reflejo en los medios locales?
De una parte, el ruido mediático local, ocasionado por los triunfos de Baskonia y Alavés, junto a
otras banalidades electorales, impide escuchar la información relevante.
¿Quién maneja los hilos del deporte y la comunicación de
masas en Vitoria Gasteiz? ¿Qué intereses económicos representa? ¿Qué peajes y
servidumbres exige a la clase política? ¿Tienen esos peajes que ver con la
negativa de ciertos partidos a aumentar el IAE a las grandes empresas? Son preguntas sin respuesta, sobre las que
nada más podemos especular, pues forman
parte de esa sociedad del secreto de la que hablaba Debord.
Por otro lado, tal vez
suceda también que los propios políticos no se sienten demasiado proclives a
informar sobre asuntos que dejan bien a las claras su cada vez menor poder de
decisión, rayano en la irrelevancia en cuestiones económicas, temerosos quizá
de que la gente, escarmentada, acabe por no votarles.
Juan Ibarrondo (Ilustración Javier Hernadez Landazabal)
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