martes, 8 de noviembre de 2011

EL RELATO

Una vez asumido por la inmensa mayoría de la clase política, y la propia ciudadanía, el hecho de que estamos en un nuevo tiempo tras el fin definitivo de ETA, es el momento de volver la vista atrás y tratar de analizar el conflicto armado durante las cinco décadas en que ha tenido lugar. Será inexcusable hacerlo, aunque sólo sea para hacer frente a las interpretaciones unívocas que tratan de imponerse desde fuerzas poderosas en el Estado Español. Trataré aquí de dar algunas pautas sobre los temas más relevantes que se verán sujetos a controversia.

Lo primero que habría que reafirmar,  a pesar de lo obvio que pueda parecer, es la existencia de un conflicto político previo a la violencia de ETA, del que ésta es consecuencia. Si negamos la existencia de ese conflicto político, simplemente ocultaremos un hecho, evidente y constatable, que nos ayuda a entender sus consecuencias, entre las que se encuentra la lucha armada de ETA. Otra cosa es el debate sobre si el conflicto político justificaba la acción de ETA, pero si negamos la existencia misma del conflicto nos atascaremos en un callejón sin salida.


Otro aspecto que habría que afrontar es el del reconocimiento de la existencia de todas las violencias. Si negamos la existencia de ciertas violencias nunca podremos afrontar un proceso de reconocimiento del daño causado,  ni por supuesto de reconciliación. El caso de la tortura, y en general de la violencia injustificada de las fuerzas de seguridad, es paradigmática en ese sentido. Desde el Estado Español y sus corporaciones mediáticas se niega la existencia de la tortura, a pesar de la opinión contraria de numerosas organizaciones de derechos humanos gubernamentales (caso de Naciones Unidas) o no gubernamentales, como AI o HRW. Lo mismo podríamos decir de los miles de ciudadanos vascos represaliados injustamente (por ejemplo los cientos de encarcelados durante años en prisión preventiva que luego son  puestos en libertad sin cargos; o bien los presos políticos, o de conciencia,  que son encarcelados por defender sus ideas por vías política y pacíficas, o los asesinados en manifestaciones…)  La perversión del discurso -ahora del relato- ha sido importante en ese sentido: al no existir conflicto político no puede haber presos políticos, al ser España un país democrático no puede haber tortura. Un apriorismo tramposo que impide abordar el relato con un mínimo de objetividad.

En mi opinión ETA, al igual que el Estado, debe asumir el daño causado, un daño a menudo injustificado, incluido el uso del terrorismo como herramienta para conseguir fines políticos, algo innegable, sobre todo en las dos últimas décadas de su existencia, cuando trató -aún sin conseguirlo- de excluir con el terror a sectores sociales unionistas atentando contra sus cargos electos. También debe reconocer los daños colaterales, y el cinismo que esconde ese término, algo que queda bien a las claras cuando lo utilizan estados terroristas como Estados Unidos o Israel; muertes de inocentes es, tal vez, un termino más adecuado. De la misma manera, el Estado debe reconocer también su implicación directa en la guerra sucia que produjo numerosas víctimas y un proceder a todas luces ilegal, ilegítimo e injustificable.

Otro tema que habrá que reafirmar es también bastante evidente. Me refiero a que, como todos los conflictos, también éste es complejo y va cambiando según pasa el tiempo y las circunstancias históricas. No hay una ETA única ni es ETA el único grupo que practicó la lucha armada. La lucha armada durante estos años ha sido diversa: ETA (pm) ETA (m) CCAA, Iraultza… Además la estrategia y la táctica de estos grupos armados han ido variando a lo largo del tiempo. No es lo mismo la ETA de los años 60, que la de los 70, 80, 90, o 2000… En suma, la lucha armada en Euskalherria ha sido un proceso dinámico que interactuaba con la acción represiva del Estado, y también con las circunstancias internacionales de cada momento. No hay más que ver como algunos integrantes de un grupo como ETA (pm), que también practicó el terrorismo con acciones en ocasiones bastante indiscriminadas, son ahora militantes, y hasta dirigentes, del PSOE; o bien instalados empresarios y altos funcionarios. Por poner otro ejemplo de esta idea de la lucha armada como proceso dinámico, los CCAA fueron, en parte, el exponente vasco de grupos como la RAF, o ACCION DIRECTA en Europa; ETA en la época de las conversaciones de Argel era parte, incluso orgánica, de los movimientos de liberación nacional en el llamado tercer mundo; y durante el franquismo fue un grupo respetado incluso en las cancillerías europeas… No debemos por tanto admitir visiones simplificadoras  que nieguen esos procesos.

Yo creo que precisamente esa idea del conflicto como proceso puede ayudarnos a superar una concepción “sumatoria” de la violencia política. La idea de reproducir la violencia política en dos columnas de víctimas, de uno y otro lado, para compararlas no nos sirve para entender lo que ha sucedido, ni para superarla. Para empezar no está claro desde cuando debemos empezar a contar: ¿Desde el franquismo?, no olvidemos que es la respuesta a la dictadura el origen de ETA;  ¿Desde la transición “democrática”?, años en los que morían asesinados cinco trabajadores en Vitoria a manos de la policía; ¿Desde que existe una constitución que fue rechazada en el País Vasco?... Además, este tipo de visiones cuantitativas tienen el problema de que es muy difícil comparar sufrimientos. La tortura y el tiro en la nuca por ejemplo. Podemos rechazar ambos,  o justificarlos, pero difícilmente compararlos en cuanto a crueldad y daño.  

Para terminar  me parece importante definir de qué estamos hablando porque violencia, incluso violencia política, es un término que desde luego no puede ignorar las violencias estructurales, que también tienen un origen político pues derivan de decisiones políticas. En este ámbito podríamos incluir la violencia de género y los accidentes laborales (por ejemplo en el caso del tren de alta velocidad, ETA asesinó a un empresario, pero son bastantes más los muertos entre los trabajadores a pie de obra en esa infraestructura tan política) Cierto que es necesario delimitar conceptos, pero no podemos tampoco olvidar esa violencia de fondo que ha coexistido con la violencia más estrictamente política y que, desafortunadamente, ahí seguirá aunque esta cese.