Es una secuela difícil de superar, y todavía la vemos hoy
presente en nuestro país. A veces tal vez sin intención y otras con toda la
intención del mundo.
Decía estos días un representante del PNV, que no acudirán
a la manifestación del 12 de enero. Utilizaba como argumento que ellos no
comparten la idea de ejercer “presión”
al gobierno con manifestaciones callejeras.
La palabra “presión”,
que en un contexto normalizado no tiene porque tener connotaciones negativas, en
este país todavía las tiene. Connotaciones que se acercan más al sentido
de “coacción”
que al de “expresión”: un término,
por cierto, que casa muy bien con “libertad”,
al igual que la palabra “presión”
puede convertirse fácilmente en “represión”
con sólo añadirle dos letras.
En la manifestación del 12 de enero, la sociedad vasca “expresará” su voluntad mayoritaria de
que se respeten los derechos de las personas presas a consecuencia del
conflicto político. Ejercerá de esa forma su derecho a la “libertad de expresión” y corresponderá a los responsables políticos
-en especial a los gobiernos de Madrid y París- tener en cuenta esa demanda
libremente expresada. Sería deseable, además, que no la considerasen como una
coacción sino como una apelación democrática en favor de la paz. Pues la
participación de la sociedad civil nunca es un obstáculo sino una de las claves en la resolución de los conflictos.
Los promotores de la manifestación del 12 de enero han
hecho un esfuerzo importante para reforzar el carácter plural de sus
reivindicaciones, y también en la manera de expresarlas. Se han centrado en
unos mínimos de consenso, basados en el respeto a los derechos humanos de las
personas presas y en el fin de las políticas de excepcionalidad.
Se trata, por tanto, de un esfuerzo importante en la
construcción de la paz. También a través de la construcción de un lenguaje
integrador, que tiende puentes, que trata de conseguir acuerdos entre
diferentes… en suma un lenguaje de paz. En mi opinión, es necesario valorar ese
esfuerzo sin caer en viejos clichés partidistas.
Hemos visto, últimamente, algunos pasos positivos en este
sentido de acercar posturas: la moción del ayuntamiento de Gasteiz para la
excarcelación de presos enfermos, el homenaje a todas las víctimas del
consistorio donostiarra…, y la manifestación del 12 de enero podría ser también
un paso importante en ese sentido.
Sin embargo, parece que todavía las inercias del pasado
pesan demasiado como para compartir pancarta; aunque sea para algo tan básico
como la defensa de los derechos humanos. Pero no debemos olvidar que la
sociedad civil suele ir por delante de
las decisiones de las ejecutivas de los partidos y los gobiernos de turno. La
manifestación del 12 de enero será clarificadora a ese respecto.
Por el contrario, lenguaje de guerra es denominar “enaltecimiento del terrorismo” al hecho
de que una madre enarbole el retrato de
su hijo para solicitar que se respeten sus derechos. Llamar terrorismo a la
solidaridad y en consecuencia criminalizar al solidario. De la misma manera que
se quiere criminalizar también a quién acoja en su casa a un emigrante sin
papeles. En ambos casos, en la neo lengua del poder, la “solidaridad” se convierte en “complicidad
criminal”.
De esta forma, la utilización del lenguaje se convierte en
una estrategia para justificar la guerra. Tal y como relataba Orwell en su
novela “1984” .
Como cuando llaman a la tortura “abuso
policial excepcional”, porque cuando lo excepcional se reproduce una y otra
vez deja de serlo y se convierte en “represión”.
Es decir, en “doble presión, sistemática,
excesiva, inhumana…” contra “la libre
expresión” de los deseos de un pueblo.
Durante un tiempo, para los que luchaban con las armas
contra el poder establecido, cualquier acción armada: un secuestro, un atentado
mortal… era simplemente “una ekintza”,
sin más matices; y a la exigencia de dinero para “La causa” bajo amenaza se le denominaba “impuesto”. Un deslizamiento del lenguaje que se alejaba cada vez
más de la realidad, tal y como la veía la mayoría de la gente.
Por su parte, desde el lado del poder -con más fuerza y
más medios- simplemente negaban la
realidad. No la nombraban, tratando así de hacerla desaparecer de las
conciencias. Lo que no se nombra no existe. La tortura no existe, ni los presos
políticos, ni tampoco el señor x. Y
puestos a negar, pues se niega la mayor: “el
conflicto no existe”.
Esta estrategia de negación -que desgraciadamente todavía
se mantiene entre algunos- es quizá la mayor perversión posible del lenguaje;
pues es totalmente imposible solucionar un conflicto que no existe; ni es
posible tampoco abordar sus consecuencias.
El lenguaje pierde así su sentido original, y su
característica más positiva: ser una herramienta para comunicarnos, para
dialogar, para negociar…, y se vacía para convertirse en puro poder; en el
lenguaje del poder, que es el lenguaje de la guerra.
El día 12 de enero, haremos visible lo que el lenguaje del
poder y la guerra tratan de invisibilizar. Ante
las presiones expresaremos lo inexpresable. Para avanzar en la construcción
de una sociedad en paz y libertad, una sociedad sin personas presas.
Juan Ibarrondo
Escritor e impulsor de la manifestación del 12 de enero.