La huelga general convocada para el 30 de mayo en Euskal Herria, deja un regusto a deja vu. Sin que se haya producido un proceso previo
para calentar motores; sin objetivos claros y concretos; con una división sindical
creciente; con una participación de los movimientos sociales meramente
simbólica… poco de nuevo en relación a anteriores convocatorias.
La huelga general -tal y como está concebida- es una
herramienta de lucha importante; pero desligada de otros procesos de lucha se
queda absolutamente coja, y hasta puede provocar cierto hastío contraproducente
entre las trabajadoras y trabajadores.
En primer lugar, hay que constatar que la huelga deja fuera
a la mayoría de la población; es decir, a todas aquellas personas que están
fuera de un régimen salarial estable: paradas, precarias, pensionistas… Aún
así, no deja de ser un instrumento de lucha muy poderoso, pero siempre que vaya
inserto en un proceso de acumulación de fuerzas; y acompañado de otras
dinámicas, que consigan agrupar al conjunto de las personas, la multitud, la
clase obrera difusa… o como queramos llamarlo.
Desgraciadamente, éste no es el caso de la actual
convocatoria. A pesar de que nadie duda
de que la ofensiva neoliberal exija una respuesta contundente, varios factores juegan en contra de su
efectividad y recorrido de cara al futuro.
Por una parte la endémica división sindical vasca, que
afecta no ya sólo a la tradicional separación entre sindicatos de ámbito
estatal y vasco, sino también al propio seno de la mayoría sindical vasca.
Puede entenderse que resulte difícil trabajar con sindicatos
como UGT y CCOO, por su política entreguista y su dependencia de los gobiernos
de turno. Sin embargo, los trabajadores que se sienten más o menos
representados por estas centrales, a pesar de ser minoría, son necesarios para
que la huelga sea un éxito. Más preocupante resulta aún la lucha por la
hegemonía sindical entre ELA y LAB, que les
conduce a desencuentros permanentes que contribuyen a dar una imagen de
división todavía mayor. Esta sensación de división y de lucha por la hegemonía
juega en contra del éxito de cualquier estrategia de confrontación con la
patronal y los gobiernos que la apoyan.
Otro factor, que en este caso utiliza de forma muy hábil
la derecha vasca (PNV), es la idea bastante extendida de que, como aquí “las
cosas” están mejor que en el Estado, con una “gestión adecuada” se puede
afrontar la crisis sin hacer cambios profundos en el modelo social y económico.
A pesar de que el desempleo sigue aumentando, y los recortes sociales también,
el argumento todavía tiene su peso entre la población.
La debilidad de los movimientos sociales, en algunos casos
anclados en dinámicas de los años ochenta-noventa y faltos de relevo, dificulta
su participación relevante en las estrategias sindicales. Además, claro, de la
actitud “vanguardista” de los grandes sindicatos vascos.
En otro sentido, la urgencia de las luchas antirrepresivas:
conculcación de derechos de los presos, juicios políticos, detenciones…,
absorbe buena parte de los esfuerzos de los militantes de la izquierda abertzale,
especialmente los jóvenes; y, por otro lado, las dinámicas institucionales ocupan a buena parte de sus
cuadros.
De esta forma, a pesar de la buena voluntad de mucha
gente, de que probablemente existe caldo de cultivo suficiente, así como
experiencia de lucha y voluntad de cambio entre sectores muy significativos de
la población…, es difícil articular estrategias de confrontación eficaces
frente a la ofensiva neoliberal en Euskal Herria.
Es de esperar, sin embargo, que la previsible agudización
de la “crisis” también en Euskal Herria, haga que quienes tienen que hacerlo se
pongan las pilas. También es posible, y sería muy positivo, que las novedosas
estrategias de desobediencia civil puestas recientemente en marcha en el
terreno antirrepresivo, se extiendan al terreno de lo social; y que se
establezcan vasos comunicantes fructíferos con los movimientos de contestación
y desobediencia civil en el Estado. Aprender los uno de los otros puede ser muy
enriquecedor.
Aun así, la huelga general es necesaria, pero en ningún
caso suficiente. No deja de ser positivo que miles de trabajadores y
trabajadoras tengan un cauce de expresión de su descontento en la calle, a
través de la denuncia colectiva. Sin embargo, habrá que desbrozar los problemas
-algunos endémicos- de los sectores potencialmente transformadores si queremos
que jornadas como la del 30 de mayo se conviertan en algo más que “La huelga
que toca este año”.