Estoy
en una céntrica librería de Gasteiz, cuando recibo una llamada. ¿Estás bien? Me
pregunta un amigo, conocido defensor de los derechos humanos. Yo me sorprendo
por la pregunta. ¿Por qué? ¿Qué pasa? Él me responde que no puede hablar en ese
momento, que está en un taxi. Espero
intrigado. Al poco reanudamos la conversación. Él me llama desde Madrid. Han
detenido a toda Herrira. Dice con voz de alarma. Me quedo de piedra. Sí, estoy
bien, no te preocupes. Termino por contestar.
Al
día siguiente, me dirijo a la rueda de prensa que se celebra en Bilbao para
denunciar la redada. Comparto coche con una de las personas que la vivió en
carne propia.
Fue
increíble. Me cuenta. Estaba en la oficina
trabajando y, de pronto, apareció un encapuchado frente a mí,
apuntándome con una pistola a pocos centímetros de la cabeza. Empezó a gritar que
me tirara al suelo. Preguntaba a gritos dónde tenía las armas.
Estas
dos situaciones -que bien podrían formar parte de una novela ambientada en la
Francia ocupada- no nos resultan extrañas
en Euskalherria. Aunque -tal vez pecando de ingenuos- muchos pensábamos que
eran ya cosa del pasado. Y, precisamente ahí, está una de las claves para
entender este atropello: el intento por
parte de algunos de volver al pasado.
Pero
empecemos por el principio. Tomé contacto con Herrira hace más o menos un año.
Me explicaron entonces cuáles eran sus líneas básicas de actuación. Desde
entonces hasta ahora, he podido constatar que en ellas se basa su trabajo
diario: La denuncia de las conculcaciones a los derechos humanos de las personas
presas de Euskalherria (encarceladas por
hechos de motivación política) y contribuir al avance del proceso de paz.
Sobre
esos parámetros, centenares de personas de distintas sensibilidades políticas
hemos colaborado con Herrira. De esta forma,
según el ministro del interior, nos hemos convertido en un “tentáculo de
ETA”.
Herrira
ha establecido tres prioridades: Excarcelación de presos enfermos de gravedad. Excarcelación de
presos que hayan cumplido sus condenas (frente
a la cadena perpetua de hecho que supone la doctrina Parot). La exigencia de
que las penas puedan ser cumplidas en cárceles de Euskalherria.
Hay
que destacar, que estas reivindicaciones están recogidas de forma explícita por
la Legislación Internacional sobre Derechos Humanos.
Sobre
esas bases, plantean el desarrollo -a medio plazo- de elementos de justicia
transicional, que de forma gradual puedan contribuir a la excarcelación de las
personas presas por motivación política.
A la par que se desarrolla el proceso de paz hacia la resolución
definitiva del conflicto, y contribuyendo a tal fin.
En
este sentido, Herrira se configura como
una herramienta para la paz. Así lo hemos entendido, al menos, las personas y
asociaciones que hemos colaborado con Herrira. Quienes, por ese motivo, nos
hemos reunido en numerosas ocasiones con las personas ahora detenidas: jueces, cargos
públicos de prácticamente todo el arco político, sindicatos de toda laya,
asociaciones culturales y deportivas, profesionales de distintos sectores,
académicos…
Pero
Herrira ha supuesto, sobre todo, un cambio en las formas de relación política. Siempre buscando el contacto entre diferentes,
abriendo puertas, superando recelos, tendiendo puentes….
Tal
vez, por eso ahora se les criminaliza de esta forma. Precisamente, porque su
búsqueda de la paz y la defensa de los derechos humanos, concita consensos cada
vez más amplios. Estos consensos se dan no sólo en Euskalherria sino también entre la
comunidad internacional, donde resulta cada vez más incomprensible que se
mantengan medidas de excepción (vulneradoras de los derechos humanos) en una
situación de ausencia de violencia política prolongada en el tiempo.
Así
se entiende esta, de otra forma incomprensible, operación policial: pues esa constatación, y esos
consensos, son algo que no conviene en
absoluto a los enemigos de la paz.
Juan
Ibarrondo
(Escritor
y periodista)