La
noticia de la “pre-quiebra” de FAGOR
electrodomésticos, más allá del perjuicio
que ocasionará a sus trabajadores, nos debe servir para reflexionar sobre el
devenir de un modelo cooperativista aquejado de gigantismo.
Desde
luego no es sólo el cooperativismo vasco, o su buque insignia MCC, el que sufre
este mal. Es el propio sistema capitalista, obsesionado con el crecimiento a
cualquier precio, quien lo sufre. El mismo sistema que nos ha conducido a la
crisis actual: una crisis, por cierto,
más profunda de lo que nos quieren hacer creer: una crisis de modelo
económico, de forma de vida; incluso, por así decir, una crisis de
civilización.
Sin
embargo, se ha querido presentar el
cooperativismo vasco, como refractario a
la crisis y como la antítesis del modelo de desarrollo español: basado en el
ladrillo y en el derroche institucional. Y ciertamente, algo de eso hay.
Es innegable que las cooperativas vascas,
tienen elementos muy positivos. Un modelo que hace al trabajador partícipe de
la propiedad, que propone diferencias salariales razonables entre los
trabajadores, que es capaz de articular mecanismos de solidaridad entre unas
empresas y otras… es probablemente más sostenible, y con seguridad más justo,
que el modelo tradicional.
Sin
embargo, no es oro todo lo que reluce, y la situación actual nos muestra, que
ciertas prácticas que se han tomado últimamente desde MCC se han desviado del
espíritu cooperativo original. Probablemente, ahí está el origen del problema.
La
internalización de la producción -la deslocalización- uno de los “mantras” del neoliberalismo, ha
provocado en este caso más problemas que ventajas. Por otra parte, se ha
aumentado el número de trabajadores no
cooperativistas, con lo que se produce la paradoja de una superpropiedad colectiva que “explota” a otros trabajadores.
Además, la apuesta prioritaria por las finanzas y el sector servicios, o las
alianzas con grandes empresas no cooperativas… son decisiones que difícilmente casan
con el espíritu cooperativo.
Desde
luego, tampoco se puede decir que todo ha sido negativo. La apuesta por la
educación y la investigación, se ha mantenido y hasta mejorado; y es innegable
también, que, por lo menos hasta ahora, la creación de empleo, y el mantenimiento
de los puestos de trabajo han sido claves en la estrategia cooperativa.
MCC
se ha convertido en la cooperativa más grande del mundo. Esto, que desde una
perspectiva desarrollista puede parecer un logro, se ha mostrado ahora más bien como la construcción de un gigante
con los pies de barro.
¿No
hubiera sido más sostenible mantener el crecimiento bajo unos parámetros
razonables? Desde luego las cuentas de resultados no hubieran sido tan
abultadas en épocas de bonanza; pero tal vez ahora la caída no sería tan
importante.
Podríamos
decir, que MCC se ha dejado seducir por los cantos de sirena neoliberales, y,
hasta cierto punto, se ha alejado de esa forma de los valores que le han hecho
fuerte y sostenible en el tiempo.
Salvando
las distancias, la situación me recuerda a la de las cajas de ahorro.
Hemos
visto como estas entidades se han ido bancarizando
poco a poco, hasta que finalmente han terminado por quebrar, como bien sabemos.
Ha sido entonces cuando se han terminado por privatizar en su totalidad,
perdiendo el poco sentido social que les quedaba.
¿Puede
pasar algo así con el sector cooperativista? En mi opinión no es algo en
absoluto descartable. En el fondo, semejante maniobra, no dejaría de ser un
eslabón más de la ofensiva privatizadora, y del desmontaje de los restos del
estado del bienestar.
Los
titulares de los medios del poder económico, claman estos días por un cambio de
estrategia en las cooperativas. Conociendo como se las gastan, no nos puede
caber duda de por donde debería ir, según ellos, semejante cambio estratégico.
Ante
ello, debemos defender el modelo cooperativista vasco, pero también efectuar un
cambio -en este caso opuesto al que tratan de imponer los neoliberales- en sus
estrategias empresariales, comerciales, laborales… Volviendo la mirada a los
orígenes, y actualizando aquellos valores a los tiempos de hoy.
En
mi opinión, es necesaria también una reflexión urgente, más de fondo, sobre los límites del crecimiento. Delimitar
cuándo el crecimiento se vuelve un proceso canceroso, que acaba por devorar el
tejido productivo. Ello conllevará también, queramos o no, otros debates importantes: el de los límites del
consumo, y los de la propia naturaleza.
Sólo
acometiendo con honradez y radicalidad estos debates seremos capaces de proponer
un cambio en la producción, el consumo, y la propia concepción de bienestar; que nos lleve a encarar y superar las crisis
que vienen.