Nota: Los cambios en Madrid, con la designación de Javier Maroto como vicesecretario del PP, dan peso al peligro del que se alerta en este artículo.
Decía Walter
Benjamin, que detrás de cada éxito del fascismo hay una revolución fallida. Sin
ir tan lejos como el gran filósofo alemán, podríamos decir -siguiendo su idea-
que detrás del oportunismo xenófobo de Javier Maroto hay una profunda
insatisfacción social irresuelta; y que sólo gracias a ella pueden prosperar
discursos de incitación al odio como el suyo.
La maniobra
electoralista del ex alcalde le ha deparado un éxito pírrico, pues, a la par
del aumento de votantes, ha sido también la causa principal de su desalojo del consistorio. La acción decidida
de la sociedad civil organizada, y de los partidos que han seguido su estela,
han conseguido este indudable logro.
Sin embargo,
si no se encaran de forma decidida las
causas profundas de la insatisfacción social,
no sería de extrañar que pudiera volverse a utilizar -por Maroto o por
otros- para conseguir réditos políticos e imponer políticas autoritarias y
antisociales.
Las
declaraciones del ex alcalde en el sentido de seguir en sus trece, “Llamando a
las cosas por su nombre”…, pueden ser algo más que un calentón del momento, y
auguran la posibilidad de “Lepenización” de la oposición del PP en
Gasteiz; y tal vez no sólo aquí, vista la creciente influencia en el partido del
ministro Alfonso Alonso, “padre
político” de Javier Maroto.
Hace falta,
por tanto, una revolución en las políticas sociales, tal y como reclamaba con
otras palabras José Ángel Cuerda. Un cambio radical que haga ver a los sectores
más necesitados de la ciudad que sus gobernantes están con ellos: que no los
abandonan a su suerte, sino que por el contrario llevan a cabo políticas que
favorecen su inclusión en la sociedad como ciudadanos y ciudadanas de primera.
De esa
manera, perderán fuerza los recelos de algunos contra quienes vienen de fuera;
sobre todo si se combinan esas nuevas políticas sociales con un esfuerzo por
parte de las instituciones en fomentar el conocimiento mutuo entre personas de orígenes
diversos; y también en el desmontaje de falsos rumores sobre esas personas,
interesadamente fomentados desde ciertos ámbitos mediáticos y políticos.
Una
revolución así no puede quedarse en bellas palabras, tiene que dar pasos concretos
y visibles: empleo público digno, clausulas sociales en la contratación y
subvención de empresas, poner en marcha
servicios sociales eficaces y que
escuchen a las personas usuarias, dotar del presupuesto y personal suficiente a
estos servicios, apoyar a las asociaciones que luchan contra la exclusión...
La
revolución de las políticas sociales debe alejarse del paternalismo. Tal y como
propone Naciones Unidas en sus
recomendaciones para la puesta en práctica de los Derechos Económicos Sociales y
Culturales: “deben tenerse en cuenta las
opiniones de las personas destinatarias de los servicios sociales, tanto en su
diseño, como en su puesta en marcha y evaluación”. Y debe, por supuesto,
garantizar esos derechos para cualquier persona sin tener en cuenta su origen,
género, condición u opción política.
Esto supone,
combatir la feminización de la pobreza; así como la exclusión de las personas
migrantes, y de otros sectores vulnerables como las personas mayores, con medidas decididas y presupuestos
relevantes.
Por último,
para garantizar que todo esto se lleva a cabo, es importante fortalecer la pequeña
y hermosa “conspiración de los iguales” (como se llamó a la revuelta de los sans
coulottes parisinos en 1797) que hemos ido tejiendo en Gasteiz en los
últimos meses.
Una red de
auto apoyo entre diferentes -pero
iguales en derechos- que tan buenos resultados
ha dado hasta ahora. Una red tejida de complicidades que será imprescindible mantener,
aumentar, y fortalecer para presionar, guiar y facilitar a las autoridades en la
consecución de la “revolución social” que imposibilite -de una vez y para
siempre- la utilización del discurso del odio para conseguir fines políticos en
nuestra ciudad.
Juan Ibarrondo
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