domingo, 22 de julio de 2012

GEROTRON 2050

PRÓXIMAMENTE EN LAS LIBRERÍAS, GEROTRON 2050, LA NUEVA NOVELA DE JUAN IBARRONDO. 


LIBROS EN ACCIÓN.



PRÓLOGO DE JUANTXO ESTEBARANTZ.


Soñar otros mundos en plena apoteosis del que uno vive es una ímproba tarea que exige desprenderse de las certezas de la época; preveer nuevos escenarios cuando la tierra que uno pisa comienza a temblar es, por el contrario, un acto de responsabilidad.
De nuevo bajo el género narrativo de ciencia-ficción Juan Ibarrondo nos presenta en 2012 “Gerotron 2050”, segunda parte o, como gusta el neologismo, precuela de su “Retazos de la Red” editado en 2005. Siete años median así entre ambas novelas, siete años en los que el ejercicio literario de anticipación de un nuevo mundo surgido tras el ocaso de la civilización industrial, no queda ya como delirio sino como mero sentido común ante el ruido cada vez más atronador de los signos que nos avanzan su colapso.

Desde la planicie de la meseta del crecimiento económico, en aquellos primeros años del tercer milenio occidental, desde el punto más álgido de incremento material pero que sólo podía aspirar a retrasar su ineluctable caída, “Retazos de la Red” describía la euforia desquiciada de aquel momento, partiendo de un escenario futuro en el que, tras la desaparición del capitalismo industrial, se intentaban adivinar las claves de una civilización cuyos restos únicamente permitían esbozar unos contornos a todas luces grotescos. Esta suerte de “arqueología invertida” de la que se servía el autor, este enterramiento de fragmentos descontextualizados y reinterpretados a la luz de la sensatez del ojo extraño, nos permitía reflexionar sobre aquellos fuegos fatuos que todavía vivíamos, regalando una distancia temporal que soltaba los grillos de un bienestar paralizante.
Eran entonces tiempos en que aquellos activistas que insistían en la inminencia del batacazo del capitalismo financiero, que precipitaría la caída del resto, eran vistos como espantajos catastrofistas, como profetas obsesionados con el fuego de un Apocalipsis al que siempre se le concedía una prórroga. Entre estos pocos lúcidos, despuntaba en la escena ecologista local Ramón Fernández Durán, cuyos constantes y urgentes avances del crack que se avecinaba chocaban con unos oídos sordos, sobornados y obnubilados con un pretendido crecimiento continuo. Junto a las denuncias de corte anticapitalista, quienes ponían en práctica una “austeridad voluntaria” o realizaban una desafección pública con la civilización industrial eran tomados como la última vuelta de tuerca del ascetismo izquierdista, que sumaba, a la voluntad de sacrificio del militante, la estética de las órdenes mendicantes.
En aquella árida meseta del derroche, la expansión de las nuevas tecnologías de la información, herramienta sistémica imprescindible para aquella fase de globalización económica, eran tomadas como óptimos vehículos emancipatorios, e incluso la Red como la expresión material de la inteligencia de clase, de un pretendido General Intelect de los desposeídos. Frente a este exabrupto en aquellos momentos tan poco chirriante, la denuncia literaria del desplazamiento y concentración de saberes y recursos al limbo tecnológico como empobrecimiento del género humano pero también como posible talón de Aquiles sistémico del que partía “Retazos de la Red”, se sumaba al coro que clamaba en el desierto de la abundancia.
El capitalismo que se había especializado en la venta por anticipado del futuro (lo que ellos llaman crédito garantizado por la expectativa del crecimiento económico) había sabido colonizar el presente y las llamadas a la cordura eran tomadas como puros signos de extravagancia.

Tan sólo unos años después, lo que se percibía como alaridos catastrofistas propios de aguafiestas vocacionales se han ido convirtiendo en verdades como puños, puños que ya no han ni de golpear el escaparate rajado de una civilización en quiebra.
A la par que eran publicados los “Retazos” se alcanzaba el pico de en la extracción del crudo, poco después de la intervención norteamericana en el fértil Irak, que inauguraba un nuevo período de convulsiones en el Oriente Medio petrolero y de reorganización de los equilibrios en la zona de los diversos bloques occidentales en liza. La invasión de 2003 abriría una nueva época caracterizada por las agresiones militares, de guerras por recursos, donde los feudos militarizados occidentales convivirían en el caos de nacientes estados fallidos. La difuminación de un mapa más o menos estable en el segundo tramo del siglo XX, se convertía ya en un hecho y las más crueles formas de barbarie resucitan junto con el instrumento Guerra, orillando definitivamente el autorretrato humanista de las democracias occidentales.
También las capacidades de la Red telemática por excelencia han ido agigantándose, engullendo progresivamente mayores saberes y recursos y, consecuentemente, desposeyendo de estos a quienes se los confían. El traslado de contenidos hacia el la esfera evanescente de la tecnología en el Norte global, continuo desde el comienzo del tercer milenio, siguió en su primera década su incontinencia. En esta segunda década la disputa ya no es por la hegemonía, sin lugar a dudas propiedad del soporte digital en red, sino por la extinción de cualquier soporte físico fuera de la propia Red. La multiplicación de los diversos gadgets durante el periodo de mayor capacidad de consumo de masas ha posibilitado que, tras la memoria escrita de la Humanidad objetivo del primer asalto, se encuentre en curso el traslado de la memoria gráfica hacia el soporte digitalizado junto con incipientes procesos como el de la memoria cartográfica. No es preciso remarcar que junto con cualquiera de estos traslados de saberes se profundiza la desaparición de las destrezas humanas, que quedan necesariamente mediadas por instrumentos técnicos, en el caso de la memoria cartográfica, la capacidad de orientación y su memorización, desplazada por localizadores por satélite en mapas digitalizados. Librada la batalla por el saber escrito y auditivo, comienza la de las relaciones, la esencia de eso que decimos humano, irrumpiendo ésta bajo el nombre del “fenómeno de las redes sociales”, imposibles éstas sin la multiplicación de la telefonía móvil e impensables sin la hegemonía del soporte digitalizado en red.
El babel montado por el capitalismo financiero se desplomaba públicamente en 2007, cayendo en barrena desde el territorio yankee y arrastrando consigo en breve al capital comunitario europeo. Aquellos solares donde la burbuja financiera se había sabido prolongar en el sector inmobiliario, sufrirían un mayor impacto en el parón consiguiente de sus economías, lo que socialmente se traducía no sólo en una pérdida objetiva de ingresos y de capacidad de consumo, sino en el abandono abrupto del  imaginario del crecimiento. Así tras un lustro de persistente crisis, ésta ya no es socialmente vista como un periodo excepcional, preciso sólo de más eficaces gestores o mejores repartos, sino como el comienzo de una época de declive que avanza hacia oscuros escenarios.
Esta es la tierra que pisa la aparición de este “Gerotron 2050”, tierra donde la industria de la salud, la siguiente en recursos tras la armamentística, se retroalimenta de las técnicas pero también de los efectos nocivos de la segunda revolución verde enraizada en la producción de alimentos transgénicos. Tierra donde, desterrado ya el dogma del crecimiento económico tendencial sobre el que reposa la cultura y la mecánica del capitalismo y despejada la inútil disyuntiva entre un futuro régimen político basado en una dictadura de la sostenibilidad o un endurecimiento autoritario del sistema al uso, la incógnita ya no es si hemos comenzado el Largo Declive de la civilización industrial, sino si tendrá lugar algún Error Fatal que acelere sus ritmos y si es deseable o meramente posible inducir su aparición.

Con los pies en esta debacle en el que nos encontramos, lo cierto es que este camino de decadencia no lleva consigo un cataclismo redentor, una Ruptura, y ni siquiera sabemos si facilita oportunidades de intervención en clave emancipatoria.
No obstante, la experiencia reciente nos dicta que la senda no puede ser otra que la de volver a tejer comunidad en clave de resistencia frente a un capitalismo totalitario que prolongará su agonía, buscando los huecos en los rincones menos colonizados, aquellos en los que aún nos queda condición humana. Reconstruyendo los lazos sociales en el entorno más local, trazando nuevas complicidades desde los ámbitos más cercanos a la mera supervivencia, reinventando la red de relaciones que garantice la balsa sobre la que danzar en la zozobra. Y sobre ella recuperar los goces más básicos ligados a nuestros sentidos primarios y a las fantasías ancladas en nuestros cuerpos.
Abandonar la funesta idea-fuerza del progreso judeo-cristiano supone también recrear la poética de lo cercano, encontrar el dios de las pequeñas cosas, encontrar la magia de la mesura, degustar la hermosura de la repetición. Olvidar la línea y volver al círculo o bailar el caos, son dos de los caminos posibles que nos regala la tradición para el nuevo tono holístico de nuestras actividades cotidianas sobre el que refugiar nuestro empequeñecimiento. Recuperar la trama de la vida social, desde las afueras de un mercado demenciado como proyecto de supervivencia y a la par, dar de nuevo valor al silencio, a la soledad y al tiempo lento como parte de una finitud aceptada que no ha de reñirse con la voluntad de permanencia.
Y con la humildad como columna que vertebre nuestra socialidad y condición frente a la arrogancia de la bestia herida, sin que esto suponga la ingenuidad de lo ínfimo, la esterilidad de lo despreciable. Porque nuestra iniciativa debe teñirse de la voluntad de desafío, saber proyectarse como una deserción colectiva, alardear de su desafección. La serenidad ha de ser la característica de nuestra enemistad con el mundo que declina, no un bálsamo para que se mantengan prietas las filas de quien se bate en retirada.
Mas volver a tejer las complicidades necesarias para sustentar la sociedad humana, atesorar en nuestras manos las destrezas y saberes colectivos, no descarta empujar tramas anónimas y subterráneas que aspiren a adelantar la defunción de un sistema moribundo. Si en los albores de la protesta proletaria pugnaron entre sí la sociedad secreta y el movimiento social, el putch y la insurrección, en los penúltimos coletazos de éste apenas dos siglos más tarde, sabemos que ambas tácticas se superponen. Hemos palpado suficientemente las grietas del romanticismo de los pocos y del realismo de los muchos, para poder sacar la conclusión de que ninguno (y hoy menos) es descartable.
En nuestros días, desertar del espectáculo o simplemente no ser deglutido por la vorágine de las redes telemáticas, tiene como traducción práctica incorporarse a la clandestinidad. E hilar relaciones colectivas de supervivencia engrosar la resistencia. Así, y en el año 2012, aspirar a publicar una novela en formato papel es ya un acto de desobediencia. Y si los viejos oradores obreros para lanzar sus soflamas, debían subirse a una caja para no pisar el suelo de la Reina, quizá sea la literatura el peldaño necesario para distanciarnos de la inercia que nos aferra y, ahondando desde ella, anticipar futuros escenarios.

Jtxo Estebaranz, Mayo de 2012.