miércoles, 13 de febrero de 2013

EL TIEMPO DEL CAPITALISMO (2)

EL CAPITALISMO ENTENDIDO COMO UNA INCORRECTA COMPRENSIÓN DEL TIEMPO (2)

Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. Representa un ángel que parece a punto de alejarse de algo a lo que mira atónito. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas extendidas. El Ángel de la Historia debe de ser parecido. Ha vuelto su rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de acaecimientos él ve una única catástrofe que acumula sin cesar ruinas y más ruinas y se las vuelca a los pies. Querría demorarse, despertar a los muertos y componer el destrozo. Pero del Paraíso sopla un vendaval que se le ha enredado en las alas y es tan fuerte que el Ángel no puede ya cerrarlas. El vendaval le empuja imparable hacia el futuro al que él vuelve la espalda, mientras el cúmulo de ruinas ante él crece hacia el cielo. Ese vendaval es lo que nosotros llamamos progreso.

Walter Benjamin.



EL CAPITALISMO ENTENDIDO COMO UNA INCORRECTA COMPRENSIÓN DEL TIEMPO.

Se ha escrito mucho sobre los orígenes y causas del sistema que Carlos Marx definió como capitalismo. En las últimas décadas, con el auge de conceptos procedentes de la ecología social, apareció el término turbo-capitalismo,  que venía a explicar que en el sistema capitalista: por su propio desarrollo, por la aplicación de las nuevas tecnologías de la comunicación al sector financiero, por el aumento de la velocidad del  transporte basado en los combustibles fósiles… se producía una aceleración cada vez mayor en los flujos de mercancías físicas o virtuales. Es decir, que el capitalismo se desbocaba de forma creciente, resultando cada vez más inabarcable para la escala humana; y también más frágil y proclive a sufrir crisis cada vez más frecuentes y globales.

El fenómeno de la llamada globalización implicaba también, además de un ensanchamiento del espacio capitalista, un estrechamiento del tiempo, un fenómeno que en Retazos de La Red (1), describía como “todo en todas partes y al mismo tiempo”.
En palabras de Yayo Herrera (2) “Vemos que los aspectos más sobresalientes de la crisis ecológica actual mundial también pueden ser analizados como desajustes y conflictos en clave de tiempo, en clave de uso de tiempo. Las sociedades denominadas más desarrolladas, en las sociedades más ricas, sufrimos una enfermedad grave que es la del hambre de tiempo, es decir nos falta tiempo básicamente para todo. Y este hambre de tiempo está muy relacionado, causado directamente, precisamente por el culto a la velocidad, es decir, por la aceleración de ritmos, por la compartimentación de la vida cotidiana, por la dilatación de los trayectos, por la centralidad del tiempo dedicado al trabajo asalariado, por la hacinación en núcleos urbanos…”
La pregunta que me surgió entonces fue si este proceso es algo nuevo, algo que surge a finales del siglo XX; o más bien es una característica inherente del sistema capitalista desde sus orígenes,  que simplemente se ha acentuado con el desarrollo tecnológico. Desde luego, la respuesta a esta pregunta excede las posibilidades de este pequeño ensayo, por lo que solamente esbozaré unas pinceladas que puedan contribuir a concretarla.
Obviamente, deberemos comenzar por tratar de entender esos dos conceptos, nada simples, que son el tiempo y el capitalismo, para luego tratar de relacionarlos.
Primero, debemos entender que el sistema de mercado: la oferta y la demanda como motor de la historia, es un acontecimiento muy reciente. Como escribe Karl Polanyi (3) el sistema de mercado -que no el mercado en sí o la compra venta- incluida la conversión del trabajo en mercancía, es relativamente reciente. Algunos lo sitúan en el siglo XVII con la primera bolsa de valores en Ámsterdam, o incluso más tarde con la revolución industrial inglesa. En la antigüedad, en la edad media, e incluso en la época moderna existen otras formas dominantes de economía. Sólo mas tarde, el sistema de mercado se extiende por el espacio en cuatro momentos: conquista, colonialismo, imperialismo, globalización… se interna en nuestra cotidianidad y acaba por colonizar el tiempo.
Santiago Alba (4) lo expresaba de forma poética explicando como el mercado rompe los muros que tradicionalmente lo cercaron, deja de ser un lugar delimitado en el espacio, se extiende por la ciudad, por los campos, los bosques…  entra en nuestros cuerpos, coloniza el tiempo…
Tal vez, podamos entender el capitalismo más allá de su definición clásica basada en los conceptos de mercancía y  plusvalía, conceptos que sin duda sigue siendo válidos. Es decir, examinarlo en su aspecto temporal.
No descubro nada nuevo al decir que el capitalismo no hubiera sido posible sin una forma más exacta de medir el tiempo, con la aparición y desarrollo del reloj, que permitía sistematizar la producción en franjas horarias cada vez más precisas; un proceso que se aceleró con la tecnología digital. La cadena de producción, que sustituyó al trabajo artesanal -además de convertir el trabajo en mercancía- también implicó una disminución del tiempo destinado a la construcción de objetos; que supuso a su vez una merma en la calidad de esos objetos.
Esto es algo que ya  denunciaba el movimiento ludita (5) en los comienzos de la era industrial en Inglaterra. Con el tiempo, “la chapuza” en la producción industrial, se ve agravada cada vez más, pues los objetos duran cada vez menos y el tiempo empleado para producirlos tiende a reducirse. En la novela de ciencia ficción  Retazos de la Red, los arqueólogos del futuro que analizan nuestra sociedad se dan cuenta de que “Los objetos de la primera parte del imperio eran mucho más sólidos, y que por tanto habían resistido mucho mejor el paso del tiempo” (6) Una idea que desde el ensayo político se conoce hoy como obsolescencia programada (7)
En el terreno de la representación de la realidad la aparición del cine y la tecnología audiovisual es otro avance hacia una representación de las cosas cada vez más vertiginosa. En las primeras películas la realidad se representaba así: un hombre, baja de un coche, sale a la calle, recorre la acera, entra en un portal, sube las escaleras, llama a la puerta, le abren… Una película actual, en cambio, pasa directamente del coche al interior del piso donde se desarrolla la acción principal; es decir, de alguna manera a través del uso de la elipsis se devora el tiempo real. Esto no tiene por qué estar mal en una película, pero si sucede en la realidad vivimos una vida demediada; nos perdemos el camino en un viaje, en una relación el proceso de seducción…
Disponemos por tanto de la intuición de que una de las claves del capitalismo, la consecución del mayor beneficio en el menor tiempo posible, implica de hecho la aceleración de la manera en que percibimos y medimos el tiempo.
¿Y el tiempo? Más allá del debate filosófico, o físico-matemático, sobre qué es en realidad el tiempo; parece evidente que en las sociedades tradicionales la percepción de tiempo responde a una geometría circular, o cíclica, y que sólo con el desarrollo del capitalismo y la generalización de la economía de mercado, se impone una idea lineal del tiempo.
Jorge Riechmann (8) va más allá, y habla de economía cíclica natural en oposición a economía industrial capitalista lineal: “En la economía cíclica natural cada residuo de un proceso se convierte en la materia prima de otro: los ciclos se cierran. Por el contrario, la economía industrial capitalista desarrollada en los últimos dos siglos, considerada en relación con los flujos de materia y de energía, es de naturaleza lineal: los recursos quedan desconectados de los residuos y los ciclos no se cierran”.
Pero también del campo de la ciencia sacamos los profanos la conclusión de que tiempo y espacio están íntimamente relacionados, y ambos a su vez con el concepto de velocidad. No entraré en ello, aunque sería de gran interés si se pudieran aplicar  las nuevas teorías sobre el espacio-tiempo al terreno de las ciencias sociales. Algo que no tengo del todo claro, pues separan a ambos ámbitos abismales diferencias de escala, que nos pueden llevar a mezclar conceptos de forma inadecuada, como hacen ciertas teorías new age. El efecto mariposa,  la teoría del caos, o la física cuántica, pueden valer para explicar  la teoría conspirativa de la historia, pero también para desarrollar la idea de anarco-capitalismo; es decir, que lo mismo sirven para un roto que para un descosido. Sin embargo,  desde Heisenberg (9) sabemos que las leyes -y los fenómenos- del mundo microcósmico no son transponibles al mundo mesocósmico y macrocósmico. Nosotros nos movemos en el mesocosmos, y la naturaleza de lo social puede ser abordada desde presupuestos tangibles, manifiestos en la inmediatez, aunque esto no quiera decir que la realidad sea totalmente abarcable de acuerdo con un sistema de interpretación.
En este sentido, una de las propuestas contemporáneas más interesantes que propone una alternativa a la idea del tiempo lineal (constituido por una sucesión de momentos que marchan hacia el progreso)  sea la de Walter Benjamin (10) que imaginó la historia como un tiempo lleno de presentes discontinuos que los seres humanos llenarían de sentido con la utopía; que no sería un estado final cronológico de la historia sino una iluminación que atraviesa diacrónicamente cada momento de la historia y constituye su sustancia. En ese sentido, el pasado no está cerrado ni acabado, al igual que el futuro. Es una continua renovación diacrónica.
Algo así sugería Greil Marcus al escribir “Rastros de Carmín” (11) describiendo una historia diacrónica de  movimientos, culturales, artísticos, políticos, sociales…, que de repente brotan  como un estallido, como una negación de la cronología del poder. Una historia heterodoxa de la heterodoxia que implica la exigencia de un cambio radical y definitivo en el sesgo de la historia.
Esta visión lleva implícita una crítica al poder, pues la cronología implica medir el tiempo desde una determinada lógica, la lógica del poder. Así que puede ser también una forma de dominio.
En el campo de la representación, me viene a la cabeza un ejemplo que puede ayudar a entender esta idea de lo cronológico  como forma de dominio. Se trata de la fábula sobre los productores tristes, que oí en palabras del guionista navarro Michel Gaztanbide: “los productores de cine estaban tristes, envidaban a otros colegas industriales que cuando sacaban al mercado sus productos tenían mucha mayor seguridad que ellos de la respuesta del público… el problema era que, las películas dependían demasiado del talento o incluso el capricho de directores y guionistas. Para evitar tamaña injusticia decidieron llamar a los mejores escritores, críticos, lingüistas… los encerraron en una mansión rodeada de espesos bosques y les pidieron que crearan un modelo de guión perfecto, uno que les diera garantías razonables de que gustara a todo el mundo. Así lo hicieron: inventaron el final feliz, establecieron una cronología canónica y detallaron en ella cuando debían darse los conflictos que dotarían a la historia de intensidad dramática”. (12) Se inauguraba así un canon cinematográfico, al igual que en el capitalismo se inaugura un canon temporal, una cronología del poder.
En todo caso, parece claro que la idea lineal del tiempo implica un principio y un final, mientras que la idea circular se basa más bien en el principio del renacer. Sobre este último, me gusta repetir la concepción andina del tiempo (13) que se representa como una fuerza representada por una piedra que es arrojada a un estanque con mayor o menor fuerza (algo que es interesante, porque incluye la acción humana y nos alejamos de una concepción del tiempo ajeno, eterno, metafísico…) y provoca ondas circulares y concéntricas que se desplazan a distintas profundidades, arriba y abajo, adelante, atrás; a distintas velocidades, lo que explica la diversidad cambiante del mundo.
 El pasado, el presente y el futuro están relacionados de forma que el pasado retorna continuamente, es parte del presente, que a su vez ve y anticipa el futuro.
Mi interpretación sobre esta concepción es que entre una y otra onda se produce el renacimiento: el Pachakuty (14) es decir un cambio cualitativo que viene producido por un retorno al pasado y un salto al futuro que se producen de forma simultánea.
El poeta Kirmen Uribe (15) me explicaba en una entrevista en Ondarroa que la concepción del tiempo de las sociedades apegadas a la tierra se parece menos a la idea de un río que fluye hasta el mar; y se parece más a las corrientes submarinas que fluyen en direcciones y a profundidades distintas, adelante y atrás. Así mismo, el proverbio vasco Atzok bihar (el día de ayer tiene día de mañana) nos habla de un pasado y un futuro entrelazados de forma bidireccional.
Sin embargo, resulta difícil al occidental desprenderse de la visión lineal del tiempo y la vida,  puesto que está basada en el gran y terrible descubrimiento que da origen a la humanidad: la muerte. Como dice Rousseau, “El conocimiento de la muerte y sus terrores es una de las primeras adquisiciones que lleva a cabo el hombre al alejarse de su condición animal (…) pues jamás un animal sabrá lo que es morir” (16).  De manera, que la conciencia de ser implica también la idea de finitud, de dejar de ser.
En todo caso, no deja de ser cierto que para muchas culturas humanas la muerte no significa un final sino un renacer, un volver a ser de otro modo. De forma que la aceptación de la muerte no implica necesariamente esa idea lineal del tiempo, propia de las sociedades “modernas”.
¿Es entonces la idea lineal del tiempo una característica humana o más bien es sencillamente la manera en que en el capitalismo medimos el transcurso de las cosas? Y más aún, ¿el concepto de progresiva aceleración, que como hemos visto caracteriza al capitalismo tardío, supone en realidad una carrera contra la muerte?
Esta última idea se puede aplicar también en el ámbito del espacio. Suponemos que cuanto más espacio recorramos de más tiempo dispondremos. Algo que se ve muy bien si estudiamos el fenómeno del turismo como una carrera a través del espacio en el menor tiempo posible, al igual que la economía del beneficio rápido.
Joseba Sarrionaindía (17) escribe que “los automóviles que circulan por nuestras carreteras aceleran para huir del pasado y para adelantarse al futuro”. Así mismo, Milán Kundera en su novela “La Lentitud” (18) muestra a un personaje que montado en su automóvil, siente que la aceleración de alguna manera le saca del tiempo.   Las expresiones “Vivir a tope” o “Vive rápido” “Cómete al mundo” son significativas en ese sentido.
El escritor vasco Fito Rodriguez escribe en su novela “La Ventana de Casandra” (19): “Los occidentales hemos aprendido a entender las cosas en base a cronologías y, claro, en cuanto dejamos de movernos, da la impresión de que el tiempo nos ha atrapado, digamos que nos sentimos como si nos hubieran detenido
De alguna forma, podemos decir que en el sistema capitalista el tiempo se consume como una mercancía más. Es decir, se consume cuanto antes para que pueda continuar el ciclo de producción-consumo, a un ritmo que, con la generalización de la obsolescencia programada, tiende a acelerarse cada vez más.
Podríamos deducir así que, en las sociedades capitalistas, la idea del tiempo no se basa en ese descubrimiento primordial de la muerte que inaugura la propia condición humana; sino en su negación neurótica, en la no aceptación de la muerte como algo consustancial a la vida. Entenderíamos entonces el capitalismo como una carrera imposible de ganar contra la muerte.
Los constructores calvinistas de relojes, serían en ese sentido -siguiendo la idea de Max Weber sobre el origen del capitalismo y la ética protestante- (20) los prototipos más claros del origen del capitalismo, por lo menos desde el punto de vista que esbozamos en este ensayo. La idea de aprovechar el tiempo, y por ende del trabajo como valor supremo, propios de la ética calvinista: ¿No implican también una determinada concepción del tiempo y el espacio? 
La salvación vendrá determinada, según esta concepción, por el aprovechamiento del tiempo a través del trabajo constante. Sólo los que aprovechan el tiempo tendrán las puertas abiertas del cielo como decía el fundador del Opus Dei (21). Porque para ellos aprovechar el tiempo supone producir lo más posible en el menor tiempo posible. Tal vez, la idea clásica del mayor beneficio en el menor tiempo posible deriva de esta premisa primitiva. Una premisa que se va pervirtiendo progresivamente, pues se pierden sus razones  religiosas, y hasta prácticas, en el sentido de producir para vivir mejor: llegándose al absurdo de producir nocividad, es decir, producir para vivir peor; o productos de obsolescencia programada, con la consiguiente destrucción de los ecosistemas y el  derroche de los recursos; especialmente los combustibles fósiles, que son claves para mantener la aceleración progresiva del capitalismo. Frente a esta forma de pensar y actuar del capitalismo desarrollista, desde el movimiento indígena se opone el concepto de “buen vivir” contraponiéndolo a la idea de vivir cada vez mejor. Es decir vivir de forma equilibrada,  buscando el equilibrio entre las personas y con el medio natural (22)
También desde el feminismo (23) se propone un uso del tiempo apropiado para una vida que merezca la pena ser vivida. Un uso del tiempo acompasado a la vida,  apropiado para una economía al servicio de la vida cotidiana y el cuidado mutuo; frente al absurdo de una vida cotidiana al servicio de una economía entendida como una especie de teología del capital y la mercancía, con el mercado entendido como “motor inmóvil” o “principio ordenador” del mundo.   Por cierto, que el propio Weber (24) dice que el capitalismo ha devenido desde sus orígenes religiosos en una máquina ciega, que funciona por si misma sin necesidad de razones o motivaciones, y añade que probablemente durará hasta que se haya extraído la última gota de los combustibles fósiles: ahora mismo algo no tan lejano en el tiempo (25).
Resulta también interesante para el propósito de este ensayo, darse cuenta de que las sociedades con una concepción circular o cíclica del tiempo son normalmente más refractarias al desarrollo de tipo capitalista, que las que han asumido una lógica lineal, progresiva (de progreso) y  acelerada del tiempo.
Aún en estos tiempos globales existe un afuera -más grande de lo que a veces suponemos- que vive al margen del capitalismo.
El escocés J.C. Scott en su libro “El arte de no ser gobernados” (26) describe las relaciones sociales fuera del capitalismo en las zonas altas del sudeste asiático, un lugar que él denomina Zomia,  una vasta área geográfica ubicada en partes montañosas del sureste de Asia: China, India y Bangladesh, de casi del tamaño de Europa, 2.5 millones de kilómetros cuadrados. Para Scott estos pueblos readecuan sus identidades y sus prácticas sociales, mitos… en función de estrategias de resistencia frente a los intentos de dominio, de los Estados. Literalmente “se echan al monte” para sobrevivir como comunidades y como individuos libres, para no ser esclavizados. Algo parecido supone Joseba Sarrionaindía en “¿Somos como moros en la niebla?”,  sobre las comunidades Amazigh del Magreb y en cierta manera para los propios vascos. También son evidentes las similitudes con los pueblos indígenas americanos; y así lo destaca la elaboración teórica de intelectuales próximos al zapatismo como el propio  Marcos, Gustavo Esteva, o John Holloway (27) al hablar de comunidades en resistencia, de sociedades no estatales, de autonomía ligada al territorio…
En el mundo de los llamados pueblos indígenas -que viven un tiempo lento y circular-  la rotación y el turno cumplen un papel de primer orden. En Zomia, por ejemplo, se utiliza una rotación de quema y cultivo, al igual que en amplias zonas de África. La rotación y el turno, que implica repetición cíclica, pues “te toca” realizar determinado rol de forma cíclica, tienen un papel importante en las relaciones sociales de las comunidades indígenas americanas (28)
En Zomia, por ejemplo, las gentes viven, dentro de lo posible,  ajenas a la aceleración paroxística del capitalismo. Para estas comunidades en resistencia, tribus fugadas del capitalismo, fugitivos de un paraíso que para ellos es infierno… pues para ellos el tiempo del capitalismo es el tiempo de la dominación, el tiempo del poder.
Es el tiempo del mal gobierno, como dicen los zapatistas; que proponen nada menos que tres tiempos concretos para sus relaciones: el tiempo del gobierno, el tiempo de Dios, y el tiempo zapatista. En cada uno de ellos hay distintas franjas horarias, y se utilizan para cosas distintas: el tiempo del mal gobierno (el oficial) se acepta a regañadientes para relacionarse con médicos, maestros… fuera de las zonas zapatista; el tiempo de Dios, franjas horarias solares sin los apaños del gobierno, se utiliza en el interior de las comunidades; y el zapatista para las actividades clandestinas.
Llegados a este punto, pienso que ya tenemos algunos elementos para tratar de contestar a la premisa que da título al texto: ¿Es incorrecta la comprensión capitalista del tiempo? Y para empezar a desbrozarla debemos aclarar qué queremos decir con incorrecta.  
Cuando hablamos de una comprensión incorrecta nos referimos en primer lugar a que es inabarcable para la vida, es decir para los procesos biológicos que son la base primera de la propia humanidad. Nuestro reloj biológico no marca el mismo compás temporal que el ritmo vertiginoso al que nos fuerza el capitalismo.   Por ejemplo, los sistemas de producción capitalistas de turnos  en la fábrica rompen con una división temporal firmemente impresa en la propia condición humana también a nivel biológico: el día y la noche. Ni siquiera los siervos medievales hubieran aceptado trabajar de noche. Se podía trabajar de sol a sol pero jamás de noche; la noche estaba exenta del trabajo, era más bien el espacio para el descanso, para las actividades consideradas ilícitas y las conspiraciones. Obviamente, el descubrimiento de la luz eléctrica posibilita también el trabajo nocturno; pero, como saben muy bien las personas que lo sufren, ello no elimina los perjuicios psicológicos que les ocasiona.  
El aumento de las neurosis, la ansiedad, el estrés, y las llamadas enfermedades sociales, también está muy ligado al ritmo a-biológico que impone el capitalismo. En este sentido, podríamos hablar de una sociedad aquejada de nerviosidad, donde el tradicional “Baile de San Vito” (29) se generaliza al conjunto de las relaciones humanas.
Sin embargo el tiempo social, o mejor el tiempo de la comunidad, exige cierta calma: podríamos pensar en  los tiempos del juego, del encuentro, de las relaciones, del amor, de la vida familiar, del activismo social y político… la democracia, el consenso, llevan tiempo. El debate, la búsqueda de acuerdos, la búsqueda de soluciones colectivas, son procesos que llevan mucho tiempo y que riñen con las prisas. Por tanto, si los tiempos del cuerpo, si los tiempos de la naturaleza, si los tiempos de la vida social… son cíclicos y son lentos ¿A quién le interesa la velocidad? ¿Quién exige los tiempos de la velocidad? La respuesta sólo puede ser una: el mantenimiento del sistema capitalista  -el sistema de mercado- que, por así decirlo, convierte el tiempo en mercancía; una mercancía que debe ser producida y consumida en el menor tiempo posible, para lograr el mayor beneficio posible.

  
Avanzando un paso más, sabemos desde hace mucho que el ser humano es un ser social. Es decir, que la condición humana se explica sobre todo por establecer una red de relaciones sociales complejas. Si bien los ritmos humanos a nivel individual están condicionados por los procesos biológicos que los sustentan, si hablamos de sociedades humanas podríamos decir que esa red compleja que las constituye sí es capaz de trascender de alguna manera esas limitaciones biológicas. Sin embargo, en mi opinión, esa transcendencia no debe suponer ir en contra de los ritmos biológicos sino más bien de armonizarlos con los constructos sociales. Sin perjudicar a las células individuales, las personas, que son a fin de cuentas los nudos de esa red de la que hablábamos; y que en último término constituye lo que conocemos como humanidad.
Descubrimos entonces una segunda forma de incomprensión temporal del capitalismo. Algo que podríamos denominar como  una incomprensión social del tiempo.  O una incomprensión del tiempo social. Me refiero a que el capitalismo desconoce el largo plazo.  El sistema de mercado, el capitalismo, actúa sobre todo en el corto plazo; es incapaz de planificar la economía y la sociedad. En ese sentido podríamos decir que el capitalismo es puro presente, pues borra el pasado de la memoria colectiva e individual (recordemos la idea del fin de la historia, memorias artificiales tipo Google; circulación de informaciones fuera de contexto, sin pasado, sin historia) y sólo concibe el futuro como un almacén de recursos para satisfacer su insaciable ansia de beneficios presentes. Esto y no otra cosa es lo que supone la economía basada en el  crédito, que ha llevado al colapso al sistema financiero global. Es decir, se establecen unas perspectivas económicas de futuro que poco tiene que ver con un análisis mínimamente racional, y que se adecua en cambio de forma torticera a los intereses del presente más inmediato. Sin embargo, y de forma paradójica, las personas que viven en el capitalismo son a menudo incapaces de “estar a lo que están”, es decir no pueden centrarse en una actividad presente sino que parecen vivir de cara a un futuro ilusorio que nunca llega a realizarse, un falso futuro al que se aspira y nunca se llega, lo que produce, como decíamos, una situación de ansiedad permanente, que puede derivar -y de hecho deriva a menudo- en angustia.
Volviendo al tiempo social, en muchas ciudades, se inicia una actividad constructiva de viviendas totalmente desmesurada, presuponiendo un aumento de la población fuera de toda previsión razonable. Para ello se utilizan análisis pseudo sociológicos, que lejos de tratar de analizar con honradez científica las tendencias demográficas, son única y exclusivamente excusas y justificaciones de esa actividad constructiva presente; y de los beneficios a corto plazo que reporta a quienes pagan los análisis. 
Lo mismo sucede con las previsiones de los recursos naturales, sobre todo los combustibles fósiles, y  la idea de “Panacea” energética que nos venden los adalides del capitalismo: un gran descubrimiento que llegará algún día y salvará al mundo de la escasez y proporcionará energía infinita. Una idea, que recupera la  acepción medieval de la palabra panacea, es decir convertir el plomo el oro, y nos devuelve a la alquimia; al igual que  las promesas de eterna juventud del sistema industrial medico-farmacéutico, algo que nos lleva también a pensar en esa negación neurótica de la muerte de la que hablábamos más arriba.
Quizá el ejemplo más claro del desequilibrio capitalista  sea el desajuste temporal que supone gastar en unos cien años lo que la naturaleza tardó millones en producir: el petróleo. Sobre todo a consecuencia del transporte motorizado masivo, que supone un rápido expolio del combustible fósil y una rapidísima emisión de carbono a la atmósfera en un ciclo un millón de veces más rápido del que tardó en formar todos esos depósitos de petróleo (30)

En suma, el sistema de mercado es incapaz de interrelacionar las variables mínimas para prever el futuro: Límites ecológicos, desarrollo psicosocial y desarrollo tecnológico. Hacerlo está fuera de su lógica temporal, pues como decíamos desconoce el pasado y el futuro; y sólo se mueve en base a intereses inmediatos.  
El resultado es que el sistema de mercado, el capitalismo, nos condena a un ritmo de vida progresivamente acelerado, basado en una concepción lineal del tiempo, que deriva hasta un desconocimiento del pasado y el futuro; y a vivir en un presente vacío, ilusorio, siempre a la espera de un futuro que nunca llega.
Ello conlleva, a nivel individual,  la proliferación de “accidentes íntimos”, patologías sociales… en el sentido que concibe Paul Virilio (31) De la misma forma que la circulación progresivamente acelerada de mercancías  y personas en el espacio conlleva los llamados accidentes de tráfico; y el desarrollo tecnológico desbocado en busca de la panacea energética nos lleva a la destrucción del propio ecosistema global, con el efecto invernadero; o la energía nuclear y su reverso oscuro, el arma nuclear.
Del mismo modo, la revolución verde y el desarrollo de la biotecnología pueden también entenderse como un desajuste temporal de los ciclos naturales, en aras del beneficio a corto plazo, con lo que ello supone de empobrecimiento de la tierra, y la disminución progresiva de la biodiversidad… Por ejemplo, las  inundaciones en el sur de España, y otros lugares, pueden entenderse como un desajuste temporal entre el  ritmo de las precipitaciones y el  ritmo de la construcción durante la llamada “burbuja inmobiliaria”.
En este sentido, es interesante la concepción de Yayo Herrera sobre la vulnerabilidad que produce el capitalismo: “Un sistema ecológico se hace vulnerable cuando se acelera y cuando pierde diversidad, cuando se hace más homogéneo, más global. La crisis ambiental es una crisis de crecimiento ilimitado en el uso de recursos y en la generación de residuos en un planeta que sí tiene límites, que es limitado. Puede permitirse este crecimiento ilimitado gracias a dos factores: la velocidad y la globalización” (32).
También las crisis económicas pueden concebirse también como “accidentes”. Por cierto que, como dice Carlos Verdaguer (33), el término “accidentes geográficos” es sintomático de cómo se considera la naturaleza en el sistema capitalista: como un accidente a superar, como un problema que resolver…
Accidentes, como decíamos, de un sistema que necesita destruirse y reconstruirse continuamente, de forma cada vez más rápida, pero que paradójicamente es incapaz de renacer en algo nuevo.
Esto es algo que entendieron muy bien los situacionistas, sobre todo Debord (34), cuando hablan del capitalismo como una continua repetición (trabajo, consumo, descanso, trabajo, consumo, descanso…) donde el tiempo no transcurre, no existe el cambio. Ellos hablaban de una no vida, y de recuperar el acontecimiento, crear acontecimientos que rompan ese no transcurrir del tiempo del capitalismo. Por tanto, quizá una representación visual del tiempo capitalista más adecuada que la línea recta sea entonces un círculo que gira sobre si mismo cada vez a mayor velocidad: Un círculo vicioso.
Cuando hablamos de un sistema incapaz de renacer, nos referimos tanto a la acepción andina de renacimiento (Pachakuty) como a su acepción clásica referida al renacimiento europeo. Como decíamos más arriba, en ambas se produce una mirada hacia el pasado y un impulso -un cambio cualitativo- hacia el futuro.  En el renacimiento se abandona la ropa vieja, la crisálida, la piel de la serpiente (por ejemplo una visión canónica o religiosa del mundo en el caso del renacimiento europeo); pero también se mira al pasado para crear el futuro: como el Giotto, que recupera la manera de representar la figura  humana de la antigüedad clásica, e inaugura  a partir de esa mirada y del abandono de las formas encorsetadas de representación medievales, un nuevo arte humanista, que implica algo nuevo y viejo a la vez. En ese sentido, podríamos decir que el renacimiento es necesariamente anacrónico.
En el capitalismo, las crisis cíclicas cada vez más frecuentes contradicen la idea progreso continuo y lineal: desde el pasado oscuro hacia el  futuro radiante; que es una de las ideas fuerzas tanto del capitalismo neoliberal como de su versión estatal, también conocido como “socialismo real”. Algo que, por cierto, también es una idea tan reciente como el propio sistema de mercado; pues durante siglos, en occidente, el progreso, el ideal, el desarrollo, la edad de oro….  se situaba en el pasado, en La Antigüedad,  y no el futuro, donde más bien esperaba el Apocalipsis, que también suponía un renacer, en este caso de “los justos” que se salvarán y renacerán a una vida nueva.
Es decir, que frente a una concepción ideal -firmemente impresa en el imaginario capitalista- de progreso lineal ad infinitum, un análisis crítico del capitalismo  nos lleva a la conclusión de que, paradójicamente, el capitalismo es un sistema inmóvil, incapaz de renacer en algo cualitativamente distinto.
Sin embargo, en la economía natural cíclica, a pesar de que aparentemente da una impresión de inmovilidad -de eterno retorno a lo mismo- hablaríamos más bien de “un estado estacionario –referido a los ciclos de materia y los flujos de energía a través del sistema económico– como el de la biosfera, es decir, caracterizado por la dinámica evolutiva, el surgimiento continuo de lo nuevo, y la diversidad inacabable que enriquece la experiencia. Todo lo contrario del estancamiento, por tanto: una sucesión de “cuasi-equilibrios” permanentemente en movimiento, a la que también podemos considerar un tipo de equilibrio, quizá un equilibrio metaestable”  cuando menos desde la concepción de biomímesis que aporta el filósofo Jorge Riechmann” (35)
Desde el punto de vista de este ensayo, podemos decir que el nuevo pachakuty -el resurgir de esa nueva era que anuncian los zapatistas(36)- tendrá que abandonar la ilusión económica, es decir la economía de mercado como forma de teología, y adentrarse de otro modo en la vida,  en las relaciones humanas... Quizá, utilizando la metáfora  de Jorge Reichmann,  se trate de adoptar una forma de sostenibilidad vista como el equilibrista sobre el sendero escarpado, o sobre la cuerda floja; que ha de avanzar para mantenerse en equilibrio.
Un modo que tal vez debe  abandonar la vieja concepción cronológica del tiempo entendida como una forma de poder, para buscar otras formas de entender el transcurrir de las cosas y de la vida.
Ése es el sentido de renacimiento que quiero destacar aquí: el abandono de un canon temporal, basado en el poder, en este caso en el poder del mercado y su lógica temporal. Al igual que en el renacimiento que siguió a la Edad Media, se abandonó de forma progresiva el canon teológico -y también la canonización de la antigüedad clásica a través del crisol religioso- que pervertían cualquier intento de conocimiento nuevo, de avance hacia nuevas relaciones sociales, sumiendo el mundo en la parálisis.
Tal vez, el problema que nos impide lograrlo sea precisamente nuestra profunda incomprensión del transcurso del tiempo, a distintos ritmos, a distintas profundidades, de adelante atrás y de atrás adelante, de la que habla la cosmovisión temporal de los pueblos indígenas.
Tal vez, sólo una relación equilibrada, en equilibrio dinámico, entre humanidad y naturaleza pueda evitar, o por lo menos sortear, demorar lo más posible, la entropía; es decir la tendencia al caos de todo sistema energético complejo (37) En términos humanos -mesocósmicos-  la condena a repetir una y otra vez los mismos errores. Avanzando hacia nuevos sistemas donde la conciencia empática global (38) se desarrolle en equilibrio con las fuerzas naturales. Algo en todo caso radicalmente diferente -cualitativamente diferente-  de un sistema que, como hemos visto, desconoce de forma profunda el tiempo en su transcurrir complejo.
Tal vez sea necesario, puede que urgente, dejar de competir en esa carrera alocada contra la muerte individual para conseguir evitar la destrucción de las mismas bases de la existencia humana.
Tal vez no sea necesario consumir el tiempo, como si fuera una mercancía más (pues a fin de cuentas eso es lo que hace el capitalismo, convertir el tiempo en mercancía) sino vivirlo conscientes de su finitud y fragilidad; pero también gozarlo -que es lo contrario de consumirlo- en la complejidad de su maravilloso transcurrir, gozarlo en común con los demás seres, especialmente nuestro pares humanos y en equilibrio con su sustento biológico.
Tal vez no sea tan importante medir el tiempo como vivirlo, pues tal y como decía cierto bertsolari navarro “ni siquiera las manecillas del reloj están libres del paso del tiempo”.  Esa es la última lección que nos dejó el maestro Ramón Fernández Durán (39) que la muerte es una parte indisoluble de la vida, que tenemos que aprender (o reaprender, pues muchos pueblos mal llamados primitivos saben de esto más que nosotros) a vivir la muerte sin remilgos.


(1) Juan Ibarrondo. Retazos en la Red. Bassarai 2005.
(2) Yayo Herrera, conferencia sobre el tren de alta velocidad en Hernani, 2007.
(3) La Gran Transformación. Karl Polanyi. FCE 2008.
(4)Santiago Alba Rico. Las reglas del caos. Anagrama.
(5) Los luditas, también conocidos como destructores de máquinas, fueron un movimiento social que surgió en Inglaterra a principios del siglo XIX. Pronto se dieron cuneta del perjuicio que les ocasionaba la introducción del maquinismo en los oficios que, hasta entonces, se habían realizado de forma artesanal: peores condiciones de trabajo, menores salarios… y también una merma de la calidad de los productos, y por tanto de su dignidad como productores.
(6) Juan Ibarrondo. Retazos en la Red. Bassarai 2005.
(7) Uno de los casos más curioso y conocido que se suele utilizar para denunciar la obsolescencia programada es una bombilla de la localidad californiana de Livermore, que lleva encendida nada menos que 110 años.
(8) Jorge Riechmann. Biomímesis. El Ecologista. 2003.
(9) Werner Karl Heisenberg. Es conocido sobre todo por formular el principio de incertidumbre, una contribución fundamental al desarrollo de la teoría cuántica. Este principio afirma que es imposible medir simultáneamente de forma precisa la posición y el momento lineal de una partícula. El principio de incertidumbre ejerció una profunda influencia en la física y en la filosofía del siglo XX.
(11) Greil Marcus. Una historia secreta del siglo XX. Anagrama 1993.  
 (12) Esta “fabula” se la escuche  al guionista navarro Michel Gaztanbide, en alguna de sus clases en el centro cultural Larrotxene de Intxaurrondo.
 (13) La explicación me la relató el intelectual peruano de etnia puquina Javier Lajo,  en un pueblecito a las afueras de Arequipa. Yo la transcribí en la edición digital de Senda India (eutsi.org /  juanibarrondo.blogstop.com)
(14) El concepto de Pachacuty, tiene que ver, aunque no se corresponde exactamente, con la idea de renacimiento en sentido occidental. Al igual que el renacimiento europeo supone una cierta mirada a la antigüedad, en este caso a las altas culturas que se desarrollaron en la zona andina antes de la conquista española.
(15) Kirmen Uribe relata de forma poética esta idea en uno de sus poemas. Antología: Mientras Tanto Cógeme La Mano. Visor. 2008.
(16) Rousseau. Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Tecnos 1995.
(17) Joseba Sarrionaindia.  ¿Somos como moros en la niebla? Pamiela. 2012.
(18) Milán Kundera. La lentitud. Tusquets. 1988.
(19) Fito Rodríguez. La ventana de Casandra. Adhara 2012.
(20) Max Weber. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Alianza editorial.
(21) Escrivá de Balaguer. El camino.
(22) La idea del “buen vivir” es un término de la nueva filosofía indígena   que se plantea como alternativa a los conceptos occidentales de desarrollo y progreso. Frente a la idea de vivir cada vez mejor, opone el concepto de vivir bien.  El ministro de exteriores boliviano David Choquehuanca ha sido uno de sus difusores. Entrevista con Juan  Ibarrondo y Txarly Garcia. Senda India.  juanibarrondo.blogstop.com. 2012.
(23) Amaia Pérez Orozco. Amenaza tormenta. La crisis de los cuidados y la reorganización del sistema económico.
(24) Max Weber. La ética protestante y el espírtu del capitalismo. Alianza editorial.
(25) Ramón Fernández Duran. El inicio del fin de la era de los combustibles fósiles. Ecologistas en acción. 2006.         
    (26)  James C. Scott “The Art of not Being Governed” 
   
    (27) Gustavo Esteva. Crónica del fin de una era.
   
(28) Juan Ibarrondo. Senda India.           juanibarrondo.blogspot.com. 2012.                     

(29) Fenómeno social localizado históricamente en los siglos XV al XVII, y explicado como enfermedad psicogénica colectiva o como resultado de intoxicación por cornezuelo del centeno. Las personas afectadas sufrían de gran nerviosidad y no podían parar de moverse. .    
(30) Yayo Herrera, conferencia sobre el tren de alta velocidad en Hernani, 2007. []
(31) Paul Virilio. La bomba informática. Cátedra.
(32) Yayo Herrera, conferencia sobre el tren de alta velocidad en Hernani, 2007. []
 (33) Carlos Verdaguer. Conferencia Eraztunez Eraztun. Gasteiz. 2012.
(34) Guy Debord. Planeta Enfermo. Anagrama.
(35) Jorge Riechmann. Biomímesis. El Ecologista. 2003.
(36) Sup Marcos: “A quien corresponda. ¿Escucharon? Es el sonido de su mundo derrumbándose. Es el del nuestro resurgiendo. El día que fue el día, será noche. Y noche será el día que será el día; libertad, dignidad, justicia”
(37) La función termodinámica entropía es central para la segunda Ley de la Termodinámica. La entropía puede interpretarse como una medida de la distribución aleatoria de un sistema. Se dice que un sistema altamente distribuido al azar tiene alta entropía. Un sistema en una condición improbable tendrá una tendencia natural a reorganizarse a una condición más probable (similar a una distribución al azar), reorganización que dará como resultado un aumento de la entropía. La entropía alcanzará un máximo cuando el sistema se acerque al equilibrio, y entonces se alcanzará la configuración de mayor probabilidad.
(38) Jeremy Rifkin. La Civilización Empática. Paidos. 2010. El autor propone la oposición entre una humanidad cada vez más “empática”, entre si y con la naturaleza, y un sistema económico entrópico, es decir que conduce al caos del propio ecosistema global. Supone así la “empatía” como principio  “ordenador”.
(39) Ramón Fdz Duran. La explosión del desorden. Fundamentos. 1993.

Juan Ibarrondo (Gasteiz, enero 2013)