jueves, 20 de febrero de 2014

ALERTA ALOKABIDE

Hay situaciones, graves, que no aparecen en los medios de comunicación, y que las instituciones -en parte por eso mismo- van dejando pasar a ver si se arreglan solas; cosa que como es lógico no sucede, así que, finalmente,  terminan por estallar.
Sólo entonces nos echamos las manos a la cabeza y decimos: ¡pero cómo ha podido pasar esto¡
Algo así esta a punto de pasar con el tema de la vivienda social de alquiler en el País Vasco, que gestiona la empresa ALOKABIDE. O para ser más exactos, ya está pasando, pero la situación puede agravarse todavía más de lo que está.

El origen del problema viene de lejos, y tiene que ver con la manera en que se ha entendido el alquiler social en Euskadi, por lo menos desde la época del consejero de EB, Javier Madrazo.
En esa época, se construyeron miles de viviendas de protección oficial, una intervención pública desde luego necesaria ante el progresivo encarecimiento de la vivienda libre, inaccesible para amplias capas de la sociedad.
Fue la época de los pisos a ochenta millones, las hipotecas a cincuenta años, y los sorteos masivos de pisos de protección oficial, con abucheos a emigrantes incluidos.
Esa política se centró de manera muy mayoritaria en los pisos en propiedad, y consideró el alquiler social sólo como una política contra la exclusión social, destinada a rentas muy bajas.
Esta forma de actuar, aunque ya en su momento tuvo sus detractores, que señalaban que, en comparación con los países del entorno, la tasa de vivienda en alquiler era demasiado baja en relación a la vivienda en propiedad.
Sin amargo, eran los años de la locura especulativa, y todo el mundo parecía salir beneficiado por esta política pública que favorecía la vivienda en propiedad.
Empezando por los afortunados beneficiarios de los sorteos, que aparecían en los medios descorchando cava como cuando se gana la lotería. Siguiendo por los promotores, constructoras, inmobiliarias… que hacían su particular agosto.  Los ayuntamientos que recalificaban y  vendían suelo. Los propietarios privados del suelo.
Y, no menos que los anteriores, los bancos y cajas que concedían los créditos para comprar las viviendas a clientes que no podían acceder a la vivienda libre.
Todos sabemos lo que pasó después. Comenzó la crisis. La burbuja inmobiliaria estalló. Se acabó el chocolate del loro para algunos y empezó el infierno de otros. Los bancos dejaron de dar créditos. Comenzaron los desahucios de quienes no podían hacer frente a las hipotecas…con las consecuencias que todos conocemos.
Tal vez se conozca menos otro efecto de la crisis. La gente dejó de poder acceder también a los pisos de protección oficial en propiedad, que como hemos visto eran la mayoría.
La precarización, el desempleo y el cierre del grifo del crédito causaron este efecto en muchas personas y familias.  
Por una parte hemos visto que bloques enteros de casas de protección oficial destinados para compra están vacíos por falta de compradores. Por otra, mucha gente necesita casa y la vivienda social en alquiler no alcanza para satisfacer la demanda.
Si desde un principio se hubieran hecho bien las cosas, previendo que la senda del crecimiento acelerado no iba a durar siempre -algo del todo previsible- se hubiera buscado un equilibrio entre vivienda pública de alquiler y en propiedad. Pero no fue así, de modo que una vez más la situación es la de siempre: casas sin gente, gente sin casa.
Pero la cosa no acaba ahí, la gestión de la vivienda en alquiler social por parte de ALOKABIDE, y en general las políticas de vivienda en alquiler social, no se han adaptado tampoco a la nueva situación; con que comenzamos a ver, y pronto veremos más, desahucios en viviendas de alquiler social.
Las crisis siempre acaban afectando de manera más virulenta a los sectores más desfavorecidos, puesto que no disponen del colchón familiar, ni de recursos de urgencia de los que tirar… especialmente los inmigrantes.
Los baremos para calcular la renta siguen igual que en los tiempos de bonanza. Se incumple la norma legal que dice que no se puede cobrar más en un alquiler social que el 30% de los ingresos. Se cobran cuotas de comunidad abusivas, mayores en ocasiones que las de viviendas de propiedad libre. Se cobra a los inquilinos el Impuesto de bienes inmuebles, algo a todas luces absurdo. Se calculan las rentas según los ingresos de años anteriores, con lo que la caída en la renta, algo muy común en estos tiempos no se repercute a tiempo en el precio del alquiler.
Todo esto, unido al alargamiento de la crisis, y sus consecuencias en los sectores más empobrecidos de la población, hace que estemos viviendo una situación muy grave.
Una verdadera alerta social, que es imperativo afrontar cuanto antes.
En los bloques de vivienda social cada vez se ven situaciones más graves.
Situaciones que se ven agravadas aún más con el encarecimiento de los recibos de la electricidad, el gas, y el agua; con lo que la pobreza energética y sus consecuencias sobre la salud cobran especial relevancia en los meses de invierno.
La gente comenta que no podrá pagar, entre los inquilino se cruzan miradas de desesperación y aumentan  comportamientos desesperados, que antes eran excepcionales y que si no se pone pronto remedio aumentarán.
Son necesarios cambios urgentes, como los que está demandando la plataforma de afectados: readecuación de las rentas, eliminar el pago del IBI, establecer una moratoria sobre los desahucios, medidas de protección frente a la pobreza energética…
Otra tarea urgente es dejar a un lado  las políticas paternalistas y favorecer la participación del inquilinato en la gestión de los espacios comunes, dejar de considerar al inquilino como un problema, y la vivienda pública en alquiler como un engorro para la administración.
Justo lo contrario de lo que hace ALOKABIDE.
A medio plazo, es necesario un replanteamiento de las políticas de vivienda pública, que de prioridad al alquiler social frente a la vivienda en propiedad, incluido el cambio de estatus de las viviendas pública vacías para venta para ponerlas en alquiler.
En general es preciso  dejar de considerar el alquiler social exclusivamente como una herramienta contra la exclusión social, destinada sólo a las rentas mas bajas, o en extrema pobreza, y empezar a considerarlo como una opción de vida para todos y todas.
En el sentido todo ello de avanzar hacia la consideración de la vivienda como un derecho efectivamente ejercido por la ciudadanía en su conjunto.