martes, 24 de junio de 2014

LA SEGUNDA TRANSICIÓN

Quien tiene el riñón cubierto asegura -por activa y por pasiva- que la crisis hay que entenderla como una oportunidad.
Más allá del cinismo de esta idea, es innegable que -efectivamente- lo que llaman crisis es una oportunidad. Una oportunidad para que las élites reconfiguren sus estrategias de dominio, cambiando algunas de ellas para mantener su poder.
Las élites españolas -divididas en clanes con intereses contrapuestos en lo particular pero coincidentes en lo general- consideran que la crisis puede ser una buena oportunidad para aumentar su poder y fortuna.

En lo económico, cambiando las reglas del juego, que todavía protegían -o conferían algún derecho- a parte de la clase trabajadora: precarizando, bajando salarios… Reconformando  así  su particular “ejército de reserva”, que difícilmente puede ser considerado ya como compuesto por ciudadanos; y que, más bien, termina por reconfigurarse como espectador/consumidor  pasivo, y mano de obra barata.
Es ante esta situación, cuando los elementos de cohesión social que habían servido hasta ahora para mantener el “régimen” entran también en crisis, y por tanto se hace necesario cambiarlos; o, más bien, hacerlos de nuevo funcionales para su objetivo.
En el Estado español, hay tres de esos elementos que hacen aguas de forma evidente: el estado de las autonomías, la monarquía y el bipartidismo.
Empezando por el último, la alternancia en el poder de dos grandes partidos que bajo una apariencia diferente -o con matices diferentes en algunas cuestiones-  venían a llevar a cabo las mismas políticas y establecían una serie de consensos que constituían el campo de juego político permitido, fuera del cual actuaban mecanismo coercitivos, basados en el monopolio de la violencia.
Esta estrategia -que recuerda salvando las distancia a la de la alternancia de conservadores y liberales en la España anterior a las repúblicas- hace aguas en estos momentos, ante la crisis y la profunda corrupción que aqueja a las estructuras partidarias. Consecuencia de ello es una desafección popular creciente y generalizada; y también  la aparición de movimientos opositores, cada vez más importantes, que ponen en cuestión las estrategias de dominio de las élites.
Ante esto, ¿qué pueden hacer las élites? Por una parte, prepararan un recambio con el lanzamiento de opciones populistas como UPyD, Ciudadanos…, que tras una apariencia de alternativa se mantengan dentro de los márgenes del sistema de dominio. Estos lanzamientos político/mediáticos no descartan tampoco coquetear con la extrema derecha cuando es necesario, utilizando la vieja y eficaz -aunque peligrosa- estrategia del enemigo exterior: la personas migrantes, el terrorismo de ETA, o la maldad intrínseca de los catalanes… Ensayos más o menos fallidos como VOX mantienen abierta esa posibilidad, pues las elites siempre juegan con varias cartas en la manga.
Otra opción, combinada con la anterior, es la gran coalición PP/PSOE que se presente como salvadora ante el extremismo creciente “que nos conduce al desastre”.
Y para terminar, otro clásico: la domesticación de la izquierda, ya ensayada en la transición con buenos resultados -y ahora mismo en algunos gobiernos autonómicos-  que podría desembocar en un pacto PSOE/IU que las élites no verían con malos ojos si no se tocaran sus privilegios fundamentales y fallaran otras opciones.
Cuestión más delicada es afrontar el desmoronamiento del estado de las autonomías. Se trata de un  descalabro implosivo y explosivo. El sistema se colapsa hacia dentro con el derroche sistemático de la élites regionales, y la corrupción rampante, que llega a poner en peligro la estabilidad del sistema; y también hacia fuera, con los desafíos independentistas de Catalunya, Euskal Herria, y en menor medida Galicia.
Ante esto, cobran fuerza opciones de pacto con las nacionalidades históricas alrededor de la corona, en base al reconocimiento de los derechos históricos, una renovación del senado que reconozca de alguna manera “los hechos diferenciales”, la implantación de un sistema fiscal similar al concierto económico en Cataluña…
Este pacto -o pactos- que podría ser  moderado por una corona rejuvenecida, trataría de desactivar la potencia emancipadora de los procesos soberanistas en clave de izquierda para volver a establecer hegemonías conservadoras; es decir,  pactos entre las distintas élites “regionales” del Estado español.  La corona recobraría así de paso  su legitimidad ahora perdida, en una nueva transición sobre la que cada vez se oye más hablar.
Desde luego, nada de todo esto está escrito. Una cosa son las intenciones de los grupos de poder y otra que puedan llevarlas a cabo. El nerviosismo patente de ciertos tertulianos y políticos de poder, que en ocasiones llegan a perder los papeles, evidencia que no las tienen todas consigo.
La toma de conciencia de sectores muy amplios de la sociedad española, y su reflejo electoral, capaz de llevar adelante movilizaciones masivas sin contar con las estructuras del sistema (sindicatos mayoritarios, medios de comunicación de masas…) les aterra y seguramente hará que aceleren la puesta en práctica de las medidas de las que hablábamos, como ya estamos viendo en el caso de la monarquía.
En la cuestión territorial, la profundización de los procesos soberanistas, con cierta hegemonía desde la izquierda, y con aspectos rupturistas también en lo social, descoloca la geometría habitual del poder  y hace también urgente la toma de decisiones por parte de las élites ante la aceleración de los acontecimientos.
En cualquier caso, no cabe duda de que estamos viviendo momentos cruciales, y que  probablemente los próximos años traerán consigo la agudización de los conflictos ahora planteados.