martes, 7 de julio de 2015

GRECIA Y LA CRISIS DE CRECIMIENTO DE LA UE


 Se puede analizar la situación griega desde muchos ángulos, y sin duda el más importante hoy es el  que nos habla de la dignidad de un pueblo.
Sin embargo, en este texto,  abordaré un enfoque poco usual pero que creo relevante para entender lo que pasa en Grecia, desde una perspectiva crítica a la construcción europea basada en la expansión territorial y el crecimiento.

Para empezar, hay que contextualizar la crisis griega en el marco de una crisis más amplia, que afecta al conjunto de la UE, y también al transcurso de la denominada  “construcción europea”.


La construcción europea ha sido concebida, casi desde su origen, como la creación de un gran  mercado. Si exceptuamos ciertas ideas bienintencionadas de los “padres fundadores” todos los pasos que se han dado, desde la CECA, el Mercado Común, y finalmente la UE, han ido en pos de la construcción de un área económica de “libre” mercado en continua expansión territorial.
Los grandes mercaderes del núcleo de la UE-y sus aliados periféricos- como haría cualquier mercader, actúan sobre todo para aumentar sus tasas de beneficios, y poder  competir así dentro de la economía globalizada.
Las decisiones políticas hacia la construcción europea han estado siempre condicionadas -cuando no dirigidas- por esa lógica de expansión capitalista.
Los mercaderes necesitan, básicamente,  mano de obra barata (competitiva dicen ellos) y nuevos mercados libres de aranceles y tasas, para poder crecer y no ser desbancados por sus competidores -cada vez más agresivos- en una economía mundo globalizada y multipolar.  
En ese sentido, la construcción europea en las últimas décadas ha consistido, sobre todo, en una expansión acelerada hacia el este tras la caída del “muro” y el bloque soviético.
La velocidad de esta expansión ha sido una de sus señas de identidad más significativas,  sin respetar los ritmos que hasta entonces se consideraban adecuados y razonables para la entrada de nuevos socios.
Sobre cualquier criterio político: de armonización económica, laboral, cultural, ecológica…. ha primado el apetito por acceder a los nuevos mercados -y a la mano de obra barata- en los países del este.
Por un lado, el desmontaje generalizado de los servicios públicos en estos países ha supuesto la entrada de las grandes empresas de servicios, para ofrecer esos servicios a quien pudiera pagarlos.
Por otro, a través de  la deslocalización de parte del tejido industrial europeo hacia el este han logrado su segundo gran objetivo: conseguir mano de obra barata y precaria; algo que pudo conseguirse gracias a las políticas neoliberales “salvajes” puestas en práctica sobre las economías de los  nuevos “socios” de la Unión.
Sin embargo,  la expansión hacia el este se ha visto frenada por el renacimiento del nacionalismo ruso,  que no parece dispuesto a permitir que la UE crezca en lo que considera su “extranjero cercano”; donde busca mantener a toda costa su ámbito de influencia.
Huelga decir que este “choque de trenes” ya  no tiene nada de ideológico, sino que se trata de la colisión clásica entre potencias capitalistas.  La guerra en Ucrania es una de las consecuencias de este enfrentamiento.
Ante esta situación, la expansión podría haberse  realizado por el sur, empezando por los dos eternos aspirantes a ser miembros de la UE: Marruecos y Turquía;  pero distintos factores lo han hecho inviable.
El  aplastamiento de las “primaveras árabes” por la reacción militar llevada a cabo por los poderes fácticos en el área  (Arabia Saudí, Israel, el ejército egipcio…  temerosos de que el carácter liberador de las protestas pusiera en peligro sus privilegios) y apoyada en gran medida por USA (sin que la UE pusiera ningún obstáculo) acabaron con cualquier esperanza en ese sentido, si es que alguna vez la hubo.
La situación, por el contrario, se ha vuelto tan convulsa, que  lejos de ser un posible ámbito de expansión, o por lo menos de comercio fluido (con una zona de intercambio de mercancías y capitales -y no de personas- al estilo del que existe en Norteamérica) el área  se ha convertido en un caos de guerras, estados cuasi fallidos, dictaduras, terrorismo fundamentalista creciente…. Ocasionando de paso un  grave problema migratorio  capaz incluso de desestabilizar a la propia Unión.
En cuanto a Turquía, el nuevo régimen “neo-otomano” no parece ya interesado en integrarse en una Unión en horas bajas, sino que más bien trata de fortalecerse como potencia regional, ante los nuevos actores emergentes en el área sobre todo Rusia e Irán. 
Pero, como sabemos, los mercaderes -sobre todo los banqueros-  necesitan crecer para no morir, pues el crecimiento es condición necesaria para su supervivencia.
De modo que se vuelven hacia los países miembros de la UE del sur de Europa, los llamados PIGS,  para llevar a cabo allí (gracias al chantaje de la deuda, y aprovechando la crisis financiera internacional) una operación parecida a la que realizaron en Europa del este: desmontaje y privatización de los servicios públicos (incluidas las pensiones) precarización de las condiciones laborales, bajada masiva de salarios reales… para poder seguir creciendo (en el sentido capitalista del término), y compitiendo en la economía globalizada.
De modo que, contra lo que se suele decir, el problema de fondo de la UE no es la austeridad sino el crecimiento, o mejor dicho un modelo de crecimiento insostenible.
La famosa austeridad no es sino una de las caras del crecimiento: austeridad sobre todo de lo público para favorecer el crecimiento privado; y también austeridad de algunos para que otros puedan seguir creciendo.
Esto se da entre países y al interior de los países, en un juego de intereses  complejo, de simetrías y asimetrías, en el que -por así decir- “la banca siempre gana”.
La solución de fondo a la crisis griega -que es una crisis del conjunto de la Unión- no es tanto dejar que Grecia crezca, como suele decirse (aunque obviamente un país que ha perdido el 25% de su PIB tiene margen de crecimiento) sino,  más bien, un replanteamiento del crecimiento económico capitalista como solución mágica a todos los problemas sociales; para poner en práctica otras formas de “crecimiento”: economías auto centradas, flujos comerciales estables y equilibrados, proteccionismo en algunos campos de la economía, progresividad fiscal, protección social, comercio justo con el exterior, banca ética, considerar las personas migrantes como un valoren en diversidad….
Cuestionar, en suma, el propio sistema capitalista de mercado -y los dogmas liberales- para  buscar y poner en práctica nuevas formas menos destructivas, y más armónicas, de relación social.
La construcción europea, una vez alcanzados los límites de su expansión territorial, puede darse en  forma de crecimiento autodestructivo, a la manera de los organismos cancerosos, como es el caso.
O bien, puede intentar resituarse -como el caracol de Ivan Illich- sobre parámetros de: equilibrio y solidaridad inter- territorial, canales cortos entre producción y consumo, soberanía alimentaria, impulso a las energías renovables y descentralizadas….
Para tratar de impulsar así nuevas formas de relación económica también con otros espacios regionales vecinos, que supongan un beneficio mutuo.
Así como la cooperación con el resto de pueblos del mundo en términos de equidad.
Recuperar la idea de la Europa social y la Europa de los pueblos, donde las naciones o pueblos sin Estado se vean representados -y sean respetadas sus identidades- valorando la diversidad cultural y la igualdad de derechos sociales, para conformar  un “ecosistema” (social, natural, económico y político)  diverso, sano y sostenible. 
Estoy seguro que habrá quien considere ingenuas estas propuestas, pero cada vez resulta más evidente que  la solución que nos ofrecen: la del crecimiento capitalista acelerado y destructor de recursos (incluida su variante austericida) nos lleva al desastre.
Afortunadamente, por el contrario, son cada vez más las voces que apuestan por un cambio real.
A ambos lados del Mediterráneo, indignados de todos los colores no luchan  ya por cambiar algo   para que todo siga igual, sino por el cuestionamiento del propio sistema, por el cambio de las reglas de juego, para que no sea la banca la que siempre gana.
En ese sentido, el rotundo oxi del referéndum griego supone una bocanada de aire fresco  en medio de un verano sofocante.


Juan Ibarrondo. 

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