jueves, 15 de diciembre de 2016

EL CASO DE LOS PICHIS EN ABETXUKO O LA COMUNIDAD COMO PRETEXTO.

Las personas, como las colectividades, somos capaces de lo mejor y lo peor, es esta una triste lección de la Historia que no podemos obviar.  La repetida frase que asegura  “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”, se puede aplicar por desgracia a numerosos ejemplos.
Gentes normales y corrientes, que creen tener la razón y la justicia de su lado, son perfectamente  capaces de llevar a cabo excesos que a sus ojos no lo son.
Algo así está pasando en Abetxuko con el caso de los pichis, a mi modesto entender. Algo parecido también  a lo que sucede en Irún y Hondarribia con los alardes.
Así, no es casual, que cuando preguntas por la discriminación a la mujer en el alarde a los betikos guipuzcoanos, la respuesta es siempre la misma: “tú no lo puedes entender porque no eres del pueblo”, o “del barrio”, si nos referimos al llamado “caso de los pichis” en Abetxuko, cuando los que contestan son los betikos alaveses.  
Sin embargo, si examinamos los hechos con un mínimo de objetividad, nos encontramos con una familia gitana acosada por un sector importante de vecinos del barrio de Abetxuko, sin que haya mediado ningún hecho relevante por su parte que pudiera justificar tal acoso.

Se trata, por tanto, de un acoso  preventivo, basado en el miedo -amplificado por los medios de comunicación-  a la  posible “invasión” de “un espacio común imaginario” por parte de extraños violentos.

De hecho, la única razón que esgrimían los vecinos exaltados que se basase en hechos reales (más allá del intento de hurto de unas chuches por una niña de ocho años) era la ocupación de la casa de una vecina. Pero, hay que decir, que esa aparente razón escondía medias verdades que ahora han quedado al descubierto.
No es verdad que la casa fuera la vivienda habitual de la propietaria, como se ha dicho,  era una casa, vacía primero y luego ocupada por dos veces, como tantas otras que existen en nuestra ciudad: sin condiciones de habitabilidad a falta de una reforma importante y costosa.
Los vecinos alzados, tergiversaron la historia al relatarla como un enfrentamiento entre Arantxa (la propietaria de la casa y vecina de toda la vida) y Los Pichis (extraños invasores) que expulsan a esa vecina de su casa.
Desde luego a Arantxa (y a sus parientes copropietarios) les asisten sus derechos como propietarios de la casa, para venderla, alquilarla, o habitarla tras afrontar las necesarias reformas, pero mientras tanto nos encontramos ante una colisión de derechos: el derecho a la vivienda de quien no dispone de los medios para acceder a ella y la propiedad privada de un inmueble vacío.
Una colisión que debe resolver la justicia, y en la que  como era previsible (pues la legislación actual prima casi siempre la propiedad privada sobre otros derechos) el juez ha dado la razón a los propietarios.
Se produjo entonces un hecho que rompió los esquemas colectivos de los vecinos descontentos. Otra vecina del barrio ofreció su casa de forma solidaria a los “odiados Pichis”, con lo que de inmediato se convirtió en traidora a ojos de los betikos alaveses.
No es algo nuevo,  el “con nosotros o contra nosotros” se aplica con rigor en Abetxuko a cualquier vecino que no comulgue con la decisión  de expulsar del barrio a esta familia, haga lo que haga, o diga lo que diga. Aunque no exista ya la ocupación ilegal de un inmueble, y manifiesten una y otra vez que ellos sólo  desean integrarse en el barrio de manera normalizada. Pero la cosa es todavía más grave,  pues varias personas de esta familia son menores, a los que se niega incluso el derecho a escolarizarse en el barrio. Además, en vez de calmarse el ambiente con la familia reubicada legalmente en Abetxuko, se vuelven a producir escraches ante la casa, se recrudecen las amenazas a vecinas que no comulgan con los acosadores, aparecen en las redes sociales peticiones de boikot a los negocios de los disconformes,  y hasta se producen agresiones  a defensores de DDHH que se posicionan a favor de la familia acosada.
Todo ello en nombre de una comunidad, que se idealiza como homogénea, y que se empodera a sí misma de la peor manera posible: en el rechazo  a una familia que encarna simbólicamente el mal en sí mismo.
A partir de ahí,  todo vale para que la comunidad idealmente unida y homogénea  se salga con la suya en defensa del “bien” común.
Una asociación de vecinos con intachable trayectoria no es capaz de parar semejante bola de nieve xenófoba, y por el contrario la aumenta amplificando y liderando las movilizaciones contra los pichis, y con declaraciones que siempre dan la razón a una parte de los vecinos en conflicto…,  todo ello con el pretexto de un asamblearismo mal entendido, donde el que más grita más razón tiene, donde se discute desde las tripas y no con la cabeza…
Los medios de comunicación -casi sin excepciones- ajenos a cualquier consideración ética sobre su papel social, se dedican a echar leña al fuego en un duelo de sensacionalismo impresentable.
Los partidos políticos, por lo menos en un principio,  miran para otro lado, cuando no se posicionan a favor de los acosadores, temerosos de perder votos en el barrio. Incluso la sociedad civil, los movimientos sociales más activos, tardan en reaccionar (con contadas excepciones) paralizados ante el dilema de que son los vecinos (la gente, el pueblo, el sujeto de la lucha) quienes vulneran derechos humanos de “el otro”, rompiendo así el tradicional esquema de resistencia ante el poder, pues en este caso ese poder está en casa.
El ayuntamiento, por su parte,  no pone en marcha el supuestamente bien engrasado sistema de protección social, no actúan los educadores de calle, las integradoras, ni las trabajadoras sociales… que son las instancias que lógicamente deberían hacerlo en un caso como este.
Mientras,  en las declaraciones de alcaldía se pone el acento en las obligaciones de esta familia en exclusión social, en vez de ayudarla a superarla como parece lo lógico, tratando así (sin éxito) de calmar a los vecinos exaltados: “que vayan a Etxebide como todos” dice el alcalde, a pesar de que el ayuntamiento tiene viviendas para casos de emergencia habitacional como este.
En resumen, nadie quiere coger la patata caliente. Tiene que ser el fiscal general quien, como Poncio Pilatos ante el Sanedrín,  exclame “¿Pero que han hecho estos hombres?” para luego lavarse las manos.
A todo esto, los sectores más reaccionarios de la ciudad se frotan las manos y hacen el caldo gordo con el asunto. Vuelven viejas consignas xenófobas  a las redes sociales: parásitos, delincuentes, y otras lindezas semejantes. “Con Maroto esto no hubiera pasado” es la nueva consigna del facherío local.
El portavoz de SOS racismo se convierte en el enemigo público número uno, y los partidos del equipo de gobierno son calificados como colaboradores necesarios de los enemigos de la “gente de bien”: ¿Dónde está Gora Gasteiz ahora? Reclaman a voz en cuello los marotinos.
Y nosotros, quienes participamos en esa iniciativa tan ilusionante,  quedamos paralizados por el estupor de algo que no previmos.
¿Habíamos oído que estas cosas pasaban en París, en Alemania, o en Grecia? Pero  no concebimos que pudiera pasar  en Abetxuko y esto nos restó capacidad de reacción.
Pero las cosas son como son y los hechos innegables. Ha llegado el momento de dejar de ponernos de perfil a esperar a que pase el vendaval, que arrecia creciente, para empezar a tomar partido, tomar partido hasta mancharnos. 


Juan Ibarrondo.

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