Tras los estallidos consecutivos de la burbuja inmobiliaria y de la deuda pública, los ciudadanos esperamos -entre atentos y atónitos- a saber cuál será la próxima explosión. En el Estado Español, las apuestas se dividen entre quienes opinan que será la burbuja de las grandes infraestructuras, que está tan inflada que son pocos los que creen que pueda mantenerse en crecimiento durante más tiempo; y los que apuestan por la burbuja del futbol y otros deportes espectáculo.
El primer caso es de escándalo, pues el número de nuevos aeropuertos (30 infrautilizados), kilómetros de líneas de alta velocidad ferroviaria (el segundo país del mundo sólo detrás de China) autopistas y autovías… es tan alto que en bastantes casos supera a la suma de países como Francia y Alemania. A pesar de ello, hay quien apuesta por seguir engordando esta burbuja; como el Gobierno Vasco, cuando decide que la única consejería que no sufre recortes este año es la de obras públicas, en su cabezonería por terminar el TAV a toda costa.
Otras infraestructuras muy sobredimensionadas son las culturales, y sería interesante hacer un estudio sobre los metros cuadrados de espacio expositivo público que hay, por ejemplo, en Gasteiz; máxime cuando la disminución del apoyo institucional a la cultura los convierte en espacios vacíos de contenido. Los resultados harían sonrojarse a más de uno. Lo del futbol, además, une en una misma burbuja los casos de gigantismo de ciertos estadios -y los consiguientes pelotazos inmobiliarios- con la desmesura evidente de los salarios de los futbolistas; ambas cosas apoyadas por una atención mediática sobredimensionada hasta el absurdo.
Tanta burbuja nos lleva a la conclusión de que vivimos un tipo de economía evanescente y espumante, que, como el cava peleón, terminará por subírsenos a la cabeza, y provocarnos una resaca de muy padre y señor mío.