Al
parecer, hay quien ha decidido ponernos a dieta general y obligatoria. No está
claro si son los famosos mercados, la señora Merkel, las grandes empresas, las
agencias de calificación, la Comisión Europea,
los distintos gobiernos de la UE… Todos han puesto su granito de arena
para elaborar esta “dieta Duncan” de la economía europea. No niego que sea
necesario bajar el pistón del crecimiento acelerado y el consumo compulsivo. Tampoco la
urgencia de afrontar un cambio de valores que ponga un poco de mesura en la
desmesura consumista en que hemos vivido. El planeta no aguanta más, y las
sociedades “avanzadas” tienen que afrontar de una vez la necesidad del
decrecimiento. Sin embargo, aunque sea necesario ponerse a dieta, no es verdad
que existan dietas milagro, que mantengan el crecimiento del PIB y a la vez
consigan adelgazar nuestra huella ecológica. La dieta Duncan es un timo, y las
políticas de austeridad que se nos proponen también.
El
decrecimiento puede hacerse de forma ordenada, equitativa, y consensuada; o
bien propugnando el sálvese quien pueda y que Dios reparta suerte. Esto último
es lo que propugnan los neoliberales, con su idea de desregular y privatizar
todo lo habido y por haber. En la confianza de que la mano invisible del mercado
acabará por poner orden en el caos.
Desde luego es una idea que, a quienes controlan los resortes del
mercado, les resulta interesante, pues difícilmente resultarán perdedores de un
juego, en el que -como en el casino- la banca siempre gana. Comprenderán
ustedes que al resto de los mortales la propuesta, que además nos presentan
como la única posible, no nos haga ninguna gracia.
Otra
forma de austeridad es posible. Un decrecimiento en parámetros de justicia
social. Con progresividad fiscal y de la forma más democrática y consensuada
posible. Al fin y al cabo, no todos
tenemos los mismos “kilos” de más.