El término emergencia humanitaria suele aparecer unido a catástrofes que tienen lugar en tierras lejanas, pero, tal y como están las cosas, cada vez es menos exagerado aplicarlo a lo que ocurre en nuestra propia ciudad. La actual situación de desprotección de los MENAS va más allá de la polémica sobre si son o no menores de edad. Hay que decirlo bien claro, el abandono a su suerte de estas personas es síntoma del fracaso de las políticas de inserción social. También de la quiebra con un modelo de protección social humanitaria, que venía funcionando, mal que bien, en Vitoria desde hace mucho tiempo.
A fines del siglo XVIII, el escritor y economista liberal Valentín Foronda se vanagloriaba del sistema de asistencia social de Vitoria, diciendo que superaba en eficacia al de San Sulpicio, en París, por aquel entonces el referente europeo. Obviamente, la beneficencia de aquel tiempo adolecía de los males de la época: despotismo, paternalismo, y excesiva influencia clerical, pero por lo menos no dejaba tirados a sus beneficiarios. Según los viejos del lugar, incluso en tiempos tan duros como los de la postguerra, quienes salían del asilo o del hospicio de Vitoria lo hacían con un oficio y un empleo.
¿Qué está pasando ahora para que estas personas queden abandonadas a su suerte? Tal vez la explicación venga de su condición de extranjeros. Son moros y negros, seres ajenos que sólo existen como chivos expiatorios de las desgracias propias. Nadie se identifica a si mismo cómo moro o negro, sino como argelino, senegalés… tal y como indican unos pasaportes a los que nadie parece dar crédito. De forma que, en cierto sentido, estos jóvenes no existen, son sólo fantasmas entre la niebla del prejuicio. Nada más sencillo entonces que abandonarlos a su suerte. En el estrecho de Gibraltar, en la isla de Lampedusa o en la muy noble y leal ciudad de Vitoria.