lunes, 24 de junio de 2013

TERCERA Y ÚLTIMA PARTE UCRONÍA BATALLA DE VITORIA

Tercera parte: GOYA Y BEETHOVEN

Texto: Juan Ibarrondo
Ilustración: Marta Gil.



Mientras sus alumnos entraban ordenadamente en el Museo Centro Pompidou de Bilbao, Belin se sintió satisfecho, casi orgulloso, de ellos. No era para menos, pues no habían provocado ningún incidente reseñable en Oñate; y por si fuera poco, parecían atender a sus explicaciones con cierto interés.
Por un momento, olvidó que, seguramente,  algunos de aquellos chavales eran quienes -normalmente en primavera-  se dedicaban a quemar coches en las interminables rotondas de la periferia de Gasteiz…, eso entre otras cosas que prefirió no pensar en aquel momento.
Mientras subieron por los tubos de cristal del museo, parecidos a los del original parisino, hubo las inevitables risas y comentarios, pero en general los chicos se portaron bien.
El Pompidou bilbaíno, era un referente en cuanto a las obras de las vanguardias europeas del siglo XIX y principios del XX, y por ello era visitado por turistas de todo el mundo. Entre todas ellas, la colección de cuadros de Francisco de Goya, era una de las más populares.
—Bueno chicos, relajaros, apagar los móviles y poner atención. Hoy vamos a conocer lo que fue el renacimiento vasco. ¿Quién fue el artista más conocido del renacimiento vasco, auque no fue vasco? —Preguntó Belin.
—Nadie lo sabe… bueno es igual, ya os lo digo yo que para eso soy el profesor…
»Ese artista fue Francisco de Goya, un famoso pintor  que además fue un afrancesado más o menos confeso. Cuando acabó la guerra, a pesar de que los reyes de España estaban dispuestos a perdonar sus devaneos gabachos, decidió exilarse en Nueva Fenicia, de donde era oriundo por la rama paterna. Se instaló en San Sebastian, en casa de su amigo el dramaturgo Leandro Moratín, que también se había exiliado por ser contrario al absolutismo de la monarquía española. Allí pintaría algunas de sus mejores obras, algunas de ellas los vamos a ver hoy. Sus paisajes de la costa vasca inauguraron un nuevo estilo pictórico, que se conoció como  impresionismo
» Cuando se dieron a conocer estas obras, muchos pintores franceses y de otros lugares de Europa, se instalaron en San Sebastián que se conocía entonces como la petit París. También Vitoria tuvo un auge intelectual importante, y se la conocería como la Atenas del norte… Pero sin dinero no hay arte que valga, por mucho que digan algunos cretinos que se crea mejor con el estómago vacío. Así que, seguramente, muchos pintores, escultores, arquitectos… vinieron a Nueva Fenicia atraídos por el oro proveniente del pillaje de los corsarios, y de los grandes mecenas del círculo de la Vascongada: liberales no sólo en ideas, sino también a la hora de abrir la bolsa para comprar tal o cual cuadro del pintor de moda. Entre los grandes mecenas destacó Martín Miguel de Goicoechea, natural de Alsasua y rico comerciante, que emparentó con Goya, casando a su hijo con la del pintor[1].
—Ahí tenéis su retrato, —dijo Belin señalando el cuadro— Tiene cara de persona inteligente, ¿no os parece? Al lado, podéis ver los retratos del dramaturgo Leandro Moratín y el poeta Espronceda; todos realizados en San Sebastián durante el exilio de los tres amigos. Ahora, quiero que os imaginéis cómo era el ambiente cultural de Nueva fenicia mientras Iparraguirre fue ministro de artes y ciencias.
—Debía de haber mucha salsilla ¿no? —Dijo uno de los chicos.
—Efectivamente, ¡¡debía de haber una salsilla del copón!! Exiliados de toda Europa, que huían de la restauración absolutista, se instalaron aquí. Imaginaros las tabernas del puerto en Donostia, o en Bayona… llenas de conspiradores de todo pelaje: socialistas utópicos franceses, laboristas ingleses, anarquistas rusos e italianos… De hecho, se dice que la rebelión de la Comuna de París se gestó en un café de Biarritz. Incluso, pasó por aquí el vicepresidente de otra nación, nueva por entonces: los Estados Unidos, que vino a conocer el modo de gobierno de Nueva Fenicia[2]. Y no sólo fueron pintores y escritores, también Beethoven estuvo por aquí. Se hizo muy amigo de Goya, tal vez porque los dos eran sordos y sifilíticos[3]; al parecer su famoso concierto a la batalla de Vitoria, lo escribió a instancias de Goya…
Los jóvenes miraban en ese momento un cuadro de Delacroix[4], que mostraba la libertad, en forma de mujer con pechos generosos, guiando al pueblo en las revueltas de 1830 en París. El cuadro era una de las estrellas del Pompidou de Bilbao.
—Eso sí que era una revolución en condiciones, y no los fuegos de campamento que montáis ahora… —dijo el profesor con entusiasmo.
Bon, ya vale de batallitas, ahora vamos a ver algo de verdad espectacular, belleza en estado puro, —continuó mientras pasaban a la sala principal del museo.
»Esta colección de marinas, de paisajes de montaña, de retratos de campesinos… esta hecha con una forma de pintar que no tiene nada que ver con algo que se hubiera hecho antes. Lo llamaron impresionismo y Goya fue su iniciador, toda una escuela le siguió; en  Europa, y por supuesto aquí también.
Ahora, estaban ante un gran cuadro de Goya donde el mar y el cielo se unían en una tormenta desatada. El tema era todavía del gusto romántico, y también propio del carácter atormentado del pintor en su última etapa, pero la técnica era ya claramente impresionista. El pintor trató –y logró en gran medida-  atrapar la luz durante aquel momento en que cielo y mar se unían en tormenta. Es una obra que, además,  supera la figuración, porque no importa ya tanto representar fielmente sino expresar una emoción. Crear un estado de ánimo en quien la contempla.
»Y no pongáis esa cara de pánfilos, estoy seguro de que aunque no hayáis entendido nada de lo que os he dicho -aun suponiendo que me hayáis hecho algún  caso claro- algo habréis sentido al verla…
Como nadie dijo nada, Belin continuó la visita seguido por sus alumnos hasta la sala contigua.
»Aquí tenéis la famosa serie que muestra la bahía de San Sebastián a distintas horas del día. Después de esta serie numerosos pintores  hicieron lo mismo en multitud de lugares, algunos con gran maestría, pero claro el primero es siempre el que se lleva la fama… Aunque tal vez Monet, mucho más tarde, realizó la serie más perfecta de todas al pintar la catedral de Rouen… En el viaje de fin de estudios podemos ir a verla.
 —Ah, y éste seguro que os suena, —dijo el profesor señalando uno de los cuadros.
—¡¡Es la florida¡¡ —Exclamó un chica, sorprendida de ver un sitio conocido en aquel lugar.
─Eso es, aquí Goya nos muestra el parque de la florida. A la izquierda está la entonces recién creada biblioteca nacional vasca, que todavía está en Vitoria… Cuentan que allí escribió Xaho su novela El linaje de Aitor. También se dice que Navarro  Villoslada escribió  Amaia y los vascos en el siglo VIII, según una leyenda que el de Zuberoa le contó en una de sus salas.[5] Son dos obras importantes, preguntar si no al profesor de literatura.
—Ése es un muermo, —dijo una chica de origen senegalés.
—Bueno, vosotros preguntarle seguro que os contesta encantado…
— ¿Y cómo es que siendo este país tan guay en aquella época acabó siendo la rayada que es ahora? —Preguntó otro de los jóvenes.
—Esa es una pregunta que ni siquiera yo en toda mi sapiencia puedo contestar… —repuso Belin irónico—. Los tiempos cambian, nadie sabe muy bien por qué. Además, tal vez no fuera todo tan guay entonces como pensamos. Ya se sabe que, para algunos, todo tiempo pasado fue mejor.
—Pues vaya una respuesta, —contestó el joven.
—Es la única que tengo mis queridos mandriles, y con ella os tendréis que quedar. Ahora, como os habéis portado bien tenéis un par de horas  para ver el museo a vuestro aire, o para lo que queráis.
Los jóvenes se dispersaron por grupos, y Belín fue a la cafetería a tomar un café y un croissant. Desde la cafetería se podía ver la ría: un grupo de veleros de pequeño calado surcaban sus aguas. El profesor supuso que se trataba de alguna regata. Vio también un grupo de manifestantes que protestaban contra el matrimonio homosexual, y se acordó de Xaho. Pensó, que, a buen seguro, el lehendakari marica les hubiera hecho frente espada en mano; ahora, en cambio, pudo ver un par de furgonetas de la hertzaintza escoltando la protesta. O tempora, o mores… vivir para ver….
En esas ensoñaciones se encontraba, cuando escucho unos sonoros pitidos que provenían de las alarmas del museo. Súbitamente alarmado, se puso en pie de un salto y siguió a un par de guardias de seguridad que corrían hacia la puerta. Cuando llegaron a la entrada del museo, constató que su alarma era fundada: uno de sus alumnos estaba en el suelo, pataleando y sujeto por dos fornidos securatas. El resto de la tribu protestaba sonoramente los modos de los polizontes. Cuando se identificó y preguntó el motivo del arresto, el jefe de seguridad le mostró un pequeño cuadro de Goya, un paisaje de montaña.
—Trataba de llevárselo, el muy cretino, —dijo el director de la seguridad.
—Ya veo, —respondió Belin con un suspiro.

FIN.    



[1] Don Martín Miguel de Goicoechea nació en Alsasua (Navarra) el 27 de octubre de 1755. Hombre de negocios, se asoció con los Galarza en Madrid dedicándose al comercio de tejidos, cosechando una portante posición económica. Su relación con Goya se debe al matrimonio de los hijos de ambos en 1805. Gumersinda Goicoechea fue dotada por su padre con 249.186 reales. Contrario al absolutismo, se comprometió políticamente en 1820 por lo que decidió exiliarse tres años después a Burdeos donde se encontró con el pintor. Falleció el 30 de junio de 1825, compartiendo tumba con su buen amigo Goya cuando éste murió tres años después.
[2] John Adams, el primer vicepresidente de EEUU, viajo por el país vasco y escribió: “Los vascos nunca han conocido una clase desposeída de tierra, y no han sido siervos ni esclavos (…) uno de los privilegios en los que insisten es en no tener rey” (Works of John  Adams 1850)
[3] Tanto Francisco de Goya como Beethoven sufrieron de sordera y sífilis en los últimos años de su vida.
[4] Se refiere al famoso cuadro “La libertad guiando al pueblo” de Delacroix. Actualmente en el museo del Louvre, en París. 
[5] Agustín Xaho estuvo en Vitoria exilado en la época del gobierno de Napoleón III en Francia. Según se dice, en la biblioteca de Vitoria, que luego fue instituto y ahora es sede del parlamento vasco, conoció a Navarro Villoslada y le contó una leyenda, que luego el escritor adaptó para escribir su famosa novela.