Tercera parte: GOYA
Y BEETHOVEN
Texto: Juan Ibarrondo
Ilustración: Marta Gil.
Mientras
sus alumnos entraban ordenadamente en el Museo Centro Pompidou de Bilbao, Belin
se sintió satisfecho, casi orgulloso, de ellos. No era para menos, pues no
habían provocado ningún incidente reseñable en Oñate; y por si fuera poco,
parecían atender a sus explicaciones con cierto interés.
Por
un momento, olvidó que, seguramente,
algunos de aquellos chavales eran quienes -normalmente en
primavera- se dedicaban a quemar coches
en las interminables rotondas de la periferia de Gasteiz…, eso entre otras
cosas que prefirió no pensar en aquel momento.
Mientras
subieron por los tubos de cristal del museo, parecidos a los del original
parisino, hubo las inevitables risas y comentarios, pero en general los chicos
se portaron bien.
El
Pompidou bilbaíno, era un referente en cuanto a las obras de las vanguardias
europeas del siglo XIX y principios del XX, y por ello era visitado por
turistas de todo el mundo. Entre todas ellas, la colección de cuadros de
Francisco de Goya, era una de las más populares.
—Bueno chicos, relajaros, apagar los móviles y poner
atención. Hoy vamos a conocer lo que fue el renacimiento vasco. ¿Quién fue el
artista más conocido del renacimiento vasco, auque no fue vasco? —Preguntó
Belin.
—Nadie lo sabe… bueno es igual, ya os lo digo yo que
para eso soy el profesor…
»Ese
artista fue Francisco de Goya, un famoso pintor que además fue un afrancesado más o menos
confeso. Cuando acabó la guerra, a pesar de que los reyes de España estaban
dispuestos a perdonar sus devaneos gabachos, decidió exilarse en Nueva Fenicia,
de donde era oriundo por la rama paterna. Se instaló en San Sebastian, en casa
de su amigo el dramaturgo Leandro Moratín, que también se había exiliado por
ser contrario al absolutismo de la monarquía española. Allí pintaría algunas de
sus mejores obras, algunas de ellas los vamos a ver hoy. Sus paisajes de la costa
vasca inauguraron un nuevo estilo pictórico, que se conoció como impresionismo
»
Cuando se dieron a conocer estas obras, muchos pintores franceses y de otros
lugares de Europa, se instalaron en San Sebastián que se conocía entonces como
la petit París. También Vitoria tuvo
un auge intelectual importante, y se la conocería como la Atenas del norte…
Pero sin dinero no hay arte que valga, por mucho que digan algunos cretinos que
se crea mejor con el estómago vacío. Así que, seguramente, muchos pintores,
escultores, arquitectos… vinieron a Nueva Fenicia atraídos por el oro
proveniente del pillaje de los corsarios, y de los grandes mecenas del círculo
de la Vascongada: liberales no sólo en ideas, sino también a la hora de abrir
la bolsa para comprar tal o cual cuadro del pintor de moda. Entre los grandes
mecenas destacó Martín Miguel de Goicoechea, natural de Alsasua y rico
comerciante, que emparentó con Goya, casando a su hijo con la del pintor[1].
—Ahí tenéis su retrato, —dijo Belin
señalando el cuadro— Tiene cara de persona inteligente, ¿no os parece?
Al lado, podéis ver los retratos del dramaturgo Leandro Moratín y el poeta
Espronceda; todos realizados en San Sebastián durante el exilio de los tres
amigos. Ahora, quiero que os imaginéis cómo era el ambiente cultural de Nueva
fenicia mientras Iparraguirre fue ministro de artes y ciencias.
—Debía de haber mucha salsilla ¿no? —Dijo uno de
los chicos.
—Efectivamente, ¡¡debía de haber una salsilla del
copón!! Exiliados de toda Europa, que huían de la restauración absolutista, se
instalaron aquí. Imaginaros las tabernas del puerto en Donostia, o en Bayona…
llenas de conspiradores de todo pelaje: socialistas utópicos franceses,
laboristas ingleses, anarquistas rusos e italianos… De hecho, se dice que la
rebelión de la Comuna de París se gestó en un café de Biarritz. Incluso, pasó
por aquí el vicepresidente de otra nación, nueva por entonces: los Estados
Unidos, que vino a conocer el modo de gobierno de Nueva Fenicia[2].
Y no sólo fueron pintores y escritores, también Beethoven estuvo por aquí. Se
hizo muy amigo de Goya, tal vez porque los dos eran sordos y sifilíticos[3];
al parecer su famoso concierto a la batalla de Vitoria, lo escribió a
instancias de Goya…
Los
jóvenes miraban en ese momento un cuadro de Delacroix[4],
que mostraba la libertad, en forma de mujer con pechos generosos, guiando al
pueblo en las revueltas de 1830 en París. El cuadro era una de las estrellas del
Pompidou de Bilbao.
—Eso sí que era una revolución en condiciones, y no
los fuegos de campamento que montáis ahora… —dijo el profesor con entusiasmo.
—Bon, ya vale de batallitas, ahora vamos a ver algo de
verdad espectacular, belleza en estado puro, —continuó mientras pasaban a
la sala principal del museo.
»Esta
colección de marinas, de paisajes de montaña, de retratos de campesinos… esta
hecha con una forma de pintar que no tiene nada que ver con algo que se hubiera
hecho antes. Lo llamaron impresionismo y Goya fue su iniciador, toda una
escuela le siguió; en Europa, y por
supuesto aquí también.
Ahora,
estaban ante un gran cuadro de Goya donde el mar y el cielo se unían en una
tormenta desatada. El tema era todavía del gusto romántico, y también propio
del carácter atormentado del pintor en su última etapa, pero la técnica era ya
claramente impresionista. El pintor trató –y logró en gran medida- atrapar la luz durante aquel momento en que
cielo y mar se unían en tormenta. Es una obra que, además, supera la figuración, porque no importa ya
tanto representar fielmente sino expresar una emoción. Crear un estado de ánimo
en quien la contempla.
»Y
no pongáis esa cara de pánfilos, estoy seguro de que aunque no hayáis entendido
nada de lo que os he dicho -aun suponiendo que me hayáis hecho algún caso claro- algo habréis sentido al verla…
Como
nadie dijo nada, Belin continuó la visita seguido por sus alumnos hasta la sala
contigua.
»Aquí
tenéis la famosa serie que muestra la bahía de San Sebastián a distintas horas
del día. Después de esta serie numerosos pintores hicieron lo mismo en multitud de lugares,
algunos con gran maestría, pero claro el primero es siempre el que se lleva la
fama… Aunque tal vez Monet, mucho más tarde, realizó la serie más perfecta de
todas al pintar la catedral de Rouen… En el viaje de fin de estudios podemos ir
a verla.
—Ah, y éste seguro que os suena, —dijo el
profesor señalando uno de los cuadros.
—¡¡Es la florida¡¡ —Exclamó un chica, sorprendida
de ver un sitio conocido en aquel lugar.
─Eso
es, aquí Goya nos muestra el parque de la florida. A la izquierda está la
entonces recién creada biblioteca nacional vasca, que todavía está en Vitoria… Cuentan
que allí escribió Xaho su novela El
linaje de Aitor. También se dice que Navarro Villoslada escribió Amaia y
los vascos en el siglo VIII, según una leyenda que el de Zuberoa le contó
en una de sus salas.[5]
Son dos obras importantes, preguntar si no al profesor de literatura.
—Ése es un muermo, —dijo una chica de origen
senegalés.
—Bueno, vosotros preguntarle seguro que os contesta
encantado…
—
¿Y cómo es que siendo este país tan
guay en aquella época acabó siendo la rayada que es ahora? —Preguntó
otro de los jóvenes.
—Esa es una pregunta que ni siquiera yo en toda mi
sapiencia puedo contestar… —repuso Belin irónico—. Los tiempos cambian, nadie
sabe muy bien por qué. Además, tal vez no fuera todo tan guay entonces como
pensamos. Ya se sabe que, para algunos, todo tiempo pasado fue mejor.
—Pues vaya una respuesta, —contestó el
joven.
—Es la única que tengo mis queridos mandriles, y con
ella os tendréis que quedar. Ahora, como os habéis portado bien tenéis un par
de horas para ver el museo a vuestro
aire, o para lo que queráis.
Los
jóvenes se dispersaron por grupos, y Belín fue a la cafetería a tomar un café y
un croissant. Desde la cafetería se podía ver la ría: un grupo de veleros de
pequeño calado surcaban sus aguas. El profesor supuso que se trataba de alguna
regata. Vio también un grupo de manifestantes que protestaban contra el
matrimonio homosexual, y se acordó de Xaho. Pensó, que, a buen seguro, el
lehendakari marica les hubiera hecho frente espada en mano; ahora, en cambio,
pudo ver un par de furgonetas de la hertzaintza escoltando la protesta. O tempora, o mores… vivir para ver….
En
esas ensoñaciones se encontraba, cuando escucho unos sonoros pitidos que provenían
de las alarmas del museo. Súbitamente alarmado, se puso en pie de un salto y
siguió a un par de guardias de seguridad que corrían hacia la puerta. Cuando
llegaron a la entrada del museo, constató que su alarma era fundada: uno de sus
alumnos estaba en el suelo, pataleando y sujeto por dos fornidos securatas. El
resto de la tribu protestaba sonoramente los modos de los polizontes. Cuando se
identificó y preguntó el motivo del arresto, el jefe de seguridad le mostró un
pequeño cuadro de Goya, un paisaje de montaña.
—Trataba de llevárselo, el muy cretino, —dijo el
director de la seguridad.
—Ya veo, —respondió Belin con un suspiro.
FIN.
[1] Don Martín Miguel de Goicoechea nació en Alsasua (Navarra) el 27 de
octubre de 1755. Hombre de negocios, se asoció con los Galarza en Madrid
dedicándose al comercio de tejidos,
cosechando
una portante
posición económica. Su relación con Goya se debe al matrimonio de los hijos de
ambos en 1805. Gumersinda Goicoechea fue dotada por su padre con 249.186
reales. Contrario al absolutismo, se comprometió políticamente en 1820 por lo
que decidió exiliarse tres años después a Burdeos donde se encontró con el
pintor. Falleció el 30 de junio de 1825, compartiendo tumba con su buen amigo
Goya cuando éste murió tres años después.
[2] John Adams, el primer
vicepresidente de EEUU, viajo por el país vasco y escribió: “Los vascos nunca
han conocido una clase desposeída de tierra, y no han sido siervos ni esclavos
(…) uno de los privilegios en los que insisten es en no tener rey” (Works of John Adams 1850)
[3] Tanto Francisco de Goya
como Beethoven sufrieron de sordera y sífilis en los últimos años de su vida.
[4] Se refiere al famoso
cuadro “La libertad guiando al pueblo” de Delacroix. Actualmente en el museo
del Louvre, en París.
[5] Agustín Xaho estuvo en
Vitoria exilado en la época del gobierno de Napoleón III en Francia. Según se
dice, en la biblioteca de Vitoria, que luego fue instituto y ahora es sede del
parlamento vasco, conoció a Navarro Villoslada y le contó una leyenda, que
luego el escritor adaptó para escribir su famosa novela.