Primera entrega: NUEVA
FENICIA.
Texto: Juan Ibarrondo. Ilustración: Marta Gil.
Monsieur Belin, llegó un poco tarde a su clase de Historia
en la ikastola Agosti Xaho, en el barrio de Zabalgana de la ciudad de Vitoria.
Sus
alumnos, esperaban impacientes, pues era el día del bicentenario de la batalla
de Vitoria, y tenían prevista una excursión al Pompidou de Bilbao para ver la
nueva exposición de Francisco de Goya.
El
profesor, nacido en París hacia ya más de cuarenta años, iba vestido de manera
informal: con una anacrónica chaqueta negra de cuero sobre una camiseta reivindicativa a favor del
matrimonio homosexual. Nada más entrar, saludó a sus chicos con desenfadada
autoridad:
—Hola cuadrilla, espero que no deis guerra en la
excursión, o aquí no va a aprobar nadie hasta que los monos de la isla de Santa
Clara[1]
aprendan inglés.
Los
alumnos, una mezcla multirracial de origen español, norteafricano, senegalés,
francés y vasco, contestaron todos a la vez con un saludo correcto, aunque no
exento de cierto retintín de guasa:
—Buenos días monsieur
Belin…
No
hubo demasiados incidentes en el traslado a pie hasta el autobús estacionado en
el exterior; más allá de la malévola zancadilla a un chico -judío y empollón- que
él sorteó sin demasiadas dificultades dando un saltito un tanto ridículo, lo
que a su vez provocó las risas de los demás. La mirada asesina del profesor
bastó para sofocarlas de inmediato.
Una
vez en el interior del autobús, Belin, tras advertir que no quería oír ni el
ruido de una mosca, comenzó su lección:
»Estoy
seguro de que, incluso una manada de macacos jóvenes como vosotros, sabéis que
hoy celebramos el día del bicentenario de la batalla de Vitoria. Y, por tanto,
también el día en que nació este país tan
cojonudo en el que nos ha tocado vivir…
»Aunque
tal vez no sepáis, teniendo en cuenta vuestra supina ignorancia, por qué este
país -que también llamamos Euskal Herria- tiene el nombre oficial de Nueva
Fenicia…
Pues
para que lo sepáis, el nombrecito fue un invento de Dominique Joseph Garat, que
era un vasco francés, ministro de
Napoleón Bonaparte, en la época de la batalla de Vitoria.
No
está del todo claro cuál fue la razón que le llevó a llamar Nueva Fenicia a una
tierra donde los fenicios no habían estado ni de lejos. Aunque claro, a
vosotros eso os importa un huevo, ya que estoy seguro de que no tenéis ni pajolera
idea de quienes fueron los fenicios.
»Pero
dejemos eso y vayamos al meollo de la cuestión. El ministro Garat, se presentó un
buen día ante su jefe y le propuso formar un nuevo país, entre el Ebro y el
Adour, que se llamaría Nueva Fenicia. Para convencerle, le soltó lo siguiente: “Sobre las orillas de los ríos y en la laderas de los
Pirineos, sea del lado de Francia o de España, y del Oeste al Este, desde el
Océano hasta las fronteras de Aragón, viven bajo el nombre de vascos españoles
y vasco franceses gentes que tienen conjuntamente todas las relaciones que los
hombres puedan tener entre ellos y una comunidad de rasgos entre si que no
aparece en la relación de los vascos españoles con los demás españoles, ni de
los vascos franceses el resto de los franceses (…). Ni los vascos franceses ha
tomado la lengua francesa, ni los vasco españoles la lengua de España; unos y
otros han permanecido vascos (…). Las leyes que rigen a los vascos en Francia y
España, que se llaman (respectivamente) costumbres y Fueros tienen entre si
grandes analogías entretanto que difieren extremadamente de todas las leyes
francesas y españolas (…). Los vascos españoles y los vascos franceses se
tienen todos por nobles y así lo declaran sus leyes (…) lo que no deja de ser
admirable que así ocurra en las siete demarcaciones con la misma pretensión.” [2]
»Según
cuentan, Napoleón -que al fin y al cabo tenía cosas mucho más importantes en
las que pensar- lo miró totalmente
perplejo. Algo lógico, pues es razonable suponer que tales
consideraciones al pequeño corso se la traían bastante floja. Pero Garat no se
arredró por ello, así que continuó explicando la conveniencia de crear un Estado
tapón frente a España, que ya para entonces daban por perdida visto el fracaso
del gobierno de José Bonaparte, también conocido como Pepe Botella.
Sobre
todo, el ministro vasco francés incidió en las posibilidades de la Nueva
Fenicia -de larga tradición marinera- para crear una armada potente que pudiera
romper la supremacía en los mares de la flota inglesa. Al parecer, esta segunda
idea convenció algo más al emperador. Aunque, tal vez, contribuyó también la
original denominación del nuevo país, que hacía rememorar a Napoleón -muy dado
a las fantasías históricas- un pueblo de grandes marinos y comerciantes.
En
todo caso, la puntilla la puso Garat cuando sugirió empezar enseguida acciones
corsarias contra los barcos británicos: actividad en la que -aseguró enfático-
los vascos eran maestros. Con aquello, Napoleón quedó definitivamente convencido.
»Así
que el plan se puso en marcha. Aunque como podéis suponer —por lo menos
si dejarais por un momento de enredar con el jodido wasap—, un plan
tan loco tenía escasas posibilidades de salir adelante. Sin embargo, se dieron
una serie de circunstancias que hicieron que lo imposible se convirtiera en un
hecho cierto:
»Por
una parte, Garat contó con el apoyo del
lobby más importante del momento: la Real Sociedad Bascongada de Amigos del
País, que a partir de 1813 perdería el término real para pasar a ser sociedad a
secas. La mayoría de los intelectuales de esta sociedad -heredera de los
caballeritos de Azkoitia[3]-
eran afrancesados más o menos declarados, así como partidarios de los nuevos
aires políticos surgidos de la
revolución francesa. Algunos, como el escritor Félix Samaniego, habían sido
perseguidos por la inquisición, que todavía subsistía en España[4].
El apoyo de la Bascongada fue decisivo en el caso del general Álava, que había sido educado por
dicha sociedad[5], y
que en el último momento se pasó con armas y bagajes al bando francés.
También
fue clave la participación, al lado de Nueva Fenicia, del guerrillero navarro
Xabier Mina[6], que
dominaba con su partida de irregulares las tierras navarras y la montaña
alavesa. Mina, que era también un liberal convencido, cedió a las pretensiones
de Garat, que le ofreció a cambio ser gobernador del departamento de Nueva
Tiro, que agruparía las provincias de Álava
y Navarra.
Nueva
Sidon, por su parte, agruparía a Zuberoa, el Roncal y la baja Navarra; mientras
que las provincias costeras: Bizkaia, Gipuzkoa y Lapurdi, se llamarían Nueva
Fenicia, como el conjunto del país.
»Otro
asunto importante fue el mantenimiento de los fueros. Mina, como Álava y la
mayoría de los miembros de la Bascongada, era consciente de que, si no se
mantenían los fueros, las Juntas Generales de los territorios vascos del sur
nunca apoyarían el proyecto de Nueva Fenicia. Así que convenció a Garat para
que en la Nueva Fenicia -que en un primer momento quedaría bajo jurisdicción
francesa- se respetaran los fueros: incluido el juramento de Napoleón bajo el
árbol de Gernika. Es muy dudoso que Garat pudiera garantizar esto último en ese
momento; pero, al parecer, su promesa
fue suficiente para los conspiradores.
»Desde
luego, en contra de Nueva Fenicia jugó la entonces poderosa iglesia vasca. Su
postura se dividió entre quienes apostaron claramente por el bando de Fernando
VII, a pesar de los recelos que despertaba, y los que llegaron a proponer
convertir el nuevo país en un reino. Unos pocos, llegaron incluso a propugnar a
un supuesto descendiente de Sancho el Mayor -un tal Iñigo
Labarca- como monarca para el reino de Vasconia; pero sus intenciones nunca
pasaron del plano teórico. Aún así, consiguieron que hasta la constitución de 1849
no se declarara el Estado laico en Nueva Fenicia.
»En
todo caso, ni siquiera con todo el apoyo que consiguió Garat, era probable que
las tropas en retirada de José Bonaparte vencieran a las del duque de
Wellington, apoyadas por las de los portugueses y los españoles leales a su
rey. De forma, que la mayoría de los historiadores considera que el factor
decisivo de la victoria francesa en la batalla de Vitoria fue un suceso que
tuvo lugar muy lejos del lugar de la contienda: la paz secreta que Bonaparte firmó
con el Zar Alejandro I en 1812.
»A
consecuencia de ese tratado, Bonaparte pudo utilizar en la batalla de Vitoria parte
de sus tropas destinadas a la campaña de Rusia; tropas que, a toda prisa,
atravesaron la frontera para unirse a las columnas francesas que aún resistían
en las cercanías de la capital alavesa. El propio Napoleón participó en la
batalla, lo que seguramente resultó también decisivo para la moral de las
tropas, que infringieron una derrota contundente al duque de Wellington y sus
aliados. Tanto que, tras tal varapalo, tuvieron que retirarse hasta Burgos,
donde se encastillaron en posiciones defensivas.
En
ese momento, Belin tuvo que interrumpir su charla, porque una chica anunció que
se había mareado y tenía que bajar del
autobús. Belin no hubiera hecho el menor caso, si no fuera porque la joven
tenía antecedentes de suicidio y anorexia diagnosticada. Así que, siendo como
era prudente y firme defensor de la estrategia del palo y la zanahoria, decidió
hacer una pausa para estirar las piernas en el air más próximo, ya cerca de su primer destino en Oñate.
Los
jóvenes bajaron entre gritos al espacio natural, desde donde ya se divisaba la
ciudad de Oñate[7],
capital administrativa de la Nueva Fenicia.
PROXIMO
CAPÍTULO: EL LEHENDAKARI MARICA.
[1] Los monos de la isla de
Santa Clara, en la bahía de San Sebastián, son macacos que provienen de las
colonias francesas en África, y fueron un regalo de Napoleón III a la ciudad,
por su lealtad al imperio. Son los monos en libertad que viven más al norte en
todo el mundo.
[2] Discurso de Dominique
Joseph Garat, natural de Bayona y ministro de justicia francés, ante el
Emperador Napoleón I. Según la enciclopedia Auñamendi.
[3] La Real Sociedad Bascongada de
Amigos del País, nació del grupo «Caballeritos de Azkoitia»
impulsado especialmente por Xavier María de Munibe e Idiáquez,
conde de Peñaflorida. Los socios dividieron sus actividades en cuatro
secciones: agricultura; ciencias y artes útiles; industria y comercio; y
política y buenas letras. Entre los miembros estarían los reformistas más
importantes de la época, como Foronda, Villahermosa, Olavide, Azara, Meléndez
Valdés, Samaniego... y notorios científicos extranjeros.
[4] Félix Samaniego, fue
acusado por dos veces ante la inquisición: la primera por tenencia de libros
prohibidos, en la segunda el sacerdote
Joaquín Antonio Muro le vuelve a denunciar con la colaboración de algunos
vecinos. Los testigos le acusan ahora de haber hablado mal de la Inquisición,
de haberle oído decir "que los raptos y éxtasis de santa Teresa eran
poluciones", destacan su anticlericalismo y adjuntan otras recriminaciones
que hacían referencia a su ideología y comportamiento personal.
[5] Miguel Ricardo de Álava, El general Álava, entre 1781
y 1790, cursó los estudios primarios en el Seminario Patriótico Bascongado de
Bergara, regentado por la Real Sociedad Bascongada de Amigos
del País.[]
[6] Xabier Mina, comandante guerrillero que sobresalió por
su habilidad y conocimiento del terreno. Mandó el cuerpo de ejército de
Navarra, siendo conocido en esta época como el Pequeño Rey de Navarra.
Fue también un liberal declarado.
[7] Durante las guerras
carlistas Oñate fue cuartel general del
Pretendiente y refugio de tropas carlistas derrotadas. Se llegó a editar la Gazeta
oficial del reino y ejército carlista y a la construcción de una fábrica de
armas.