sábado, 22 de junio de 2013

UCRONIA EN TRES TRES CAPÍTULOS: LA BATALLA DE VITORIA.

Primera entrega: NUEVA FENICIA. 
Texto: Juan Ibarrondo. Ilustración: Marta Gil.


Monsieur Belin, llegó un poco tarde a su clase de Historia en la ikastola Agosti Xaho, en el barrio de Zabalgana de la ciudad de Vitoria.
Sus alumnos, esperaban impacientes, pues era el día del bicentenario de la batalla de Vitoria, y tenían prevista una excursión al Pompidou de Bilbao para ver la nueva exposición de Francisco de Goya.
El profesor, nacido en París hacia ya más de cuarenta años, iba vestido de manera informal: con una anacrónica chaqueta negra de cuero  sobre una camiseta reivindicativa a favor del matrimonio homosexual. Nada más entrar, saludó a sus chicos con desenfadada autoridad:
—Hola cuadrilla, espero que no deis guerra en la excursión, o aquí no va a aprobar nadie hasta que los monos de la isla de Santa Clara[1] aprendan inglés.  
Los alumnos, una mezcla multirracial de origen español, norteafricano, senegalés, francés y vasco, contestaron todos a la vez con un saludo correcto, aunque no exento de cierto retintín de guasa:
—Buenos días monsieur Belin…
No hubo demasiados incidentes en el traslado a pie hasta el autobús estacionado en el exterior; más allá de la malévola zancadilla a un chico -judío y empollón- que él sorteó sin demasiadas dificultades dando un saltito un tanto ridículo, lo que a su vez provocó las risas de los demás. La mirada asesina del profesor bastó para sofocarlas de inmediato.
Una vez en el interior del autobús, Belin, tras advertir que no quería oír ni el ruido de una mosca, comenzó su lección:
»Estoy seguro de que, incluso una manada de macacos jóvenes como vosotros, sabéis que hoy celebramos el día del bicentenario de la batalla de Vitoria. Y, por tanto, también el día en que nació este país  tan cojonudo en el que nos ha tocado vivir…
»Aunque tal vez no sepáis, teniendo en cuenta vuestra supina ignorancia, por qué este país -que también llamamos Euskal Herria- tiene el nombre oficial de Nueva Fenicia…
Pues para que lo sepáis, el nombrecito fue un invento de Dominique Joseph Garat, que era un vasco francés,  ministro de Napoleón Bonaparte, en la época de la batalla de Vitoria.
No está del todo claro cuál fue la razón que le llevó a llamar Nueva Fenicia a una tierra donde los fenicios no habían estado ni de lejos. Aunque claro, a vosotros eso os importa un huevo, ya que estoy seguro de que no tenéis ni pajolera idea de quienes fueron los fenicios.
»Pero dejemos eso y vayamos al meollo de la cuestión. El ministro Garat, se presentó un buen día ante su jefe y le propuso formar un nuevo país, entre el Ebro y el Adour, que se llamaría Nueva Fenicia. Para convencerle, le soltó lo siguiente: “Sobre las orillas de los ríos y en la laderas de los Pirineos, sea del lado de Francia o de España, y del Oeste al Este, desde el Océano hasta las fronteras de Aragón, viven bajo el nombre de vascos españoles y vasco franceses gentes que tienen conjuntamente todas las relaciones que los hombres puedan tener entre ellos y una comunidad de rasgos entre si que no aparece en la relación de los vascos españoles con los demás españoles, ni de los vascos franceses el resto de los franceses (…). Ni los vascos franceses ha tomado la lengua francesa, ni los vasco españoles la lengua de España; unos y otros han permanecido vascos (…). Las leyes que rigen a los vascos en Francia y España, que se llaman (respectivamente) costumbres y Fueros tienen entre si grandes analogías entretanto que difieren extremadamente de todas las leyes francesas y españolas (…). Los vascos españoles y los vascos franceses se tienen todos por nobles y así lo declaran sus leyes (…) lo que no deja de ser admirable que así ocurra en las siete demarcaciones con la misma pretensión.” [2]
»Según cuentan, Napoleón -que al fin y al cabo tenía cosas mucho más importantes en las que pensar- lo miró totalmente  perplejo. Algo lógico, pues es razonable suponer que tales consideraciones al pequeño corso se la traían bastante floja. Pero Garat no se arredró por ello, así que continuó explicando la conveniencia de crear un Estado tapón frente a España, que ya para entonces daban por perdida visto el fracaso del gobierno de José Bonaparte, también conocido como Pepe Botella.
Sobre todo, el ministro vasco francés incidió en las posibilidades de la Nueva Fenicia -de larga tradición marinera- para crear una armada potente que pudiera romper la supremacía en los mares de la flota inglesa. Al parecer, esta segunda idea convenció algo más al emperador. Aunque, tal vez, contribuyó también la original denominación del nuevo país, que hacía rememorar a Napoleón -muy dado a las fantasías históricas- un pueblo de grandes marinos y comerciantes.
En todo caso, la puntilla la puso Garat cuando sugirió empezar enseguida acciones corsarias contra los barcos británicos: actividad en la que -aseguró enfático- los vascos eran maestros. Con aquello, Napoleón quedó definitivamente convencido.
»Así que el plan se puso en marcha. Aunque como podéis suponer —por lo menos si dejarais por un momento de enredar con el jodido wasap—, un plan tan loco tenía escasas posibilidades de salir adelante. Sin embargo, se dieron una serie de circunstancias que hicieron que lo imposible se convirtiera en un hecho cierto:
»Por una parte, Garat contó con el apoyo del lobby más importante del momento: la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, que a partir de 1813 perdería el término real para pasar a ser sociedad a secas. La mayoría de los intelectuales de esta sociedad -heredera de los caballeritos de Azkoitia[3]- eran afrancesados más o menos declarados, así como partidarios de los nuevos aires políticos  surgidos de la revolución francesa. Algunos, como el escritor Félix Samaniego, habían sido perseguidos por la inquisición, que todavía subsistía en España[4]. El apoyo de la Bascongada fue decisivo en el caso  del general Álava, que había sido educado por dicha sociedad[5], y que en el último momento se pasó con armas y bagajes al bando francés.
También fue clave la participación, al lado de Nueva Fenicia, del guerrillero navarro Xabier Mina[6], que dominaba con su partida de irregulares las tierras navarras y la montaña alavesa. Mina, que era también un liberal convencido, cedió a las pretensiones de Garat, que le ofreció a cambio ser gobernador del departamento de Nueva Tiro, que agruparía las  provincias de Álava y Navarra.
Nueva Sidon, por su parte, agruparía a Zuberoa, el Roncal y la baja Navarra; mientras que las provincias costeras: Bizkaia, Gipuzkoa y Lapurdi, se llamarían Nueva Fenicia, como el conjunto del país.
»Otro asunto importante fue el mantenimiento de los fueros. Mina, como Álava y la mayoría de los miembros de la Bascongada, era consciente de que, si no se mantenían los fueros, las Juntas Generales de los territorios vascos del sur nunca apoyarían el proyecto de Nueva Fenicia. Así que convenció a Garat para que en la Nueva Fenicia -que en un primer momento quedaría bajo jurisdicción francesa- se respetaran los fueros: incluido el juramento de Napoleón bajo el árbol de Gernika. Es muy dudoso que Garat pudiera garantizar esto último en ese momento;  pero, al parecer, su promesa fue suficiente para los conspiradores.  
»Desde luego, en contra de Nueva Fenicia jugó la entonces poderosa iglesia vasca. Su postura se dividió entre quienes apostaron claramente por el bando de Fernando VII, a pesar de los recelos que despertaba, y los que llegaron a proponer convertir el nuevo país en un reino. Unos pocos, llegaron incluso a propugnar a un supuesto   descendiente de Sancho el Mayor -un tal Iñigo Labarca- como monarca para el reino de Vasconia; pero sus intenciones nunca pasaron del plano teórico. Aún así, consiguieron que hasta la constitución de 1849 no se declarara el Estado laico en Nueva Fenicia.
»En todo caso, ni siquiera con todo el apoyo que consiguió Garat, era probable que las tropas en retirada de José Bonaparte vencieran a las del duque de Wellington, apoyadas por las de los portugueses y los españoles leales a su rey. De forma, que la mayoría de los historiadores considera que el factor decisivo de la victoria francesa en la batalla de Vitoria fue un suceso que tuvo lugar muy lejos del lugar de la contienda: la paz secreta que Bonaparte firmó con el Zar Alejandro I en 1812.
»A consecuencia de ese tratado, Bonaparte pudo utilizar en la batalla de Vitoria parte de sus tropas destinadas a la campaña de Rusia; tropas que, a toda prisa, atravesaron la frontera para unirse a las columnas francesas que aún resistían en las cercanías de la capital alavesa. El propio Napoleón participó en la batalla, lo que seguramente resultó también decisivo para la moral de las tropas, que infringieron una derrota contundente al duque de Wellington y sus aliados. Tanto que, tras tal varapalo, tuvieron que retirarse hasta Burgos, donde se encastillaron en posiciones defensivas.
En ese momento, Belin tuvo que interrumpir su charla, porque una chica anunció que se había mareado y  tenía que bajar del autobús. Belin no hubiera hecho el menor caso, si no fuera porque la joven tenía antecedentes de suicidio y anorexia diagnosticada. Así que, siendo como era prudente y firme defensor de la estrategia del palo y la zanahoria, decidió hacer una pausa para estirar las piernas en el air más próximo, ya cerca de su primer destino en Oñate.
Los jóvenes bajaron entre gritos al espacio natural, desde donde ya se divisaba la ciudad de Oñate[7], capital administrativa de la Nueva Fenicia.



PROXIMO CAPÍTULO: EL LEHENDAKARI MARICA.









[1] Los monos de la isla de Santa Clara, en la bahía de San Sebastián, son macacos que provienen de las colonias francesas en África, y fueron un regalo de Napoleón III a la ciudad, por su lealtad al imperio. Son los monos en libertad que viven más al norte en todo el mundo.
[2] Discurso de Dominique Joseph Garat, natural de Bayona y ministro de justicia francés, ante el Emperador Napoleón I. Según la enciclopedia Auñamendi.
[3] La Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, nació del grupo «Caballeritos de Azkoitia» impulsado especialmente por Xavier María de Munibe e Idiáquez, conde de Peñaflorida. Los socios dividieron sus actividades en cuatro secciones: agricultura; ciencias y artes útiles; industria y comercio; y política y buenas letras. Entre los miembros estarían los reformistas más importantes de la época, como Foronda, Villahermosa, Olavide, Azara, Meléndez Valdés, Samaniego... y notorios científicos extranjeros.

[4] Félix Samaniego, fue acusado por dos veces ante la inquisición: la primera por tenencia de libros prohibidos, en la segunda el sacerdote  Joaquín Antonio Muro le vuelve a denunciar con la colaboración de algunos vecinos. Los testigos le acusan ahora de haber hablado mal de la Inquisición, de haberle oído decir "que los raptos y éxtasis de santa Teresa eran poluciones", destacan su anticlericalismo y adjuntan otras recriminaciones que hacían referencia a su ideología y comportamiento personal.
[5] Miguel Ricardo de Álava, El general Álava, entre 1781 y 1790, cursó los estudios primarios en el Seminario Patriótico Bascongado de Bergara, regentado por la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País.[]
[6] Xabier Mina, comandante guerrillero que sobresalió por su habilidad y conocimiento del terreno. Mandó el cuerpo de ejército de Navarra, siendo conocido en esta época como el Pequeño Rey de Navarra. Fue también un liberal declarado.

[7] Durante las guerras carlistas Oñate fue  cuartel general del Pretendiente y refugio de tropas carlistas derrotadas. Se llegó a editar la Gazeta oficial del reino y ejército carlista y a la construcción de una fábrica de armas.