Últimamente, tengo la sensación de que no nos damos cuenta
de lo que supone la decisión de avanzar hacia una ciudad sostenible. Parece que
pensemos que, con algunos retoques cosméticos en el tejido urbano y cambios
insignificantes en nuestra forma de vida, será suficiente para lograrlo. Si la
concesión de la capitalidad europea verde sirve para alimentar ese autoengaño
será más contraproducente que beneficiosa. Conseguir una ciudad sostenible exigirá, nada menos, que un cambio radical en nuestra
manera de producir, de transportarnos, de consumir…, en suma de vivir.
Si de verdad queremos ir hacia un modelo urbano sostenible,
es preciso que exista un consenso político y social considerable; pues no es
tarea para una sola legislatura ni para dos. Los tiempos del cambio ecológico
no pueden estar marcados por el corto plazo de las peleas partidistas. Necesitaremos
también audacia y valentía política para tomar decisiones que no gustarán a
todos.
Será preciso, entre otras cosas, avanzar de forma decidida
en el plan de movilidad sostenible. Organizar los desplazamientos a los
polígonos industriales en transporte colectivo. Olvidar de una vez el
soterramiento del ferrocarril, creando un corredor ferroviario de cercanías eficiente
y compatible con el tranvía. Seguir ampliando y mejorando las líneas de
autobuses. Conseguir la meta de residuos cero. Cerrar el anillo verde. Proteger
los Montes de Vitoria. Lograr que los edificios se conviertan en generadores de
energía renovable. Redensificar con huertos urbanos. Impulsar y renovar el
sector primario en la zona rural. Acostumbrarnos a consumir menos fomentando
hábitos de vida eco saludables….
El desafío, como ven, dista de ser pequeño; aunque sin duda
es imprescindible. ¿Estamos dispuestos a afrontarlo? ¿A dedicar los esfuerzos y
recursos necesarios? O más bien -tanto políticos como ciudadanos- vamos de
boquilla.