Con
el cambio de gobierno en la diputación hemos sabido que el tenista Rafa Nadal tributaba en Guipuzkoa para pagar
menos impuestos. El caso es interesante, más allá de las ilegalidades que se
hayan podido cometer, porque saca a la luz el tema de la fiscalidad en Euskadi.
Excepto
algún grupúsculo españolista radical, aquí nadie pone en cuestión la soberanía fiscal de los territorios históricos.
Basta ver como, a lo largo de la historia, tanto liberales, como conservadores,
carlistas, nacionalistas, socialistas… han defendido los fueros desde sus
distintas posiciones. Además, es imposible negar, que la relativa prosperidad
de que ha disfrutado el País Vasco, tiene
mucho que ver con el autogobierno en materia fiscal. Sin embargo, otra cosa
bien distinta es el contenido de esa soberanía tributaria, pues ahí las
diferencias son notables.
Simplificando
mucho, la discrepancia principal estriba en decidir si es mejor aumentar la
presión fiscal a las rentas del capital, para mantener el Estado del Bienestar; o si es preferible
mantenerla como está -o reducirla aún más- para atraer capitales. Es decir, salvando
las distancias, apostar por un modelo de socialdemocracia a la escandinava, o
bien por un paraíso fiscal más parecido
a la Confederación Helvética.
El
problema del “paraíso foral” -además de consideraciones éticas y de justicia
social- es que, vistas las resoluciones del Tribunal de Justicia Europeo sobre
las “vacaciones fiscales” vascas, no
parece que Europa esté dispuesta a consentirlo. De hecho, los paraísos fiscales
son “países de opereta” que están ligados y protegidos por grandes potencias:
Gibraltar con Gran Bretaña, Mónaco con Francia... A no ser, que queramos
convertir Euskadi en el lugar donde lavan su dinero las grandes fortunas
especulativas españolas; deportistas de élite incluidos: presuntamente dopados,
pero con seguridad forrados.