Es
cierto que, para entender la situación actual de recortes sociales, no podemos
obviar el pasado. Es verdad que aquellos vientos de megalomanía constructora y
especulación -la época de las ideas de bombero- trajeron estos lodos de austeridad.
Pero es una verdad a medias, porque la situación de crisis no es sólo causa
sino también excusa para poner en marcha medidas que las élites económicas
llevan firmemente impresas en su ADN ideológico. Me refiero a las políticas de
recorte social, a las privatizaciones…, en suma, al adelgazamiento del Estado
del Bienestar hasta su virtual desaparición.
La
austeridad presupuestaria es sin duda saludable en tiempos de crisis, pero parece
obvio que no lo es paralizar cualquier tipo de gasto e inversión pública. El debate
se sitúa entonces en qué gastos recortar y en cómo aumentar los ingresos. Es urgente, es ese sentido, adoptar medidas
quirúrgicas para atajar el fraude fiscal de las grandes fortunas, que supone el
70% del total del fraude. Del lado del gasto, la política de “hacer más con menos”, aunque
es correcta sobre el papel, aplicada al empleo de la manera en que se está
haciendo, aumenta el número de personas en paro y afecta a la calidad de los
servicios. Está bien recortar en gastos superfluos, sueldos desmesurados, o infraestructuras
inútiles y/o perjudiciales para el medio ambiente; pero no en actividades de
utilidad social. Por ejemplo, en Gasteiz, la no renovación de los convenios del
ayuntamiento con distintas asociaciones, acaba -o casi- con el llamado cuarto
sector, que realizaba un trabajo socialmente útil y mantenía numerosos puestos
de trabajo. Además, como sus funciones no son llevadas a cabo por trabajadores
de la administración pública -que por el contrario ven como son reducidas sus
plantillas- las tareas quedarán sencillamente sin hacer. En resumen, más paro y
menos servicios públicos.