La reciente comparecencia de víctimas de la violencia
política, la conocida como Iniciativa
Glencree, nos enseña, entre otras cosas, a valorar el silencio y la pausa
en una sociedad marcada por el ruido y
la prisa. Ruido político y mediático que, en ocasiones, enturbia -y hasta
imposibilita- cualquier posibilidad de entendimiento entre diferentes.
En esos
casos, es necesario apartarse del estruendo y tomarse un tiempo para la
reflexión: un tiempo lento, diferente al que marcan las vertiginosas agendas de
los medios de comunicación y los partidos políticos. Precisamente, eso es lo
que han hecho las víctimas agrupadas en esta iniciativa. Durante los últimos
cinco años, se han venido reuniendo en lugares apartados, sin prisa pero sin
pausa, hasta conseguir que de su dolor compartido brotara una semilla de
esperanza.
Son victimas de ETA, GAL, BVE y violencia policial, que
han sabido dejar a un lado sus diferencias y compartir el sufrimiento. Sin
hipocresías, pero con espíritu de alcanzar unos mínimos de consenso que ahora
trasladan al conjunto de la sociedad. De nosotros depende recoger la mano
tendida que nos ofrecen. Especialmente de quienes tienen cargos de
responsabilidad política, y de la clase política en general. De ellos, y de los
responsables de los medios de comunicación, depende no politizar en el peor
sentido de la palabra esta iniciativa; es decir, no utilizarla como arma para el
enfrentamiento político sino como instrumento de paz.
Para ello, no estaría de más que tomaran nota e inauguraran
en este tema -y también en otros- una nueva forma de hacer política. Una nueva
manera que, si me permiten el neologismo, podríamos denominar como slow politics. Para mí, es una
satisfacción poder escribir, en esta última columna antes de las vacaciones,
sobre una noticia para variar esperanzadora. Que pasen ustedes un buen verano y
hasta pronto.