Se ha escrito mucho sobre los orígenes y causas del
sistema que Carlos Marx definió como capitalismo. En las últimas décadas, con
el auge de conceptos procedentes de la ecología social, apareció el término turbo-capitalismo, que venía a explicar que en el sistema
capitalista: por su propio desarrollo, por la aplicación de las nuevas
tecnologías de la comunicación al sector financiero, por el aumento de la
velocidad del transporte basado en los
combustibles fósiles… se producía una aceleración cada vez mayor en los flujos
de mercancías físicas o virtuales. Es decir, que el capitalismo se desbocaba de
forma creciente, resultando cada vez más inabarcable para la escala humana; y
también más frágil y proclive a sufrir crisis cada vez más frecuentes y
globales.
El fenómeno de la llamada globalización implicaba también, además de un ensanchamiento del
espacio capitalista, un estrechamiento del tiempo, un fenómeno que en Retazos
de La Red, describía como todo en todas
partes y al mismo tiempo.
La pregunta que me surgió entonces fue si este proceso es
algo nuevo, algo que surge a finales del siglo XX, o más bien es una
característica inherente del sistema capitalista desde sus orígenes, que simplemente se ha acentuado con el
desarrollo tecnológico. Desde luego, la respuesta a esta pregunta excede las
posibilidades de este pequeño ensayo, por lo que solamente esbozaré unas pinceladas
que puedan contribuir a concretarla.
Obviamente, deberemos comenzar por tratar de entender esos
dos conceptos, nada simples, que son el
tiempo y el capitalismo, para luego tratar de relacionarlos. Primero
debemos entender que el sistema de mercado (la oferta y la demanda como motor
de la historia) es un acontecimiento muy reciente. Como escribe Karl Polanyi
(1) el sistema de mercado es relativamente reciente (Algunos lo sitúan en el siglo
XVII con la primera bolsa de valores en Ámsterdam, o incluso más tarde con la
revolución industrial inglesa) En la antigüedad, en la edad media, e incluso en
la época moderna (mercantilismo) existen otras formas dominantes de economía.
Sólo mas tarde, el sistema de mercado se extiende por el espacio (colonialismo,
imperialismo y globalización), se interna en nuestra cotidianidad y acaba por
colonizar el tiempo.
Tal vez podamos entender el capitalismo más allá de su
definición clásica basada en los conceptos de mercancía y plusvalía, conceptos que sin duda sigue siendo
válidos para entenderlo. Es decir, examinarlo en su aspecto temporal. No
descubro nada nuevo al decir que el
capitalismo no hubiera sido posible sin una forma más exacta de medir el tiempo,
con la aparición y desarrollo del reloj, que permitía sistematizar la
producción en franjas horarias cada vez más precisas; un proceso que se aceleró
con la tecnología digital. La cadena de producción que sustituyó al trabajo
artesanal también implicó una disminución del tiempo destinado a la construcción
de objetos.
En el terreno de la
representación de la realidad la aparición del cine y la tecnología
audiovisual es otro avance hacia una representación de las cosas cada vez más
vertiginosa. En las primeras películas la realidad se representaba así: un hombre, baja de un coche, sale a la
calle, recorre la acera, entra en un portal, sube las escaleras, llama a la
puerta, le abren… una película actual, en cambio, pasa directamente del coche
al interior del piso donde se desarrolla la acción principal; es decir, de
alguna manera a través del uso de la elipsis se devora el tiempo real. Esto no
tiene porqué estar mal en una película, pero si sucede en la realidad vivimos
una vida demediada; nos perdemos el camino en un viaje, en una relación el
proceso de seducción…
Disponemos por tanto de la intuición de que una de las claves del capitalismo, la consecución del mayor beneficio en el
menor tiempo posible, implica de hecho la aceleración de la manera en que
percibimos y medimos el tiempo.
¿Y el tiempo? Más allá del debate filosófico, o
físico-matemático, sobre qué es en realidad el tiempo; parece evidente que en las sociedades tradicionales la
percepción de tiempo responde a una geometría circular, o cíclica, y que sólo
con el desarrollo del capitalismo y la generalización de la economía de
mercado, se impone una idea lineal del tiempo. Pero también del campo de la
ciencia sacamos los profanos la conclusión de que tiempo y espacio están
íntimamente relacionados, y ambos a su vez con el concepto de velocidad. No
entraré en ello, aunque sería de gran interés si se pudieran aplicar las nuevas teorías sobre el espacio-tiempo al
terreno de las ciencias sociales. Algo que no tengo del todo claro, pues
separan a ambos ámbitos abismales diferencias de escala, que nos pueden llevar
a mezclar conceptos de forma inadecuada, como hacen ciertas teorías “new age”.
El efecto mariposa, o la teoría del caos, pueden valer para explicar la teoría conspirativa de la historia, pero
también para desarrollar la idea de anarco-capitalismo; es decir que lo mismo
vale para un roto que para un descosido. Lo mismo sucede con la idea de que una
partícula subatómica puede estar en dos sitios a la vez, que si la aplicamos a
escala macro, humana, puede dar lugar a teorías de lo más peregrinas.
En todo caso, parece claro que la idea lineal del tiempo implica un principio y un final, mientras que
la idea circular se basa más bien en el principio del renacer. Sobre este
último, me gusta repetir la concepción andina del tiempo que se representa como
una fuerza representada por una piedra que es arrojada a un estanque con mayor
o menor fuerza (algo que es interesante, porque incluye la acción humana y nos
alejamos de una concepción del tiempo ajeno, eterno, metafísico…) y provoca
ondas circulares y concéntricas que se desplazan a distintas profundidades,
arriba y abajo, adelante, atrás; a distintas velocidades (lo que explica la
diversidad cambiante del mundo)
Mi interpretación sobre esta concepción es que entre una y otra onda se produce el
renacimiento (el Pachakuty) es decir un cambio cualitativo que viene producido
por una mirada al pasado y un salto al futuro.
El poeta Kirmen Uribe me explicaba en una entrevista en
Ondarroa que la concepción del tiempo de las sociedades apegadas a la tierra se
parece menos a la idea de un río que fluye hasta el mar; y se parece más a las
corrientes submarinas que fluyen en direcciones y a profundidades distintas,
adelante y atrás.
Sin embargo, resulta difícil al occidental desprenderse de
la visión lineal del tiempo y la vida,
puesto que está basada en el gran y
terrible descubrimiento que da origen a la humanidad: la muerte. Pues la
conciencia de ser implica también la idea de finitud, de dejar de ser. En todo
caso, no deja de ser cierto que para muchas culturas humanas la muerte no
significa un final sino un renacer, un volver a ser de otro modo. De forma que la aceptación de la muerte no implica
necesariamente esa idea lineal del tiempo, propia de las sociedades “modernas”.
¿Es entonces la idea
lineal del tiempo una característica humana o más bien es sencillamente la
manera en que en el capitalismo medimos el transcurso de las cosas? Y más aún, ¿el concepto de
progresiva aceleración, que como hemos visto caracteriza al capitalismo tardío,
supone en realidad una carrera contra la muerte?
Esta última idea se puede aplicar también en el ámbito del
espacio. Suponemos (paradójicamente, pues es algo que va en contra de la lógica
clásica de la modernidad -previa al relativismo y la teoría de la
indeterminación- que separa espacio y tiempo de forma clara) que cuanto más
espacio recorramos de más tiempo dispondremos. Algo que se ve muy bien si
estudiamos el fenómeno del turismo como una carrera a través del espacio en el
menor tiempo posible, al igual que la economía del beneficio rápido. La
expresiones “Vivir a tope” o “Vive rápido” “Cómete al mundo” son significativas
en ese sentido. De alguna forma podemos
decir que en sistema capitalista el tiempo se consume como una mercancía más.
Podríamos deducir entonces que, en las sociedades capitalistas, la idea del tiempo no se basa en ese
descubrimiento primordial de la muerte que inaugura la propia condición humana;
sino en su negación neurótica, en la no aceptación de la muerte como algo
consustancial a la vida. Entenderíamos entonces el capitalismo como una carrera imposible de ganar contra la muerte.
Los constructores calvinistas de relojes, serían en ese
sentido (siguiendo la idea de Max Weber sobre el origen del capitalismo y la
ética protestante) (2) los prototipos más claros del origen del capitalismo,
por lo menos desde el punto de vista que esbozamos en este ensayo. La idea de
aprovechar el tiempo, y por ende del trabajo como valor supremo, propios de la
ética calvinista: ¿No implican también una determinada concepción del tiempo y
el espacio? La salvación vendrá determinada, según esta concepción, por el
aprovechamiento del tiempo a través del trabajo constante. Sólo los que
aprovechan el tiempo tendrán las puertas abiertas del cielo como decía el
fundador del Opus Dei. Porque para ellos aprovechar
el tiempo supone producir lo más posible en el menor tiempo posible. Tal
vez, la idea clásica del mayor beneficio en el menor tiempo posible deriva de
esta premisa primitiva. Una premisa que se va pervirtiendo progresivamente,
pues se pierden sus razones religiosas,
y hasta prácticas (en el sentido de producir para vivir mejor) llegándose al
absurdo de producir nocividad (es decir, producir para vivir peor) o productos
de obsolescencia programada, con la consiguiente destrucción de los
ecosistemas, y el derroche de los
recursos; especialmente los combustibles fósiles, que son claves para mantener
la aceleración progresiva del capitalismo.
Resulta también interesante para el propósito de este
ensayo, darse cuenta de que las
sociedades con una concepción circular o cíclica del tiempo son normalmente más
refractarias al desarrollo de tipo capitalista, que las que han asumido una
lógica lineal, progresiva (de progreso) y acelerada del tiempo. Aún en estos tiempos
globales existe un afuera -más grande de lo que a veces suponemos- que vive al
margen del capitalismo (Azonía) Es el mundo de los llamados pueblos indígenas,
que viven un tiempo lento y circular, ajeno a la aceleración paroxística del
capitalismo.
Llegados a este punto, pienso que ya tenemos algunos
elementos para tratar de contestar a la premisa que da título al texto: ¿Es
incorrecta la comprensión capitalista del tiempo? Y para empezar a desbrozarla
debemos aclarar qué queremos decir con incorrecta.
Cuando hablamos de una comprensión incorrecta nos
referimos en primer lugar a que es inabarcable para la vida, es decir para los
procesos biológicos que son la base primera de la propia humanidad. Nuestro reloj biológico no marca el mismo
compás temporal que el ritmo vertiginoso al que nos fuerza el capitalismo. Por ejemplo, los sistemas de producción capitalistas
de turnos en la fábrica rompen con una
división temporal firmemente impresa en la propia condición humana también a
nivel biológico: el día y la noche. Ni siquiera los siervos medievales hubieran
aceptado trabajar de noche. Se podía trabajar de sol a sol pero jamás de noche;
la noche estaba exenta del trabajo, era más bien el espacio para el descanso o
para las actividades consideradas ilícitas. Obviamente, el descubrimiento de la
luz eléctrica posibilita también el trabajo nocturno; pero, como saben muy bien
las personas que lo sufren, ello no elimina los perjuicios psicológicos que les
ocasiona.
El aumento de las neurosis, la ansiedad, el estrés, y las
llamadas enfermedades sociales, también está muy ligado al ritmo a-biológico
que impone el capitalismo. En este sentido, podríamos hablar de una sociedad aquejada de nerviosidad, donde el
tradicional “Baile de San Vito” se generaliza al conjunto de las relaciones
humanas.
Avanzando un paso más, sabemos desde hace mucho que el ser
humano es un ser social. Es decir, que la condición humana se explica sobre
todo por establecer una red de relaciones sociales complejas. Si bien los
ritmos humanos a nivel individual están condicionados por los procesos
biológicos que los sustentan, si
hablamos de sociedades humanas podríamos decir que esa red compleja que las
constituye sí es capaz de trascender de alguna manera esas limitaciones
biológicas. Sin embargo, en mi opinión, esa transcendencia no debe suponer ir en contra de los ritmos
biológicos sino más bien de armonizarlos con los constructos sociales. Sin
perjudicar a las células individuales, las personas, que son a fin de cuentas los
nudos de esa red de la que hablábamos; y que en último término constituye lo
que conocemos como humanidad.
Descubrimos entonces una segunda forma de incomprensión
temporal del capitalismo. Algo que
podríamos denominar como una
incomprensión social del tiempo. O una
incomprensión del tiempo social. Me refiero a que el capitalismo desconoce el
largo plazo. El sistema de mercado,
el capitalismo, actúa sobre todo en el corto plazo; es incapaz de planificar la
economía y la sociedad. En ese sentido
podríamos decir que el capitalismo es puro presente, pues borra el pasado de la
memoria colectiva (recordemos la idea del fin de la historia, memorias
artificiales tipo Google; circulación de informaciones fuera de contexto, sin
pasado, sin historia) y sólo concibe el futuro como un almacén de recursos para
satisfacer su insaciable ansia de beneficios presentes. Esto y no otra cosa
es lo que supone la economía basada en el crédito, que ha llevado al colapso al sistema
financiero global. Es decir, se establecen unas perspectivas económicas de
futuro que poco tiene que ver con un análisis mínimamente racional, y que se
adecua en cambio de forma torticera a los intereses del presente más inmediato.
En muchas ciudades, se inicia una actividad constructiva
de viviendas totalmente desmesurada, presuponiendo un aumento de la población
fuera de toda previsión razonable. Para ello se utilizan análisis pseudo
sociológicos, que lejos de tratar de analizar con honradez científica las
tendencias demográficas, son única y exclusivamente excusas y justificaciones
de esa actividad constructiva presente; y de los beneficios a corto plazo que
reporta a quienes pagan los análisis.
Lo mismo sucede con las previsiones de los recursos naturales, sobre
todo los combustibles fósiles, y la idea
de “Panacea” energética que nos venden los adalides del capitalismo: un gran
descubrimiento que llegará algún día y salvará al mundo de la ruina (que
recupera la acepción medieval de la
palabra panacea, es decir convertir el plomo el oro, y nos devuelve a la
alquimia; algo parecido sucede también con las promesas de eterna juventud del
sistema industrial medico-farmacéutico)
En suma, el sistema de mercado es incapaz de interrelacionar las variables
mínimas para prever el futuro: Límites ecológicos, desarrollo psicosocial y
desarrollo tecnológico. Hacerlo está fuera de su lógica temporal, pues como
decíamos desconoce el pasado y el futuro; y sólo se mueve en base a intereses
inmediatos.
El resultado es que
el sistema de mercado, el capitalismo, nos condena a un ritmo de vida
progresivamente acelerado, basado en una concepción lineal del tiempo, que
deriva hasta un desconocimiento del pasado y el futuro. Ello conlleva, a nivel
individual, la proliferación de
“accidentes” (3) íntimos, patologías sociales… en el sentido que concibe Paul
Virilio(3) De la misma forma que la circulación progresivamente acelerada de
mercancías y personas en el espacio
conlleva los llamados accidentes de tráfico; y el desarrollo tecnológico
desbocado en busca de la panacea energética nos lleva a la destrucción del
propio ecosistema global, con el efecto invernadero; o la energía nuclear y su
reverso oscuro, el arma nuclear. Del
mismo modo, la revolución verde y el desarrollo de la biotecnología pueden
también entenderse como un desajuste temporal de los ciclos naturales, en aras
del beneficio a corto plazo, con lo que ello supone de empobrecimiento de la
tierra, y la disminución progresiva de la biodiversidad… Por ejemplo, las
recientes inundaciones en el sur de España, pueden entenderse como un desajuste
temporal entre el ritmo de las
precipitaciones y el ritmo de la
construcción.
Las crisis económicas pueden concebirse también como
“accidentes”. Por cierto que, como dice Carlos Verdaguer (4), el término
“accidentes geográficos”, para referirse a ríos, montañas... es sintomático de cómo se considera la naturaleza en el
sistema capitalista: como un accidente a superar, como un problema que
resolver… Accidentes, como decíamos, de un sistema
que necesita destruirse y reconstruirse continuamente de forma cada vez más
rápida, pero que es incapaz de evolucionar, de renacer en algo nuevo.
Esto es algo que entendieron muy bien los situacionistas,
sobre todo Debord (5), cuando hablan del capitalismo como una continua
repetición (trabajo, consumo, descanso, trabajo, consumo, descanso…) donde el
tiempo no transcurre, no existe el cambio. Ellos hablaban de una no vida, y de
recuperar el acontecimiento, crear acontecimientos que rompan ese no
transcurrir del tiempo del capitalismo. Por tanto, quizá una representación visual del tiempo capitalista más adecuada que
la línea recta sea entonces una espiral que gira sobre si misma cada vez a mayor
velocidad. Un círculo vicioso. Cuando hablamos de un sistema incapaz de
renacer, nos referimos tanto a la acepción andina de renacimiento (Pachakuty)
como a su acepción clásica referida al renacimiento italiano. En ambas se
produce una mirada hacia el pasado y un impulso -un cambio cualitativo- hacia
el futuro.
En el capitalismo las crisis cíclicas (cada vez más
frecuentes) contradicen la idea del
progreso continuo y lineal, que es una de las ideas fuerzas tanto del
capitalismo neoliberal como de su versión estatal: el capitalismo de Estado. Es
decir, que frente a una concepción ideal - firmemente impresa en el imaginario
capitalista- de progreso lineal ad infinitum, un análisis crítico del sistema
nos lleva a la conclusión de que, paradójicamente, el capitalismo es un sistema
inmóvil, incapaz de renacer en algo cualitativamente distinto.
Tal vez, la solución
a esta paradoja sea precisamente nuestra profunda incomprensión del transcurso
del tiempo, a
distintos ritmos, a distintas profundidades, de adelante atrás y de atrás
adelante, de la que habla la cosmovisión temporal andina.
Tal vez, sólo una
relación equilibrada entre humanidad y naturaleza pueda evitar, o por lo menos
sortear, demorar lo más posible, la entropía; es decir la tendencia al caos de
todo sistema energético complejo. En términos humanos, la condena a repetir una
y otra vez los mismos errores. Avanzando hacia nuevos sistemas donde la conciencia
empática global se desarrolle en equilibrio con las fuerzas naturales. Algo en
todo caso radicalmente diferente, cualitativamente diferente, de un sistema que,
como hemos visto, desconoce de forma profunda el tiempo en su transcurrir
complejo.
Tal vez sea
necesario, puede que urgente, dejar de competir en esa carrera alocada contra
la muerte individual para conseguir evitar la destrucción de las mismas bases
de la existencia humana.
Tal vez no sea
necesario consumir el tiempo, como si fuera una mercancía más (pues a fin de
cuentas eso es lo que hace el capitalismo, convertir el tiempo en mercancía)
sino vivirlo conscientes de su finitud y fragilidad; pero también gozarlo -que
es lo contrario de consumirlo- en la complejidad de su maravilloso transcurrir,
gozarlo en común con los demás seres, especialmente nuestro pares humanos y en
equilibrio con su sustento biológico. Esa es la última lección que nos dejó el
maestro Ramón Fernández Durán (6), que la muerte es una parte indisoluble de la
vida, que tenemos que aprender (o reaprender, pues muchos pueblos mal llamados
primitivos saben de esto más que nosotros) a vivir la muerte sin remilgos.
(1)
Karl
Polanyi; La gran transformación.
(2)
Max
Weber; La ética protestante y el origen del capitalismo.
(3)
Paul
Virilio; La bomba informática.
(4)
Carlos
Verdaguer; Conferencia Eraztunez Eraztun.
(5)
Guy
Debord; La sociedad del espectáculo.
(6) Ramón Fernández Duran, La explosión del desorden.
(6) Ramón Fernández Duran, La explosión del desorden.
Juan Ibarrondo (Gasteiz, octubre 2012)