domingo, 7 de octubre de 2012

EL CAPITALISMO ENTENDIDO COMO UNA INCORRECTA COMPRENSIÓN DEL TIEMPO.


Se ha escrito mucho sobre los orígenes y causas del sistema que Carlos Marx definió como capitalismo. En las últimas décadas, con el auge de conceptos procedentes de la ecología social, apareció el término turbo-capitalismo,  que venía a explicar que en el sistema capitalista: por su propio desarrollo, por la aplicación de las nuevas tecnologías de la comunicación al sector financiero, por el aumento de la velocidad del  transporte basado en los combustibles fósiles… se producía una aceleración cada vez mayor en los flujos de mercancías físicas o virtuales. Es decir, que el capitalismo se desbocaba de forma creciente, resultando cada vez más inabarcable para la escala humana; y también más frágil y proclive a sufrir crisis cada vez más frecuentes y globales.
El fenómeno de la llamada globalización implicaba también, además de un ensanchamiento del espacio capitalista, un estrechamiento del tiempo, un fenómeno que en Retazos de La Red, describía como todo en todas partes y al mismo tiempo.

La pregunta que me surgió entonces fue si este proceso es algo nuevo, algo que surge a finales del siglo XX, o más bien es una característica inherente del sistema capitalista desde sus orígenes,  que simplemente se ha acentuado con el desarrollo tecnológico. Desde luego, la respuesta a esta pregunta excede las posibilidades de este pequeño ensayo, por lo que solamente esbozaré unas pinceladas que puedan contribuir a concretarla.
Obviamente, deberemos comenzar por tratar de entender esos dos conceptos, nada simples, que son el tiempo y el capitalismo, para luego tratar de relacionarlos. Primero debemos entender que el sistema de mercado (la oferta y la demanda como motor de la historia) es un acontecimiento muy reciente. Como escribe Karl Polanyi (1) el sistema de mercado es relativamente reciente (Algunos lo sitúan en el siglo XVII con la primera bolsa de valores en Ámsterdam, o incluso más tarde con la revolución industrial inglesa) En la antigüedad, en la edad media, e incluso en la época moderna (mercantilismo) existen otras formas dominantes de economía. Sólo mas tarde, el sistema de mercado se extiende por el espacio (colonialismo, imperialismo y globalización), se interna en nuestra cotidianidad y acaba por colonizar el tiempo.
Tal vez podamos entender el capitalismo más allá de su definición clásica basada en los conceptos de mercancía y  plusvalía, conceptos que sin duda sigue siendo válidos para entenderlo. Es decir, examinarlo en su aspecto temporal. No descubro nada nuevo al decir que el capitalismo no hubiera sido posible sin una forma más exacta de medir el tiempo, con la aparición y desarrollo del reloj, que permitía sistematizar la producción en franjas horarias cada vez más precisas; un proceso que se aceleró con la tecnología digital. La cadena de producción que sustituyó al trabajo artesanal también implicó una disminución del tiempo destinado a la construcción de objetos.
En el terreno de la representación de la realidad la aparición del cine y la tecnología audiovisual es otro avance hacia una representación de las cosas cada vez más vertiginosa. En las primeras películas la realidad se representaba así: un hombre, baja de un coche, sale a la calle, recorre la acera, entra en un portal, sube las escaleras, llama a la puerta, le abren… una película actual, en cambio, pasa directamente del coche al interior del piso donde se desarrolla la acción principal; es decir, de alguna manera a través del uso de la elipsis se devora el tiempo real. Esto no tiene porqué estar mal en una película, pero si sucede en la realidad vivimos una vida demediada; nos perdemos el camino en un viaje, en una relación el proceso de seducción…
Disponemos por tanto de la intuición de que una de las claves del capitalismo, la consecución del mayor beneficio en el menor tiempo posible, implica de hecho la aceleración de la manera en que percibimos y medimos el tiempo.
¿Y el tiempo? Más allá del debate filosófico, o físico-matemático, sobre qué es en realidad el tiempo; parece evidente que en las sociedades tradicionales la percepción de tiempo responde a una geometría circular, o cíclica, y que sólo con el desarrollo del capitalismo y la generalización de la economía de mercado, se impone una idea lineal del tiempo. Pero también del campo de la ciencia sacamos los profanos la conclusión de que tiempo y espacio están íntimamente relacionados, y ambos a su vez con el concepto de velocidad. No entraré en ello, aunque sería de gran interés si se pudieran aplicar  las nuevas teorías sobre el espacio-tiempo al terreno de las ciencias sociales. Algo que no tengo del todo claro, pues separan a ambos ámbitos abismales diferencias de escala, que nos pueden llevar a mezclar conceptos de forma inadecuada, como hacen ciertas teorías “new age”. El efecto mariposa, o la teoría del caos, pueden valer para explicar  la teoría conspirativa de la historia, pero también para desarrollar la idea de anarco-capitalismo; es decir que lo mismo vale para un roto que para un descosido. Lo mismo sucede con la idea de que una partícula subatómica puede estar en dos sitios a la vez, que si la aplicamos a escala macro, humana, puede dar lugar a teorías de lo más peregrinas.
En todo caso, parece claro que la idea lineal del tiempo implica un principio y un final, mientras que la idea circular se basa más bien en el principio del renacer. Sobre este último, me gusta repetir la concepción andina del tiempo que se representa como una fuerza representada por una piedra que es arrojada a un estanque con mayor o menor fuerza (algo que es interesante, porque incluye la acción humana y nos alejamos de una concepción del tiempo ajeno, eterno, metafísico…) y provoca ondas circulares y concéntricas que se desplazan a distintas profundidades, arriba y abajo, adelante, atrás; a distintas velocidades (lo que explica la diversidad cambiante del mundo)
Mi interpretación sobre esta concepción es que entre una y otra onda se produce el renacimiento (el Pachakuty) es decir un cambio cualitativo que viene producido por una mirada al pasado y un salto al futuro.
El poeta Kirmen Uribe me explicaba en una entrevista en Ondarroa que la concepción del tiempo de las sociedades apegadas a la tierra se parece menos a la idea de un río que fluye hasta el mar; y se parece más a las corrientes submarinas que fluyen en direcciones y a profundidades distintas, adelante y atrás.
Sin embargo, resulta difícil al occidental desprenderse de la visión lineal del tiempo y la vida,  puesto que está basada en el gran y terrible descubrimiento que da origen a la humanidad: la muerte. Pues la conciencia de ser implica también la idea de finitud, de dejar de ser. En todo caso, no deja de ser cierto que para muchas culturas humanas la muerte no significa un final sino un renacer, un volver a ser de otro modo. De forma que la aceptación de la muerte no implica necesariamente esa idea lineal del tiempo, propia de las sociedades “modernas”.

¿Es entonces la idea lineal del tiempo una característica humana o más bien es sencillamente la manera en que en el capitalismo medimos el transcurso de las cosas? Y más aún, ¿el concepto de progresiva aceleración, que como hemos visto caracteriza al capitalismo tardío, supone en realidad una carrera contra la muerte?
Esta última idea se puede aplicar también en el ámbito del espacio. Suponemos (paradójicamente, pues es algo que va en contra de la lógica clásica de la modernidad -previa al relativismo y la teoría de la indeterminación- que separa espacio y tiempo de forma clara) que cuanto más espacio recorramos de más tiempo dispondremos. Algo que se ve muy bien si estudiamos el fenómeno del turismo como una carrera a través del espacio en el menor tiempo posible, al igual que la economía del beneficio rápido. La expresiones “Vivir a tope” o “Vive rápido” “Cómete al mundo” son significativas en ese sentido. De alguna forma podemos decir que en sistema capitalista el tiempo se consume como una mercancía más.
Podríamos deducir entonces que, en las sociedades capitalistas, la idea del tiempo no se basa en ese descubrimiento primordial de la muerte que inaugura la propia condición humana; sino en su negación neurótica, en la no aceptación de la muerte como algo consustancial a la vida. Entenderíamos entonces el capitalismo como una carrera imposible de ganar contra la muerte.
Los constructores calvinistas de relojes, serían en ese sentido (siguiendo la idea de Max Weber sobre el origen del capitalismo y la ética protestante) (2) los prototipos más claros del origen del capitalismo, por lo menos desde el punto de vista que esbozamos en este ensayo. La idea de aprovechar el tiempo, y por ende del trabajo como valor supremo, propios de la ética calvinista: ¿No implican también una determinada concepción del tiempo y el espacio?  La salvación vendrá determinada, según esta concepción, por el aprovechamiento del tiempo a través del trabajo constante. Sólo los que aprovechan el tiempo tendrán las puertas abiertas del cielo como decía el fundador del Opus Dei. Porque para ellos aprovechar el tiempo supone producir lo más posible en el menor tiempo posible. Tal vez, la idea clásica del mayor beneficio en el menor tiempo posible deriva de esta premisa primitiva. Una premisa que se va pervirtiendo progresivamente, pues se pierden sus razones  religiosas, y hasta prácticas (en el sentido de producir para vivir mejor) llegándose al absurdo de producir nocividad (es decir, producir para vivir peor) o productos de obsolescencia programada, con la consiguiente destrucción de los ecosistemas, y el  derroche de los recursos; especialmente los combustibles fósiles, que son claves para mantener la aceleración progresiva del capitalismo.
Resulta también interesante para el propósito de este ensayo, darse cuenta de que las sociedades con una concepción circular o cíclica del tiempo son normalmente más refractarias al desarrollo de tipo capitalista, que las que han asumido una lógica lineal, progresiva (de progreso) y  acelerada del tiempo. Aún en estos tiempos globales existe un afuera -más grande de lo que a veces suponemos- que vive al margen del capitalismo (Azonía) Es el mundo de los llamados pueblos indígenas, que viven un tiempo lento y circular, ajeno a la aceleración paroxística del capitalismo.

Llegados a este punto, pienso que ya tenemos algunos elementos para tratar de contestar a la premisa que da título al texto: ¿Es incorrecta la comprensión capitalista del tiempo? Y para empezar a desbrozarla debemos aclarar qué queremos decir con incorrecta.  
Cuando hablamos de una comprensión incorrecta nos referimos en primer lugar a que es inabarcable para la vida, es decir para los procesos biológicos que son la base primera de la propia humanidad. Nuestro reloj biológico no marca el mismo compás temporal que el ritmo vertiginoso al que nos fuerza el capitalismo.   Por ejemplo, los sistemas de producción capitalistas de turnos  en la fábrica rompen con una división temporal firmemente impresa en la propia condición humana también a nivel biológico: el día y la noche. Ni siquiera los siervos medievales hubieran aceptado trabajar de noche. Se podía trabajar de sol a sol pero jamás de noche; la noche estaba exenta del trabajo, era más bien el espacio para el descanso o para las actividades consideradas ilícitas. Obviamente, el descubrimiento de la luz eléctrica posibilita también el trabajo nocturno; pero, como saben muy bien las personas que lo sufren, ello no elimina los perjuicios psicológicos que les ocasiona.  
El aumento de las neurosis, la ansiedad, el estrés, y las llamadas enfermedades sociales, también está muy ligado al ritmo a-biológico que impone el capitalismo. En este sentido, podríamos hablar de una sociedad aquejada de nerviosidad, donde el tradicional “Baile de San Vito” se generaliza al conjunto de las relaciones humanas.   
Avanzando un paso más, sabemos desde hace mucho que el ser humano es un ser social. Es decir, que la condición humana se explica sobre todo por establecer una red de relaciones sociales complejas. Si bien los ritmos humanos a nivel individual están condicionados por los procesos biológicos que los sustentan, si hablamos de sociedades humanas podríamos decir que esa red compleja que las constituye sí es capaz de trascender de alguna manera esas limitaciones biológicas. Sin embargo, en mi opinión, esa transcendencia no debe suponer ir en contra de los ritmos biológicos sino más bien de armonizarlos con los constructos sociales. Sin perjudicar a las células individuales, las personas, que son a fin de cuentas los nudos de esa red de la que hablábamos; y que en último término constituye lo que conocemos como humanidad.
Descubrimos entonces una segunda forma de incomprensión temporal del capitalismo. Algo que podríamos denominar como  una incomprensión social del tiempo.  O una incomprensión del tiempo social. Me refiero a que el capitalismo desconoce el largo plazo.  El sistema de mercado, el capitalismo, actúa sobre todo en el corto plazo; es incapaz de planificar la economía y la sociedad. En ese sentido podríamos decir que el capitalismo es puro presente, pues borra el pasado de la memoria colectiva (recordemos la idea del fin de la historia, memorias artificiales tipo Google; circulación de informaciones fuera de contexto, sin pasado, sin historia) y sólo concibe el futuro como un almacén de recursos para satisfacer su insaciable ansia de beneficios presentes. Esto y no otra cosa es lo que supone la economía basada en el  crédito, que ha llevado al colapso al sistema financiero global. Es decir, se establecen unas perspectivas económicas de futuro que poco tiene que ver con un análisis mínimamente racional, y que se adecua en cambio de forma torticera a los intereses del presente más inmediato.
En muchas ciudades, se inicia una actividad constructiva de viviendas totalmente desmesurada, presuponiendo un aumento de la población fuera de toda previsión razonable. Para ello se utilizan análisis pseudo sociológicos, que lejos de tratar de analizar con honradez científica las tendencias demográficas, son única y exclusivamente excusas y justificaciones de esa actividad constructiva presente; y de los beneficios a corto plazo que reporta a quienes pagan los análisis.   Lo mismo sucede con las previsiones de los recursos naturales, sobre todo los combustibles fósiles, y  la idea de “Panacea” energética que nos venden los adalides del capitalismo: un gran descubrimiento que llegará algún día y salvará al mundo de la ruina (que recupera la  acepción medieval de la palabra panacea, es decir convertir el plomo el oro, y nos devuelve a la alquimia; algo parecido sucede también con las promesas de eterna juventud del sistema industrial medico-farmacéutico)   
En suma, el sistema de mercado es incapaz de interrelacionar las variables mínimas para prever el futuro: Límites ecológicos, desarrollo psicosocial y desarrollo tecnológico. Hacerlo está fuera de su lógica temporal, pues como decíamos desconoce el pasado y el futuro; y sólo se mueve en base a intereses inmediatos.  
El resultado es que el sistema de mercado, el capitalismo, nos condena a un ritmo de vida progresivamente acelerado, basado en una concepción lineal del tiempo, que deriva hasta un desconocimiento del pasado y el futuro. Ello conlleva, a nivel individual,  la proliferación de “accidentes” (3) íntimos, patologías sociales… en el sentido que concibe Paul Virilio(3) De la misma forma que la circulación progresivamente acelerada de mercancías  y personas en el espacio conlleva los llamados accidentes de tráfico; y el desarrollo tecnológico desbocado en busca de la panacea energética nos lleva a la destrucción del propio ecosistema global, con el efecto invernadero; o la energía nuclear y su reverso oscuro, el arma nuclear.  Del mismo modo, la revolución verde y el desarrollo de la biotecnología pueden también entenderse como un desajuste temporal de los ciclos naturales, en aras del beneficio a corto plazo, con lo que ello supone de empobrecimiento de la tierra, y la disminución progresiva de la biodiversidad… Por ejemplo, las recientes inundaciones en el sur de España, pueden entenderse como un desajuste temporal entre el  ritmo de las precipitaciones y el  ritmo de la construcción.
Las crisis económicas pueden concebirse también como “accidentes”. Por cierto que, como dice Carlos Verdaguer (4), el término “accidentes geográficos”, para referirse a ríos, montañas... es sintomático de cómo se considera la naturaleza en el sistema capitalista: como un accidente a superar, como un problema que resolver… Accidentes, como decíamos, de un sistema que necesita destruirse y reconstruirse continuamente de forma cada vez más rápida, pero que es incapaz de evolucionar, de renacer en algo nuevo.
Esto es algo que entendieron muy bien los situacionistas, sobre todo Debord (5), cuando hablan del capitalismo como una continua repetición (trabajo, consumo, descanso, trabajo, consumo, descanso…) donde el tiempo no transcurre, no existe el cambio. Ellos hablaban de una no vida, y de recuperar el acontecimiento, crear acontecimientos que rompan ese no transcurrir del tiempo del capitalismo. Por tanto, quizá una representación visual del tiempo capitalista más adecuada que la línea recta sea entonces una espiral que gira sobre si misma cada vez a mayor velocidad. Un círculo vicioso. Cuando hablamos de un sistema incapaz de renacer, nos referimos tanto a la acepción andina de renacimiento (Pachakuty) como a su acepción clásica referida al renacimiento italiano. En ambas se produce una mirada hacia el pasado y un impulso -un cambio cualitativo- hacia el futuro. 
En el capitalismo las crisis cíclicas (cada vez más frecuentes)  contradicen la idea del progreso continuo y lineal, que es una de las ideas fuerzas tanto del capitalismo neoliberal como de su versión estatal: el capitalismo de Estado. Es decir, que frente a una concepción ideal - firmemente impresa en el imaginario capitalista- de progreso lineal ad infinitum, un análisis crítico del sistema nos lleva a la conclusión de que, paradójicamente, el capitalismo es un sistema inmóvil, incapaz de renacer en algo cualitativamente distinto.  
Tal vez, la solución a esta paradoja sea precisamente nuestra profunda incomprensión del transcurso del tiempo, a distintos ritmos, a distintas profundidades, de adelante atrás y de atrás adelante, de la que habla la cosmovisión temporal andina.
Tal vez, sólo una relación equilibrada entre humanidad y naturaleza pueda evitar, o por lo menos sortear, demorar lo más posible, la entropía; es decir la tendencia al caos de todo sistema energético complejo. En términos humanos, la condena a repetir una y otra vez los mismos errores. Avanzando hacia nuevos sistemas donde la conciencia empática global se desarrolle en equilibrio con las fuerzas naturales. Algo en todo caso radicalmente diferente, cualitativamente diferente, de un sistema que, como hemos visto, desconoce de forma profunda el tiempo en su transcurrir complejo.
Tal vez sea necesario, puede que urgente, dejar de competir en esa carrera alocada contra la muerte individual para conseguir evitar la destrucción de las mismas bases de la existencia humana.
Tal vez no sea necesario consumir el tiempo, como si fuera una mercancía más (pues a fin de cuentas eso es lo que hace el capitalismo, convertir el tiempo en mercancía) sino vivirlo conscientes de su finitud y fragilidad; pero también gozarlo -que es lo contrario de consumirlo- en la complejidad de su maravilloso transcurrir, gozarlo en común con los demás seres, especialmente nuestro pares humanos y en equilibrio con su sustento biológico. Esa es la última lección que nos dejó el maestro Ramón Fernández Durán (6), que la muerte es una parte indisoluble de la vida, que tenemos que aprender (o reaprender, pues muchos pueblos mal llamados primitivos saben de esto más que nosotros) a vivir la muerte sin remilgos.

(1)         Karl Polanyi; La gran transformación.
(2)         Max Weber; La ética protestante y el origen del capitalismo.
(3)         Paul Virilio; La bomba informática.
(4)         Carlos Verdaguer; Conferencia Eraztunez Eraztun.
(5)         Guy Debord; La sociedad del espectáculo.
(6)         Ramón Fernández Duran, La explosión del desorden.  

Juan Ibarrondo (Gasteiz, octubre 2012)