Un amigo berlinés me decía que “los recortes” los habían sufrido
ellos hace tiempo y que de las protestas que suscitaron no quedaba nada. Desde
luego que la situación de Alemania y el Estado español es muy distinta. Sin
embargo, lo que me inquietó de su comentario es que la gente se acabó
acostumbrando, tragó con unas medidas que en un principio suscitaron una gran
disconformidad. De tanto escuchar términos económicos y leer teorías diversas,
a veces nos olvidamos del fondo de la cuestión. Algo
en lo que están de acuerdo los mercaderes, financieros o no, que dirigen la UE:
los trabajadores de la UE deben trabajar más por
menos; y además estar firmemente atados al empleo precario por la falta
de ayudas y servicios sociales.
Las peleas de salón que escenifican las diferentes facciones
europeas de poder político y económico –representadas hasta la saciedad por los
medios– no deberían hacernos olvidar ese consenso general. Es cierto que del
torbellino de esas peleas salpican consecuencias nefastas para la población y
que además no salpican a todos por igual. Pero en la situación actual no se
trata tanto de rivalidades entre alemanes, españoles, franceses, griegos o
vascos, sino de una ofensiva conjunta contra los derechos de
los trabajadores para maximizar beneficios y poder competir con empresas de
otros Estados –fuera de la UE o en sus márgenes– profundamente
precarizados desde hace tiempo.
Sin embargo, esta reflexión tampoco nos puede llevar a deducir que
sólo y exclusivamente una lucha global europea podría detener esta ofensiva,
pues tal razonamiento obvia las diferentes situaciones en los distintos países y
pueblos de Europa, y nos conduce a la parálisis en espera de la “lucha final”
unitaria. De la misma forma, tampoco en el seno del Estado español la situación
es uniforme y es lógico, por tanto, que se planteen diferencias en la
resistencia. Aunque tengan fines similares y un enemigo común, son distintas las
claves y las herramientas de lucha. Las protestas del 15My las distintas
“mareas” sectoriales, con su posible reedición –o incluso intensificación– este
otoño; la lucha de los jornaleros andaluces; la irrupción de Bildu; la lucha de
los mineros, etc., son el reflejo de fuerzas sociales disconformes, con sus
potencialidades, diferencias y contradicciones internas.
La actual situación provoca ya visibles
consecuencias en dos ámbitos. Se pone en cuestión, por un lado, la alternancia
parlamentaria y el sistema neoliberal; y por otro, es la propia estructura
territorial del Estado español la que parece estar en peligro de
ruptura. Sobre esto último, en mi opinión, poco deberían temer los
trabajadores españoles de un posible desgajamiento del Estado. Esa preocupación
se la dejamos a quienes se benefician de la unidad forzosa del Estado español.
Si Cataluña, o el País Vasco, optaran por la secesión,
seguramente ello ni mejoraría ni empeoraría las condiciones de vida de los
españoles. Desde luego, tampoco necesariamente las de los vascos y
catalanes. Todo dependerá de qué dirección tomen los nuevos Estados –de
haberlos– en políticas sociales y económicas; y ello vendrá determinado, por lo
menos en parte, por la articulación y potencia de la sociedad disconforme en los
distintos marcos políticos. Es cierto que la aparición de lo nuevo suele
acarrear una ilusión colectiva, que si se encauza de forma adecuada puede ser un
acicate para el cambio social; aunque tampoco es descartable que esa ilusión se
acabe diluyendo en un “más de lo mismo”.
Así las cosas, ¿qué nos deparará este próximo otoño? Poco podemos esperar de los partidos y sindicatos de la izquierda
tradicional española ni de su foro social. No hicieron nada cuando
pudieron para oponerse a los poderes económicos, y no es previsible que lo hagan
ahora. Por su parte, lo que queda de la izquierda española está profundamente
desgajado, y lo que es más grave, sin una conexión firme con su base social.
Tal vez una intensificación de las protestas este otoño, con
algunos actos previstos como el “cerco” del Congreso del 25S, puedan ayudar a
consolidar una alternativa política fuerte. Decidir si esa alternativa puede
convertirse en electoral es un debate posterior, pues la experiencia nos muestra
que, sin dinero ni medios de comunicación propios, sólo un movimiento social
fuerte y bien articulado puede permear sus ideas al conjunto de la sociedad con
consecuencias electorales relevantes.
Elecciones autonómicas
Este otoño nos traerá, además, dos elecciones autonómicas. En
Galicia, donde el voto de castigo al PP puede hacer inclinarse la balanza hacia
el PSOE o BNG, con la consecuencia positiva del desgaste de la “derechona”
española. Pero no parece haber todavía en ese territorio una alternativa
consolidada al modelo social ni nacional. En la Comunidad Autónoma Vasca (CAV),
EH Bildu puede conseguir unos resultados históricos. La coalición cuenta con una
base social articulada importante y con una alternativa política, económica y
social clara, por lo menos sobre el papel: soberanía política, moratoria en
infraestructuras, reforma fiscal profunda, soberanía alimentaria, mantenimiento
del “Estado del bienestar”, etc. Sin embargo, parece difícil, salvo sorpresas de
última hora, que la coalición consiga llegar a Ajuria Enea, a causa de los
previsibles pactos de los partidos defensores del statu
quo.
Una de esas sorpresas puede ser la huelga general del 26 de
septiembre en la CAV, y también en Navarra, donde el Gobierno de UPN cada día
está más debilitado y no son descartables unas próximas elecciones. El éxito de
la huelga –que no respalda CC OO ni UGT– puede tener consecuencias electorales
positivas para EH BILDU, aunque también en este campo se abre todo un mundo de
contradicciones internas sobre qué priorizar en estos momentos.
Si la cuestión nacional es prioritaria podríamos ir –aunque sólo
en caso de victoria electoral contundente de la coalición soberanista– hacia un
pacto –o pactos– de EH Bildu con el PNV. Si se prioriza lo social tal vez veamos
un acercamiento de la coalición hacia el PSE y PSN, pues, aunque éstos hayan
descartado pactar con EH Bildu, de todos es conocida la capacidad camaleónica de
los “socialistas”. Tal vez la clave sea tener la inteligencia política necesaria
para complementar ambos ámbitos.
La cuestión de los presos, donde el PP sigue enrocado en el
inmovilismo, puede ser también un elemento importante con consecuencias
electorales. Aunque sería de desear que tanto este tema como el proceso de paz
en su conjunto quedaran al margen de contiendas electorales y concite los
consensos necesarios para su resolución. En cualquier caso, en todos los ámbitos
reseñados se abren posibilidades de cambio, posibilidades que no deberíamos
desaprovechar.
JUAN IBARRONDO / Escritor (Gasteiz)
DIAGONAL/MADRID. Viernes 21 de septiembre de 2012. Número 181