jueves, 4 de octubre de 2012

VIENTOS DE CAMBIO



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Un amigo berlinés me decía que “los recortes” los habían sufrido ellos hace tiempo y que de las protestas que suscitaron no quedaba nada. Desde luego que la situación de Alemania y el Estado español es muy distinta. Sin embargo, lo que me inquietó de su comentario es que la gente se acabó acostumbrando, tragó con unas medidas que en un principio suscitaron una gran disconformidad. De tanto escuchar términos económicos y leer teorías diversas, a veces nos olvidamos del fondo de la cuestión. Algo en lo que están de acuerdo los mercaderes, financieros o no, que dirigen la UE: los trabajadores de la UE deben trabajar más por menos; y además estar firmemente atados al empleo precario por la falta de ayudas y servicios sociales.

Las peleas de salón que escenifican las diferentes facciones europeas de poder político y económico –representadas hasta la saciedad por los medios– no deberían hacernos olvidar ese consenso general. Es cierto que del torbellino de esas peleas salpican consecuencias nefastas para la población y que además no salpican a todos por igual. Pero en la situación actual no se trata tanto de rivalidades entre alemanes, españoles, franceses, griegos o vascos, sino de una ofensiva conjunta contra los derechos de los trabajadores para maximizar beneficios y poder competir con empresas de otros Estados –fuera de la UE o en sus márgenes– profundamente precarizados desde hace tiempo.
Sin embargo, esta reflexión tampoco nos puede llevar a deducir que sólo y exclusivamente una lucha global europea podría detener esta ofensiva, pues tal razonamiento obvia las diferentes situaciones en los distintos países y pueblos de Europa, y nos conduce a la parálisis en espera de la “lucha final” unitaria. De la misma forma, tampoco en el seno del Estado español la situación es uniforme y es lógico, por tanto, que se planteen diferencias en la resistencia. Aunque tengan fines similares y un enemigo común, son distintas las claves y las herramientas de lucha. Las protestas del 15My las distintas “mareas” sectoriales, con su posible reedición –o incluso intensificación– este otoño; la lucha de los jornaleros andaluces; la irrupción de Bildu; la lucha de los mineros, etc., son el reflejo de fuerzas sociales disconformes, con sus potencialidades, diferencias y contradicciones internas.
La actual situación provoca ya visibles consecuencias en dos ámbitos. Se pone en cuestión, por un lado, la alternancia parlamentaria y el sistema neoliberal; y por otro, es la propia estructura territorial del Estado español la que parece estar en peligro de ruptura. Sobre esto último, en mi opinión, poco deberían temer los trabajadores españoles de un posible desgajamiento del Estado. Esa preocupación se la dejamos a quienes se benefician de la unidad forzosa del Estado español. Si Cataluña, o el País Vasco, optaran por la secesión, seguramente ello ni mejoraría ni empeoraría las condiciones de vida de los españoles. Desde luego, tampoco necesariamente las de los vascos y catalanes. Todo dependerá de qué dirección tomen los nuevos Estados –de haberlos– en políticas sociales y económicas; y ello vendrá determinado, por lo menos en parte, por la articulación y potencia de la sociedad disconforme en los distintos marcos políticos. Es cierto que la aparición de lo nuevo suele acarrear una ilusión colectiva, que si se encauza de forma adecuada puede ser un acicate para el cambio social; aunque tampoco es descartable que esa ilusión se acabe diluyendo en un “más de lo mismo”.
Así las cosas, ¿qué nos deparará este próximo otoño? Poco podemos esperar de los partidos y sindicatos de la izquierda tradicional española ni de su foro social. No hicieron nada cuando pudieron para oponerse a los poderes económicos, y no es previsible que lo hagan ahora. Por su parte, lo que queda de la izquierda española está profundamente desgajado, y lo que es más grave, sin una conexión firme con su base social.
Tal vez una intensificación de las protestas este otoño, con algunos actos previstos como el “cerco” del Congreso del 25S, puedan ayudar a consolidar una alternativa política fuerte. Decidir si esa alternativa puede convertirse en electoral es un debate posterior, pues la experiencia nos muestra que, sin dinero ni medios de comunicación propios, sólo un movimiento social fuerte y bien articulado puede permear sus ideas al conjunto de la sociedad con consecuencias electorales relevantes.
Elecciones autonómicas
Este otoño nos traerá, además, dos elecciones autonómicas. En Galicia, donde el voto de castigo al PP puede hacer inclinarse la balanza hacia el PSOE o BNG, con la consecuencia positiva del desgaste de la “derechona” española. Pero no parece haber todavía en ese territorio una alternativa consolidada al modelo social ni nacional. En la Comunidad Autónoma Vasca (CAV), EH Bildu puede conseguir unos resultados históricos. La coalición cuenta con una base social articulada importante y con una alternativa política, económica y social clara, por lo menos sobre el papel: soberanía política, moratoria en infraestructuras, reforma fiscal profunda, soberanía alimentaria, mantenimiento del “Estado del bienestar”, etc. Sin embargo, parece difícil, salvo sorpresas de última hora, que la coalición consiga llegar a Ajuria Enea, a causa de los previsibles pactos de los partidos defensores del statu quo.
Una de esas sorpresas puede ser la huelga general del 26 de septiembre en la CAV, y también en Navarra, donde el Gobierno de UPN cada día está más debilitado y no son descartables unas próximas elecciones. El éxito de la huelga –que no respalda CC OO ni UGT– puede tener consecuencias electorales positivas para EH BILDU, aunque también en este campo se abre todo un mundo de contradicciones internas sobre qué priorizar en estos momentos.
Si la cuestión nacional es prioritaria podríamos ir –aunque sólo en caso de victoria electoral contundente de la coalición soberanista– hacia un pacto –o pactos– de EH Bildu con el PNV. Si se prioriza lo social tal vez veamos un acercamiento de la coalición hacia el PSE y PSN, pues, aunque éstos hayan descartado pactar con EH Bildu, de todos es conocida la capacidad camaleónica de los “socialistas”. Tal vez la clave sea tener la inteligencia política necesaria para complementar ambos ámbitos.
La cuestión de los presos, donde el PP sigue enrocado en el inmovilismo, puede ser también un elemento importante con consecuencias electorales. Aunque sería de desear que tanto este tema como el proceso de paz en su conjunto quedaran al margen de contiendas electorales y concite los consensos necesarios para su resolución. En cualquier caso, en todos los ámbitos reseñados se abren posibilidades de cambio, posibilidades que no deberíamos desaprovechar.

JUAN IBARRONDO / Escritor (Gasteiz)
DIAGONAL/MADRID. Viernes 21 de septiembre de 2012.  Número 181