En
pocas horas, a ambos lados del estrecho de Gibraltar, el Estado español ha
mostrado su lado más oscuro, su núcleo duro, su justificación primera como
detentador del monopolio de la violencia.
La
imagen de la Guardia Civil lanzando pelotas de goma a los emigrantes que tratan
de llegar a Ceuta a nado, y la consecuente muerte por ahogamiento de ocho de
ellos, se mezcla con la del joven vasco aparecido muerto en su celda de la
cárcel de Cádiz.
En
ambos casos, las víctimas, se encontraban a cientos de kilómetros de su lugar
de origen, dispersados por la ley penitenciaria en un caso, y por las leyes
inmisericordes del mercado y el neocolonialismo en el otro.