El inspector Belin recorría las afueras de París en su
discreto automóvil Renault. A pesar de sus muchos años de servicio en la calle
se había perdido.
─Demasiado tiempo calentando sillas. ─Se dijo mientras
conectaba el GPS. Nunca le había gustado aquel chisme pero fue gracias a él que
finalmente encontró el lugar que buscaba.
Se trataba de una antigua casa de campo reformada como
mansión de lujo. Una excepción dentro de aquella zona, antaño rural, y ahora
ocupada por edificios de protección oficial, autovías y solares vacíos. La casa
disponía de un terreno vallado por una alta tapia, con una alambrada,
seguramente electrificada, en su parte superior. El portón enrejado que daba
acceso a la puerta estaba abierto, y en ese momento una lujosa limusina lo
atravesaba. El chofer mostró un pase a un tipo musculoso vestido de riguroso
traje oscuro y entró en el recinto. El inspector disponía de un pase como aquel.
El portador original del documento había sido arrestado por la policía
financiera cuando trataba de realizar una trasferencia multimillonaria a cierto
paraíso fiscal. El hecho en sí no hubiera tenido nada de particular si no fuera
porque había sido imposible determinar
su identidad. Sencillamente, para los completos archivos de la seguridad
francesa aquel hombre no existía. Además, mientras el inspector lo interrogaba,
el hombre esperaba un rato antes de contestar, como si consultara mentalmente
con alguien, y no fue posible sacar nada en claro de su declaración.
Definitivamente era algo muy raro. Fue en su traje donde encontraron la invitación
a una reunión en la casa frente a la que ahora se encontraba el inspector.
El pase falsificado ad
hoc para Belín no levantó sospechas y pudo acceder a la casa. Los largos pasillos
estaban decorados con pictogramas, donde
aparecían imágenes mitológicas del panteón egipcio. Tras ellos había una puerta
de madera noble, donde dos bajorrelieves tallados a mano representaban a los
llamados Dioscuros, Castor y Polux, los gemelos más famosos de la mitología griega.
Detras de la puerta había un gran salón. En él, sentados
alrededor de pequeñas mesas, había medio centenar de personas que escuchaban
atentas al orador. Se trataba de un hombre de mediana edad, que peroraba desde
un pequeño escenario. La decoración incluía grandes cortinas de terciopelo
escarlata que ocultaban amplios ventanales. Belín se sentó en un sitio libre y
escuchó.
─Los tiempos oscuros de la persecución están a punto de
terminar ─decía con voz profunda el orador─ En poco tiempo, nuestra antigua
estirpe logrará el lugar que merece. Los pares sagrados de hermanos y hermanas
que gobernaron durante milenios el más duradero imperio de la historia podrán
por fin descansar tranquilos en el más allá. Hoy, miles de años después,
gracias a la tecnología que hemos desarrollado, los descendientes de nuestros
ancestros Dioscuros pueden ya existir unidos, juntos, siempre…
Mientras escuchaba estas palabras, una mujer se sentó
sigilosa junto a el y lo miró de manera extraña. El le devolvió la mirada forzando
una sonrisa. Aquella mujer le recordaba a alguien, aunque en aquel momento no
pudo determinar a quien…
─Quienes habéis acudido hoy aquí, y vuestros pares que me
escuchan allá donde se encuentren, debéis estar preparados para los
acontecimientos que se avecinan. Hermanos de vientre y sangre, herederos del
sagrado incesto, estad alerta y actuar con firmeza cumpliendo nuestros votos.
La intervención fue respondida por una cerrada ovación,
las luces se encendieron y los asistentes fueron saliendo de la sala. La
mayoría eran parejas de gemelos aunque también había algunas personas solas. La mujer que se sentaba a su
lado se le quedó mirando y con una voz extrañamente masculina dijo: el
demediado tiene sus horas contadas. El inspector, sin saber que contestar,
inclinó la cabeza y le tendió la mano. Ella la estrecho y se levantó para irse.
Belin la miró tratando de recordar de qué conocía a aquella mujer.
Mientras conducía a toda velocidad de vuelta a su
despacho, trataba de reflexionar sobre lo que había presenciado. ¿Debía tomarse
en serio aquella jerigonza? Recordó que, a causa de las técnicas de
reproducción asistida, el número de gemelos había aumentado de forma
exponencial en los últimos años, pero aun así… En ese instante recibió una
llamada de la oficina. El detenido había aparecido muerto en el calabozo, al
parecer llevaba una píldora de cianuro escondida en una muela. De pronto se
acordó de qué le sonaba su compañera de mesa en la reunión. Fue la voz lo que
recordó en primer lugar. No le cabía ninguna duda, aquella voz era la del
sospechoso que acababa de morir y aquella mujer era una copia femenina del
difunto… ¿Era posible que ambos estuvieran en contacto?.. Que de alguna forma él
hablara por la boca de ella… ¿Quizá algún tipo de implante cerebral?.. Fue
entonces cuando notó que el pedal del freno no funcionaba y vio acercarse vertiginosamente el pretil de la autopista. Juan Ibarrondo