martes, 14 de mayo de 2013

Las codornices no vuelan


Texto Juan Ibarrondo
Ilustración Marta Gil



Como todas las gallináceas, las codornices son aves no voladoras. Cierto es que son capaces de revolotear unos metros, pero por lo demás son animales terrestres. A pesar de ello, son aves migratorias, que todos los años emprenden un largo viaje desde las sabanas africanas hasta los campos cerealistas de Europa, donde anidan y son presa de los aficionados a  la caza menor.
Saber cómo consiguen semejante prodigio, ha sido y es causa de asombro para especialistas y amantes de la naturaleza. No es para menos, pues no se trata de un desplazamiento de unos pocos kilómetros; estamos hablando de cientos de kilómetros que las codornices recorren un año sí y otro también. Pero no es sólo eso lo que nos produce admiración. La pregunta que surge a cualquier persona inquieta es obvia: como se las arreglan para cruzar el estrecho de Gibraltar. Un pedazo de mar no demasiado extenso, es verdad, pero habitualmente sacudido por fuertes corrientes y vientos huracanados. Y precisamente ahí está la clave del asunto, pues las codornices son capaces de hacer de la necesidad virtud, y utilizar vientos y corrientes a su favor.
Cuando consideran que las condiciones son favorables se arrojan al mar sin miedo, porque las codornices -a pesar de la mala fama al respecto del conjunto de las gallináceas- son animales muy valientes. Elevan una de sus alas al viento del estrecho, a modo de vela, y utilizan la otra como timón submarino. Siguen así la corriente, hasta llegar a las playas de Cadiz, Huelva o Almería, donde se toman un merecido descanso al sol mientras secan sus plumas. A partir de ahí, caminan incasables: atravesando los campos donde les acechan las escopetas, jugándose la vida atravesando autopistas y líneas ferroviarias de alta velocidad… hasta que, por fin, encuentran un lugar donde poner sus huevos.
Realmente, son seres valientes estas aves; valientes, inteligentes y sabias. A pesar de los tópicos racistas y los prejuicios de  ignorantes atrevidos.    

viernes, 3 de mayo de 2013

Ruinas


Comentarios
sobre las ruinas. Monasterio de Pierola, primavera 2013.

Ciertas ruinas, se convierten -pese al tiempo- en algo más que un montón de cascotes desperdigados y comidos por la maleza.

Son lugares al margen de la entropía, donde no es la fuerza del hombre quien las reconstruye sino su mirada.

Ruinas tres veces miradas, con tres miradas distintas, en tres épocas diferentes.

Un viejo  las rehizo por primera vez con su nostalgia, recordando todavía cuando vibraban de vida, como él, cuando todavía el agua surcaba los canales hacia las termas.

Un joven pintor inquieto las reconstruyó más tarde a golpe de conocimiento nuevo, encontrado entre las zarzamoras y el musgo. Su mirada sustituyó entonces al hacha para desbrozar nuevas perspectivas.

La tercera vez fue un poeta, fascinado por la belleza de la hiedra enredada entre las viejas piedras, por cierto rayo de luna atravesando el techo derruido donde anidan las palomas.

Ahora, hay quien habla de convertirlas en parque temático; tal vez fuera posible, si no fuera porque la crisis arruinó la línea de crédito oficial.  

lunes, 29 de abril de 2013

DIVAGACIONES SOBRE UNA PRIMAVERA QUE NO LLEGA (2)



Dèjá vu en la sierra de Madrid.

En el horizonte, compitiendo en tamaño con la cruz del Valle de Los Caídos, se adivinan dos moles de cemento, cristal y acero. Desde mi posición, parecen más altas que las montañas que me rodean.

Pinos, encinas y sabinas rodean miles de adosados; junto a  mansiones -igual de feas- donde perros enormes ladran a los escasos viandantes: emigrantes congelados, que pasan deprisa, subiéndose las solapas con gesto protector.

La nieva baja de las cumbres traída por el viento, se acumula sobre automóviles de alta gama; los almendros desflorados  se blanquean como capitales fugitivos.  

El ferrocarril atraviesa la sierra: dejando chachas provistas de gorro y bufanda; recogiendo oficinistas con sueño y moquita colgando.

Un grupo de niños juega junto a las vías, entre hierros oxidados, piedras de colores, y una oveja churra que -ajena a todo-  pasta la hierba rala y marrón.

No se muy bien por qué, recuerdo un cuadro de Goya, ese terrible en que Saturno devora a uno de sus hijos.

Luego,  me veo a mí mismo en un momento de la niñez; recogiendo minerales con mi abuelo, junto a las vías de otro tren, uno más lento y amable. Sé perfectamente qué es lo que tengo que hacer.

Introduzco la mano en el bolsillo del pantalón y saco una moneda de euro. Me acerco a la vía ante la mirada curiosa de los niños, que me rodean expectantes.

De la oscuridad del túnel surge Saturno, el monstruo. Ruge como una locomotora y se acerca hacia donde estamos a gran velocidad.

Me agacho sobre la vía y coloco la moneda sobre uno de los raíles de metal. Me retiro justo a tiempo.  

El tren pasa en un suspiro, me acerco a la vía, recojo la moneda: aplanada, extensa, fuera de curso legal. Los niños me miran, se acercan…

Les entrego la moneda. Parece gustarles. Sonrío. Al menos con ésta no podrán comprar chuches, me digo aliviado.

La niebla -o tal vez sea el smog- cubre las torres gemelas, las hace desaparecer, al menos por un instante, quitándolas de mi vista.

martes, 23 de abril de 2013

DIVAGACIONES SOBRE UNA PRIMAVERA QUE NO LLEGA.



 

 Reflexiones sobre una ola. Playa de Laga, primavera del 2013.


El transcurrir del tiempo, a efectos del ser humano, se asemeja a una ola que, encabritada, rueda sobre sí misma adelante y atrás frente a la playa.

Bajo ella, el mar profundo es origen y sustento de su movimiento espumeante, la arena su destino. La ola, aún encrespada, es parte de ese mar; pero quiere escapar de él; busca el cielo, que llega a tocar con sus largos dedos blancos.

De la misma forma, nuestros recuerdos van y vienen al ritmo de nuestras vivencias; pues recordamos para vivir y para lo mismo olvidamos.

Las experiencias  son como peces voladores saliendo del océano: vegetal de algas y detritos, mineral lacrimoso, estrella de mar tentacular y ávida de plancton.

La ola las recoge en su girar constante y las eleva;  sólo para volver a sumergirlas enseguida en lo profundo, en el olvido; de donde afloran de nuevo transformadas  en caballitos de mar, anémonas y escualos.

Eso que llamamos consciencia de ser,   razón y memoria; sujeto orgulloso capaz de  nombrar las cosas -y hasta  a sí mismo- es como una línea de espuma blanca que derrama sus gotas al mundo. Con la esperanza de cambiarlo, renovada en cada embate.  





 Pensamientos sobre un árbol caído. Araia, primavera 2013.


Este invierno ha sido duro, abundante en nieves y desgracias. La intemperie abatió a quienes no tenían donde cobijarse; y los demás hemos oído, asustados, crujir las paredes de nuestras casas.

La inclemencia  ha dejado desparramado el mundo: ramas caídas en posturas imposibles, y grandes troncos   muertos entre la niebla; torrenteras imprevistas de agua y cieno; tierras removidas bajo nuestros pies de barro seco.

El invierno provocó terremotos acuosos, y lágrimas de cocodrilo; asfaltos levantados junto a  socavones y grietas en carreteras vacías;  aguas estancadas,  arenas movedizas y barros fríos que anegan los ánimos; sonidos de motosierras cortando ramas verdes; humo de camiones atascados en el fango.  

En cierto caserío, en cambio, se ha producido un prodigio. Algo inusual y digno de ser mirado, una maravilla.

El viejo sauce, tras la casa, no aguantó el peso de la nieve y se quebró cuan largo era. Un tocón anclado firme a la tierra, es todo lo que quedó tras el paso de las hachas.

A los pocos días, el sauce comenzó a llorar. Son lágrimas de savia, que caen gota a gota del muñón formando un charco en el suelo arenoso.

Una fina película acuosa, de savia transparente, ha cristalizado  de pronto recubriendo  la superficie cortada; protegiéndola del frío y los parásitos.

Todos los días, la dueña de la casa lanza una rápida ojeada al sauce llorón.

Aun mantiene la esperanza de que, en cualquier momento, cuando el árbol esté fuera de su mirada,  dos ramitas broten sobre el tocón y todo vuelva a ser como al principio.

Para que tanta savia nueva  no acabe convertida en fútiles lágrimas salinas,  secas sobre la arena.

Para que la tierra de sus frutos, y el invierno se convierta al fin en primavera.

Mientras tanto, siguen pasando los días.

Juan Ibarrondo. 22/04/13 








viernes, 19 de abril de 2013

BARUCH SPINOZA SOBRE LA PAZ, EL ESTADO Y LA CORRUPCIÓN

De un Estado cuyos súbditos tienen tanto miedo que no pueden levantarse en armas, no se debería decir que la paz reina en él, sino simplemente que no hay guerra. La paz en realidad no es ausencia de hostilidades, sino una virtud de la cual nace la fortaleza de ánimo (…) A veces también sucede que la paz de un Estado depende solamente de la apatía de sus súbditos, conducidos como si fueran ganado o ineptos. Un lugar de este tipo tendría que llamarse desierto en lugar de Estado”


“En otras palabras cuando decimos que el Estado mejor es aquel en que los hombres viven en concordia, me refiero no a una vida humana definida por la circulación de la sangre y las demás funciones comunes a todos los animales, sino, sobre todo, por la razón, ánimo y vida del espíritu”

“Mientras que un pueblo libre se guía por la esperanza más bien que por el miedo, el que está sometido se guía por el miedo más que por la esperanza”

“El contrato o leyes por las cuales la multitud delega su derecho a una asamblea o a un hombre, deben, sin duda alguna, romperse cuando el bienestar general reclame semejante infracción”

“(Los gobernantes) No pueden hacer el bufón, ni infringir o ignorar abiertamente las leyes de las cuales han sido ellos mismos autores. En ese caso no mantendrían la autoridad, pues no le es posible ser y no ser al mismo tiempo”

“Por último no podrán (los gobernantes) asesinar o robar  a sus súbditos, ni hacerse cómplices de crímenes tan graves, sin que el miedo se cambie en violencia. Y por consecuencia el estado político se transforme en estado de guerra”

Baruch Spinoza
“Tratado Político” (1670 DC)

viernes, 22 de marzo de 2013

ESTO NO ES UN ARTÍCULO DE OPINIÓN (Juan Ibarrondo, Andres Krakenberger, Bherta Gaztelumendi)


la Historia es interpretable. Sin embargo, cualquiera que trate de acercarse a ella con una mínima honradez científica, nos dirá que si bien es lícito interpretar los hechos históricos, no lo es en cambio tergiversarlos. Lo mismo pasa con el Derecho en general, con el Derecho Internacional de los Derechos Humanos y con lo que éste dispone para las personas reclusas o privadas de libertad.
Analicemos algunos de estos principios empezando por lo que dispone el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, de obligado cumplimiento por los Estados-parte del mismo, como es el caso del Estado español. Este tratado establece que "toda persona privada de libertad será tratada humanamente y con el respeto debido a la dignidad inherente al ser humano". También que "no se impondrá pena más grave que la aplicable en el momento de la comisión del delito". Más adelante, añade que "toda persona detenida o presa será llevada sin demora ante un juez (…) y tendrá derecho a ser juzgada dentro de un plazo razonable o a ser puesta en libertad".
Las Normas mínimas de Naciones Unidas para el tratamiento de los reclusos vienen enmarcadas por un principio general que proclama que "las reglas deben ser aplicadas imparcialmente" y "no se debe hacer diferencias de trato fundadas en prejuicios, principalmente de raza, color, sexo, lengua, religión, opinión política o cualquier otra opinión, de origen nacional o social, fortuna, nacimiento u otra situación cualquiera". Los Principios de Naciones Unidas para la protección de todas las personas sometidas a cualquier forma de detención o prisión estipulan que "el régimen penitenciario consistirá en un tratamiento cuya finalidad esencial será la reforma y la readaptación social de los penados".

lunes, 11 de marzo de 2013

POLÍTICOS Y PSIQUIATRAS


Hay veces que los argumentos vienen de la razón, otras  escribimos con el corazón, pero hay ocasiones en que son las tripas las que hablan. Escribimos desde la indignación, cuando en lo más profundo de nuestro ser hay algo que nos produce un desgarro, que provoca un grito de protesta. Algo así sentí el otro día cuando escuché las declaraciones del concejal de asuntos sociales de Bilbao, al referirse al trabajador bilbaíno, que horas antes había muerto tras  arrojarse por la ventana de su casa; justo en el momento en que iba a ser desalojado de su casa en alquiler.
Con toda la calma del mundo, el señor concejal recomendó a quienes sufren este tipo de situaciones que no se tiren por la ventana -que queda fatal para la marca Bilbao, le faltó decir- sino que pidan ayuda a los servicios de base municipales, que para eso están.