La actitud de los ciudadanos de Vitoria hacia los
habitantes de los pueblos de la provincia ha sido, tradicionalmente, una mezcla
de desconfianza y desprecio. Tanto es así que esta actitud ha llegado al
lenguaje común y la expresión: “no seas aldeano” es buena muestra de desprecio
hacia los campesinos. En cuanto a la desconfianza, ahí está el refrán popular
que reza “al aldeano y al gorrión, perdigón”. Sin embargo, las tornas están
cambiando.
Mientras el sector primario sufre un reflujo sin precedentes, la
percepción de los ciudadanos sobre los campesinos mejora sustancialmente;
paradojas de la vida. También los propios aldeanos están cambiando y, por
suerte, cada vez vemos más iniciativas -aunque todavía minoritarias- que señalan
un cambio en positivo de las prácticas
agrarias. Una de los motivos de este cambio es el relevo generacional, aunque
todavía a todas luces insuficiente, y la aparición de agricultores jóvenes con
ganas de reactivar el sector desde una perspectiva sostenible, tanto en lo
económico, como en lo social y medioambiental. Las cooperativas de autoconsumo
o los mercados locales, como -entre
otros- el que tiene lugar todos los primeros domingos de mes en Valdegobia, son
buen ejemplo de ello. También las buenas prácticas agrarias y ganaderas que
EHNE impulsa en la zona de Orduña, o el cada vez mayor auge que tienen los
huertos ecológicos urbanos en Gasteiz.
Iniciativas como estas, y el conjunto del sector,
necesitan como agua de mayo -tanta como la que ha caído de los cielos este año-
ayudas públicas, como, por ejemplo, la creación de un banco público de tierras.
En mi opinión, resultará más rentable inyectar dinero público a ese banco que a
los bancos al uso; pues como dice el proverbio indígena “cuando sea cortado el
último árbol, pescado el último pez, y desparecido el último río, el hombre
descubrirá que el dinero no se come”.