Cuentan, que, en la antigua Roma, las viejas murallas que
durante siglos habían defendido la ciudad amenazaban ruina. Ello no hubiera
tenido demasiada importancia, si no fuera porque los bárbaros amenazaban una
vez más la ciudad. Los gobernantes romanos decidieron entonces reconstruir las
murallas, pero no se ponían de acuerdo en la manera de hacerlo.
Algunos
proponían contratar al mejor arquitecto de Egipto, descendiente de quienes levantaron
las pirámides. Otros, en cambio, optaban por un griego autor del gran hipódromo
de Constantinopla. De nada sirvió que el tesorero municipal asegurara que no
había dinero suficiente para ello en las arcas del imperio, ni que los técnicos
locales propusieran que, al menos, se reforzaran de la mejor manera posible las
viejas murallas. Pasaron los años y los nobles romanos, con intereses
económicos en el proyecto, seguían discutiendo; y así fue que los bárbaros
llegaron por fin a las puertas de la ciudad y la conquistaron sin dificultad
alguna.
Actualmente, aunque no existen ya los bárbaros, se siguen
proponiendo barbaridades en cuanto a infraestructuras imposibles. De nada sirve
que los técnicos propios, y los expertos ajenos, propongan una alternativa
viable al soterramiento de las vías del ferrocarril a su paso por Vitoria. Un
proyecto de tren-tran (combinación de
tren de cercanías y tranvía) que uniría, sin necesidad de soterramiento, el
este y el oeste de la ciudad; que mejoraría el acceso a los polígonos
industriales, y también a las poblaciones del eje Miranda-Araia. Un proyecto
testado, además, por una de las empresas ferroviarias más importantes del país.
A pesar de ello, las autoridades municipales siguen vendiendo humo. Esto no
sería tan grave si no fuera porque esas falsas ilusiones paralizan actuaciones
realistas y sostenibles, que redundarían en beneficio de un trasporte más
eficaz para la provincia.