martes, 13 de marzo de 2012

SUCESOS EN LA GREEN CAPITAL


El otro día, le contaba a una amiga el robo que había sufrido un vecino de mi bloque. Sucedió cuando acudía a trabajar en el locutorio que saca adelante con gran esfuerzo. Mi amiga me miró con cara de susto y relató que acababa de presenciar el intento de suicidio de un joven, que se lanzó al vacío desde una altura considerable. No sabía si había muerto o pudieron salvarle.

Luego, pasé por un supermercado regentado por una familia china. Eran los días del temporal de nieve y el local no tenía calefacción. Los comerciantes soportaban estoicos las gélidas temperaturas bajo muchas capas de ropa. Ya en casa, llamé a un amigo que hacía tiempo que no veía. La noticia que me dio, no por común dejó de impactarme: no le habían renovado el contrato en la institución pública donde llevaba años trabajando como eventual.
Al día siguiente, esperando en la cola de la Oficina del Consumidor, una anciana lloraba desconsolada ante un estupefacto guardia jurado, que con infinita paciencia trataba de explicarle que aquel no era el sitio adecuado para solucionar lo de su desahucio. Mientras aguardaba -entre acongojado e impaciente- el final del drama, un conocido me contó la penosa situación de quienes fueran sus alumnos: emigrantes jóvenes que la diputación había dejado en la calle…
De nuevo en el barrio, la nieve cubría las aceras y una montaña de bolsas de basura se amontonaba frente a los buzones de recogida neumática. Sentí una sensación de agobio casi física. Luego el agobio se convirtió en un odio difuso… Entonces hice algo, que ahora me parece una pataleta infantil de la que me arrepiento. Al ir a reciclar los periódicos que acumulo en casa, los deposité intencionadamente en el contenedor para el plástico. ¡Que se jodan¡ pensé, sin poder evitarlo, ni saber  muy bien a quién me refería. Espero que ustedes me disculpen. En caso de multa lo negaré todo.