martes, 20 de marzo de 2012

TRABAJADORES DE LA CULTURA


Ahora que la crisis aprieta, los trabajadores de la cultura somos  uno de los sectores que más sufre los recortes sociales. Tal vez sea en parte culpa nuestra. Quienes trabajamos en la cultura, de tanto  repetirlo,  hemos acabado creyéndonos personas diferentes, seres creativos y  evanescentes. Hemos preferido llamarnos freelance a trabajadores precarios. Hemos asumido falacias como que la creatividad individual, por si misma, nos salvará de la quema general. 

Nos gusta repetir metáforas tontorronas sobre la crisis entendida como oportunidad para desarrollar nuestra creatividad. De tan raritos que somos, hemos olvidado cosas elementales como que la cultura  -como la sanidad y la educación- no debería dejarse al albur del mercado. El mercado por sí solo regula las actividades culturales según el poder adquisitivo del consumidor. De esa manera, se crea cultura exquisita reservada a las élites y cultura basura para el populacho. Pero lo peor es que los trabajadores de la cultura asumimos esta tendencia con naturalidad. Estamos seguros de que cada uno es más creativo que el vecino, y que finalmente -tal vez después de muertos- esa entelequia que llamamos público, espectador, lector… acabará por poner las cosas en su sitio. No nos damos cuenta de que esas generalidades esconden la “mano invisible” de un mercado que dista mucho de ser libre e igual para todos. Así que nos dedicamos a disputarnos a dentelladas los trozos cada vez más pequeños del pastel público. Sin embargo, es en estos tiempos de crisis cuando más necesitamos de la cultura para cambiar un sistema que hace aguas. Necesitamos bibliotecas, teatros, museos y televisiones públicas,   lo mismo que escuelas y hospitales públicos.  Necesitamos menos contables -con ínfulas de economistas- que gestionen el saqueo, y más trabajadores de la cultura que piensen otros mundos posibles.