Segunda entrega: EL LEHENDAKARI MARICA.
Texto: Juan Ibarrondo.
Ilustración: Marta Gil.
Monsieur
Belin y sus alumnos contemplaban el gran óleo de Gericault,
situado en el atrio de la Universidad de Oñate. En el cuadro, puede verse al
emperador Napoleón Bonaparte, vestido con capa de armiño y tocado con una
corona de laurel, de pie, jurando los
fueros y libertades vascas bajo el árbol de Gernika.
Por
una vez, los inquietos alumnos estaban atentos. Parecían embobados ante la
magnificencia del cuadro, de grandes dimensiones, donde Gericault había
plasmado con eficacia la solemnidad del momento.
»Alrededor
del emperador, —decía Belin en voz alta— podéis ver
a los tres padres fundadores de Nueva Fenicia: Garat, Mina y Álava. Junto a
ellos, están los diputados generales de las cuatro provincias de la Euskal
Herria peninsular. También aparecen varios notables vascos continentales,
representantes de los batzarres de sus tres territorios, todos vestidos con sus
mejores trajes comprados en París. A su izquierda, podéis ver un gran grupo de
txistularis, maceros, miqueletes, miñones…, y a su derecha, una compañía de
húsares franceses vestidos de gala.
Una
gran multitud de gentes del común rodea de cerca a las autoridades: hombres,
mujeres, ancianos y niños…; y es en sus rostros entre escépticos e ilusionados:
socarrones a veces, emocionados otros, donde el gran pintor francés demuestra
su maestría, su savoir faire a la
hora de pintar al pueblo y sus emociones. Desde luego, también se esmeró con
Bonaparte, que tiene una expresión algo ausente, como si ya estuviera pensando
en su próxima derrota en Waterloo. Garat, en cambio, tienen cara de pícaro,
como un comerciante a punto de cerrar un buen negocio; el general Álava, por su
parte, parece un pasmarote inexpresivo; y Mina muestra un rictus apasionado,
casi cruel, en su rostro de facciones duras.
»Para
dejar claro quién mandaba en realidad allí, fue el propio Garat quien, tras el
juramento de Napoleón, lo declaró emperador de los vascos de ambos lados del
pirineo. Lo hizo en francés, seguramente por deferencia con el corso que,
obviamente, no conocía el vascuence.
»Luego
se realizó una mise en scene espectacular
—continuó Belin que cuando se emocionaba tendía a incluir palabras de su lengua
materna— Una gran gabarra, que pretendía
aparentar ser un barco fenicio, recorrió la ría de Gernika, con el emperador y
sus más fieles a bordo. Alrededor de la gabarra, en cuya vela mayor lucía un
águila imperial dorada, iban numerosos barcos de pesca, desde donde la gente arrojaba
muérdago y acebo de fruto rojo al paso del “dueño de Europa”.
Belin,
aprovechando la inusual atención de sus alumnos, que seguían mirando el cuadro,
dio una sonora palmada para reclamar su atención:
—Très bien
garçons, vamos a seguir visitando
la universidad, todavía nos quedan muchas cosas por ver aquí. Este lugar fue el
escogido para firmar la constitución de 1849, y a partir de entonces se
transformó también en la residencia de los lehendakaris de la Republica. Por
tanto, se puede considerar como la Maison
Blanche de nuestro país, aunque todo el mundo continúe llamándola “la
universidad”. ¿Sabéis quién fue el primer lehendakari de Nueva Fenicia?
Una
sonora carcajada respondió a la pregunta. Alguien en las últimas filas había
aprovechado su relativo anonimato para soltar, a media voz, el típico chiste fácil: le president pédé, el
lehendakari marica.
Monsieur Belin, acostumbrado a este tipo de salidas de
tono, no movió una ceja y repuso:
—Efectivamente, el primer lehendakari fue Agosti Xaho,
que seguro que conocéis porque da nombre a la ikastola; y también porque a pendejos
como vosotros os hace una gracia enorme que fuera homosexual.
Belin,
utilizaba a propósito un lenguaje barriobajero para poner orden en las filas de
sus alumnos. Era como si les estuviera
diciendo: pero vosotros qué me vais a contar a mí que me las sé todas… Lo mejor era que, a veces -como ahora mismo-
el truco funcionaba y el profesor lograba así recuperar la atención de su
clase.
»Bon, mais oui, este suletino
aventurero, culto, impetuoso y algo arrogante, fue sin duda la figura más
importante de nuestro pasado político. Fue él, quien consiguió convencer a
gentes con intereses y culturas contrapuestas de formar una nación. También
logró meter en cintura a la iglesia vasca, y fue famoso su enfrentamiento con
el arzobispo de Pamplona…
En
está sala, —dijo mientras entraban a una gran estancia decorada
al gusto romántico— podéis ver su retrato.
El
retrato representaba a un petimetre de pelo largo, ropa a la moda de su época,
botas altas, camisa con chorreras; un
hombre moreno que lucía un fino bigotillo, bajo unos ojos pintados de kohl. Un tío bueno, según el parecer de las chicas, que así lo apreciaron
en voz alta.
»Comenzó
su carrera política —continuó el profesor sin hacer caso— liderando
la revolución de 1848 en Nueva Fenicia. Por aquel entonces, Luis Felipe I de
Orleans había jurado los fueros; y mantenido así en manos francesas el gobierno del Nueva
Fenicia. No pudo evitar en cambio, la pérdida de Álava, donde las Juntas
Generales aceptaron la soberanía de España a cambio de ser reconocida Vitoria
como puerto seco, franco, y sede de aduanas.
No
mucho más tarde, el rey francés fue depuesto por la revolución de 1848, que instauró
la república en París. Xaho hizo lo mismo en Nueva Fenicia. Lo logró gracias a
un audaz golpe de mano, con el que ocupó el palacio del gobernador francés en
San Sebastián, tras lo que declaró la
República Confederal de Nueva Fenicia. Además, logró que Álava se reintegrara
en la República. Se dice, que lo consiguió gracias a una cuantiosa suma de
dinero, que compró las suficientes voluntades en las juntas de la provincia del
sur. Según se rumoreó entonces, el dinero provenía de las arcas del famoso
corsario vasco, amigo personal -y tal vez amante- de Agustín Xaho: Étienne Pellot Aspikoeta, que obtuvo patente de
corso de los sucesivos gobiernos de Nueva Fenicia y Francia.
— ¿Un Pirata? —Dijo de pronto uno de los chicos.
—Bueno, más o menos. Un corsario era un pirata que
tenía autorización de algún gobierno para el pillaje.
— ¿Y qué pasó con el Arzobispo? —Dijo una chica,
animada por la pregunta de su compañero.
Belín,
sonrío animado por el interés de sus alumnos y repuso:
»El
Arzobispo… se trata sólo de un rumor, pero ya que os interesa os lo contaré… Al
parecer, durante la fiesta de San Fermín, el Arzobispo de Pamplona denunció en
un sermón a Xaho acusándole de sodomía, y de complicidad con robo por su
amistad con el corsario Etienne. Era una acusación muy grave, pero, según dicen,
Xaho acudió en persona a quejarse al Obispo, armado con un sable, con el que
amenazó al Obispo. Cuando el sacerdote
le amenazó a su vez con la excomunión, Xaho se mostró encantado de facilitarle
la vía al martirio ensartándolo como un pollo allí mismo.
Al
parecer, la amenaza surtió efecto pues el Arzobispo se cuidó mucho de volver a
meterse con el lehendakari.
—Aunque ya os digo que sólo es un rumor y tal vez
las cosas no fueron así. De todas maneras, todo el mundo lo dio por supuesto
después de que Iparraguirre compusiera una copla satírica sobre el suceso, que
se hizo muy popular. Igual la habéis oído, es esa que se titula Oilar, oiloa
eta oilaskoa.
—Y hablando de Iparragirre ahí lo tenéis, —continuó el
profesor señalando un cuadro al lado del de Xaho—. Podría pensarse que a Xaho no le haría demasiada gracia la copla;
pero al parecer no le importó demasiado, porque poco después nombró a
Iparraguirre
consejero especial de las artes y las letras con rango de ministro. También en
este caso hay quien dice que estaban liados…
Los
alumnos miraron el retrato del bardo, que había compuesto el himno vasco en
honor al árbol de Gernika y las libertades de los habitantes de Euskal Herria.
Un tipo ya maduro, con cara de haber vivido mucho, largas barbas ya blancas, y
tocado con una boina negra.
—Parece el aitona que todos hubiéramos querido tener, pero debió ser un tío de
cuidado, —apuntó Belin señalando el cuadro—. Que yo sepa se metió en más de un lío gordo
durante su vida. Aunque cuando Xaho lo nombró ministro parece que sentó cabeza,
y fue uno de los precursores más importantes del renacimiento vasco. Pero eso
lo veremos esta tarde en el Pompidou de Bilbao. De momento, tenéis una hora
libre antes de comer. A la una todos en el autobús… y tened piedad de los
honrados habitantes de Oñate, que no quiero líos ¿De acuerdo?
Los
jóvenes dijeron que sí y salieron trotando de la universidad. Belin se quedó
mirando un rato más el retrato del cantor más famoso de Nueva Fenicia.
PROXIMO
CAPÍTULO: Beethoven y Goya.
Joseph-Augustin Chaho
1810-1858 escritor y periodista, nacido
en el territorio vascofrancés, fue también un lingüista especializado en
euskera y en la cultura india. Algunas de sus obras son consideradas
precursoras del independentismo vasco. En 1848 fue jefe de la guardia
republicana en Bayona.